El sábado pasado las hermanas de Valdediós regresamos a Valladolid por primera vez desde que salimos de allí el 3 de julio. Fuimos con motivo de la Toma de Hábito de la Hna. Esperanza del Redentor -nuestra Esperancita- y tuvimos el regalo añadido del ingreso de la Hna. Lucía de San José, que empezaba su postulantado. Era la primera vez que volvíamos a estar todas juntas. Fue una experiencia preciosa y totalmente nueva.

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Puedo decir que experimenté cosas que jamas había experimentado antes: un sentimiento fortísimo de unidad y de ser UNO; un AMOR que nos hacía eternas e indestructibles porque el amor vence siempre, aunque a veces las circunstancias parezcan indicar lo contrario.

Podíamos haber imaginado -antes del sábado- cómo podrían ser estos reencuentros y esta gozada de volver a estar juntas (unidas estamos siempre aunque físicamente estemos separadas) pero lo del sábado… ¡fue una pasada! El gozo, la alegría, la emoción, los abrazos, las lágrimas… la felicidad y la unidad que vienen de su Corazón, del Corazón de Jesús, ha superado con mucho todas las expectativas.

¿Qué decir del momento único y precioso de entrar en casa por la capilla y volver a estar a sus Pies? ¡¡No era un sueño!! Era… ¡de verdad! No podíamos entrar por la puerta de la clausura: tenía que ser por la capilla para verle a El y a las hermanas junto a El. Llegamos cuando estaban finalizando la misa conventual y entrar en silencio, y verle y verlas fue… ¡¡Qué emoción!!

Y llegarnos a sus Pies y besarlos y acariciarlos y sentirnos mimadas y cuidadas por El… Tantas cosas en esos breves segundos… tantas confidencias y que sólo EL sabe, pero… ¡qué fuerza nos dió, qué impulso para seguir entregándolo todo desde este Valle de Dios al que El nos ha traído…!

Fue una bendición y un descanso palpar a la comunidad y es impresionante la fuerza y el impulso que esto nos ha dado para regresar gozosas a nuestro destino y continuar entregándolo todo. ¡Qué bonito saber y hacer vida que cualquier sacrificio vale la pena por y para Jesús! ¡Qué alegría sentir que nos amamos muchísimo y que nos duele este amor! Esto es como una garantía de autenticidad y qué fuerte palpar cómo la fraternidad en Dios es fuerte, muy fuerte, y la distancia física no hace sino robustecerla más y más. ¡¡Bendito sea Dios por todo!!

Gracias, hermanas, por la fuerza que nos da saber que estais con nosotras y sentirnos sostenidas por vuestro amor y vuestra oración. Gracias, Dios mío, por el don de la fraternidad. Gracias, Señor, porque me has dado hermanas.