Me aconsejan que me presente y la verdad es que no sé muy bien cómo hacerlo… por eso lo mejor es que vaya a ello de frente: soy la M. Olga María del Redentor, Carmelita Samaritana del Corazón de Jesús.
Nací en Baracaldo (Vizcaya) el 3 de junio de 1970, pero allí…. salvo nacer no hice mucho más. Mis padres residían en Algorta y allí estuve hasta los 4 años, en que nos fuimos a vivir a Lejona. Todo esto -para quien no lo sepa- está en un radio de 20 km alrededor de Bilbao. Así que puedo decir que soy y me siento bilbaína.
Así pues, miro hacia atrás, y me pregunto dónde empezó esta historia, la llamada, la respuesta… lo pienso despacio y llego a la conclusión de que hay que distinguir etapas y momentos en mi vida. La llamada de Dios está bien clara, y me emociona, me pone la carne de gallina: “El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante El por el AMOR. El nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya (léase gratis), a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia…”
Una cosa es saber desde cuándo y por qué me llama Dios y otra –bien distinta por cierto- hablar del momento de mi vida en que yo empecé a tomar conciencia de esa llamada. EL me llamó, bien clarito lo dice San Pablo, porque El quiso, porque le dio la gana, “por pura iniciativa suya”. En eso sí que yo no tuve nada que ver, pues ni siquiera existía. Pero Dios –y esto me da un poco de vértigo pensarlo- sin yo existir, me amó o me pensó con amor, no sé cómo decirlo. Desde toda la eternidad me amó, me pensó, y pensó también un tiempo para crearme, unas circunstancias, unos padres, un lugar, una voz, una inteligencia, unas manos, una sensibilidad, un rostro, un carácter… en definitiva: me pensó y me amó, y luego, cuando a El le pareció, me creó y me hizo nacer. Así que mi vocación… se puede decir que es un asunto que viene de antigua ¿no? Los porqués habría que preguntárselos a Dios y no sé si El nos contestaría, porque como casi todo en El, la vida, la vocación de cada ser creado, es misterio. Así que allá EL. A mí lo que me importa es que EL me eligió, que me eligió y que estoy contentísima y agradecidísima por ello, lo demás me trae bastante al fresco, esa es la verdad.
¿Cuándo empecé yo a tener conciencia clara de mi vocación, de que El me había elegido? Pues… ¡vaya pregunta! Creo que no puedo dar una fecha concreta, porque no me enteré de la noche a la mañana, sino poco a poco, a través de mi vida ordinaria, que consistía en lo que la de todo el mundo, pues –gracias a Dios- no he sido ningún bicho raro, creo yo. Durante 13-14-15 años, fui haciéndome un poco menos niña, un poco más persona. Comencé a plantearme cosas importantes sobre la fe, la vida, el amor… y muchísimas cuestiones de fe, de moral, que iban llegando a mis oídos. No voy a decir que dejara de ser una niña, porque ahora que lo pienso fríamente: he dado más guerra a los mayores por aquel entonces, que Napoleón.
No, no dejé de ser niña de la noche a la mañana, pero sí comencé a cambiar, a pensar un poco por mí misma y a no creerme a pies juntillas todo lo que decían los mayores, como hasta entonces. ¡Pobres monjas del colegio! Las hice hablar tanto… las traía mareadas con mis preguntas, mis críticas… y a alguna con la que tenía especial confianza la hice mártir porque -quizás por la confianza o el cariño- me nacía de dentro una rebeldía, un inconformismo, una desazón, que me impulsaban a poner todo, aun aquello de lo que yo estaba firmemente convencida, en tela de juicio.
Estudié en dos colegios de religiosas y en un instituto público, en el que terminé el bachillerato. No tengo más formación académica, asi que…. en ese aspecto… mi currículum es breve. Estudié música y danza y siempre el arte, en todas sus manifestaciones me ha tocado hondamente. Dios me ha dotado de una profunda sensibilidad hacia la belleza en todas sus expresiones: ballet, teatro, literatura, poesía, música… Cuando me topé en clase de literatura (yo hice letras puras) con la Generación del 27 y Miguel Hernández, y como me encontraba yo en una edad tan influenciable, pues… me resulta difícil explicar lo que yo sentí ante los versos de Machado, Lorca, Dámaso Alonso, Jorge Guillén… mi alma vibraba, y devoré sus obras en pocos meses. ¡¡Poesía!! Desde entonces, junto con la música clásica, han sido los mejores bálsamos de mi alma, verdaderos tubos de escape para mi sensibilidad, siempre a flor de piel.
Fui una adolescente soñadora, romántica, idealista… ahora que contemplo aquella época al trasluz de mis 45 años, más hecha, más madura, más mujer… no puedo menos de sonreír, pues me doy cuenta de que todo aquello no era más que una afanosa búsqueda, una búsqueda continua de algo con que saciar todos mis deseos de amar y ser amada, deseos que Dios imprimía en mi corazón ardiente, y que no eran sino el principio de mi vocación. Mejor dicho: eran el comienzo de una toma de conciencia progresiva de una vocación que, ya lo dije antes, existió desde toda la eternidad. Aquellos años fueron el alborear de mi respuesta a una vocación exclusiva y única al AMOR por el Amor en Sí mismo.
Ingresé en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Medina de Rioseco (Valladolid) el 4 de junio de 1988, al dia siguiente de cumplir 18 años. Tomé el hábito el 4 de diciembre de 1988 Hice mi Profesión Solemne el 3 de octubre de 1992.
Todo esto me sucedió por fuera ¿y por dentro? Dios se me fue mostrando de otra manera, de otro modo diferente que hasta entonces. Yo le había dado mi Sí sin saber bien donde me metía.
Me explico: no es que no lo supiera, sino que me faltaba mucho por descubrir (y me falta hoy todavía). El Señor me fue iluminando por dentro en mi aquello de la samaritana: “Si conocieras el don de Dios…” Y yo le decía: “¡¡Muéstramelo, Jesús!!” ¿En qué iba a consistir mi vida en el Carmelo? Con la gracia de Dios y con mucha ayuda por parte de las hermanas fui apreciando lo profundo, lo sublime, de la vocación de una Carmelita.
Comprendí que era de verdad una afortunada, una chica con suerte, y me sentía dichosa, aunque no todo era rosa, también tenía mis días grises, mis desalientos. El fue haciendo que cada vez me sintiera más y más identificada con la vida contemplativa. Descubrí o mejor dicho: El me lo dio a entender, que había sido llamada a una vida entregada al Amor por el Amor en Sí mismo. Dice Sta. Teresita que “en el corazón de mi Madre la Iglesia yo seré el Amor.”
Eso somos las contemplativas: formamos el corazón de la Iglesia, y desde él impulsamos –con nuestra oración- todas las demás vocaciones.
¡Es precioso! Nosotras no sabemos, porque no se ve, donde o en quién rece el fruto de nuestra oración, pero sabemos que nada de cuanto vivimos, sufrimos y ofrecemos se pierde. Dios lo recoge todo, y va dando a cada uno lo que necesita; dicho de otro modo: en el Corazón de Dios se va almacenando nuestras vidas hechas oración, y allí se transforman en Gracia que El va derramando según convenga.
También descubrí otra faceta de la vida contemplativa que me apasionó: la de la adoración, la del holocausto. Parece que suena a dramático dicho así sin más ¿verdad? Fue lo que más me encantó, lo que más me encandiló de todo el plan que Jesús ponía sobre mí: ¡Adorar! Y eso… ¿de qué va? Va sobre todo de alabar, de cantar su Gloria. ¡¡Adorar!! ¡Cuánto me dice esa palabra…! Leí por entonces en un libro que la suprema y más alta adoración es el holocausto. En los tiempos del Antiguo Testamento había dos modos de ofrecer dones a Dios: sacrificios y holocaustos. En el sacrificio se inmolaba una víctima, una res generalmente, se le ofrecía a Dios, pero su carne la provechaban después los sacerdotes. En los holocaustos, sin embargo, una vez ofrecida la res, se quemaba por completo, y no se podía aprovechar nada del animal. Esta “inutilidad” en la es la expresión más alta de adoración, porque da a entender que Dios en sí mismo es tan grande, que merece se le dediquen los mejores regalos sin otra utilidad que la de dárselo, que la de brindarle lo que ya es suyo. Este es el significado de las contemplativas: es un vida inútil, inservible, por eso nuestra vida contemplativa es un acto continuo de adoración, pues quiere dejar claro ante los hombres, que Dios es tan grande, tan inmenso, que vale la pena entregarle la vida que El nos regaló primero para que se consuma, sin ningún otro provecho, en su honor, en total desprendimiento, por pura adoración, por puro amor, sin buscar más motivos, es Dios y eso basta ¿no?
Me viene ahora, un poco en relación con todo esto, una frase que vi en una estampa y que decía así: “La razón de la sinrazón del amor se llama gratuidad”.
El Señor te regala hermanas para que la ilusión, el gozo, los ideales, las dificultades… todo, sea compartido, y… bueno: esas hermanas… ¿son ángeles? Pues mire usted: no. Son mujeres de carne y hueso como yo, con sus virtudes y sus defectos, sus aspiraciones y sus miedos… son personas como todo el mundo. Bueno… igual, igual que todo el mundo no son, en un detalle sí que se diferencian: son las elegidas, las predilectas del Señor. El las llamó como a mí – cada una tiene su historia pero el meollo es siempre el mismo- y un día arribaron a este puerto llamadas por el mismo Amor y con ilusiones idénticas a las mías. Y ellas, esas y no otras, son mis hermanas, las que El me regala, esas y no otras. Y con ellas a mi lado voy caminando hacia El. Así pues conocerlas, quererlas, hacerlas mías, es una de las tareas más bonitas del tiempo del noviciado. Me entusiasma y me maravilla comprobar cómo El nos ha unido trayéndonos a todas aquí para que permanezcamos en su Amor. Todas unidas, juntas, quemando nuestras existencias apiñadas en torno a El, por un mismo ideal, y a la vez, al mismo tiempo… comprobar la originalidad de Dios que a cada una la trajo por un camino, con unos medios diferentes, en tiempos distintos. Asombrarte de hasta qué punto Dios respeta nuestra libertad aun incluso después de habernos ya entregado a El, cómo cada hermana es un misterio, una historia de amor particular, única, irrepetible… Todas viviendo la misma llamada, el mismo carisma, en la misma comunidad y al mismo tiempo, en idénticas circunstancias, y –sin embargo- cada una responde desde una vocación propia, personal, desde las Gracias que recibe y condicionada por su psicología, carácter, modos, cultura, mentalidad… ¡Que inmenso siento a Dios cuando pienso esto con detenimiento…!
Va pasando el tiempo y vas haciéndote y sintiéndote como más de casa, te vas centrando y poco a poco vas sintiendo a la Comunidad tuya, a tus hermanas las quieres cada vez más y más y las vas apreciando como lo que son en realidad: un maravilloso don de Dios.
Todo esto es el escenario donde se va desarrollando tu aventura interior, que es lo mejor de todo: vas haciendo realidad en ti tus sueños, o mejor dicho: Dios va realizando en ti su plan, te va moldeando poco a poco, te va invadiendo, poseyendo… y te sientes reventar de felicidad, porque lo que está clarísimo es que cuando Dios llama a una chica a la vida religiosa es para hacerla verdaderamente feliz, no una desgraciada. Los ideales se te van haciendo vida a medida que pasa el tiempo y te vas centrando y profundizando en la llamada, en el carisma propio de la Orden, y -sobre todo- en el carisma personal, único e intransferible.
Es muy difícil decir al mundo lo que se siente en esta vida del Claustro, y que entiendan que Cristo es nuestro TODO, el valor de la oración… Hay que vivirlo. Dios te colma, te hace el mejor de los regalos, que no se ve pero se siente: te da a su propio Hijo como autentico Esposo del alma. Este desposorio, aunque ya se viva desde el mismo momento en que se toma conciencia de la llamada y se empieza a responder, se hace, en el momento de la Profesión, proclamación pública en toda la Iglesia. Aquí sí que no hay palabras. Sólo sé decir que Dios se te hace cada día más íntimo, más y más tuyo, y tú más y más suya, que te ciega, te colma, te rebasa, te desborda… te va plenificando los abismos de tu corazón de mujer que Él ha creado solo para amar, que te anonada, te sorprende, te hace sentir pequeña, pobre, diminuta… ¡Y eres feliz! ¡Tremendamente feliz! Todo va simplificándose, unificándose hasta la paz total, la armonía perfecta… todas las realidades humanas se divinizan y cuando el dolor, el sufrimiento, la cruz, llaman a tus puertas los recibes con paz, casi con gozo, como un beso personal dulce, tierno y terrible a la vez.
¡Qué afortunada me siento! ¡Llamada a una vida de intimidad con Dios-Amor! Y… ¡es sencillo! Todo se reduce al Amor. Todo lo que el amor hace es perfecto. Amar, siempre amar y sólo amar, ese es nuestro oficio, y desde ahí… lavar, cocinar, planchar… ¿qué más da? ¡Ser Jesús! ¡Ser el corazón de la Iglesia! ¡Ser alabanza perenne de su gloria! Consumirse en un acto continuo de adoración, ser como un cirio que se consume alumbrando tenuemente su rostro, contemplarle, ser como el incienso que se quema o un pequeño adorno que realza la belleza de Alguien. Así: perdida en El, anonadada, en un perpetuo asombro, quiero consumir mi existencia amando al Amor en Sí mismo, en su esencia, y todo esto en sencillez, generosidad y pureza, sostenida por el milagro continuo del Dios Fiel, en una actitud de continua acción de gracias, porque… ¡¡Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad!!
En el año 2005 me trasladé, junto con toda mi querida comunidad, a Valladolid, donde actualmente me encuentro y resido. Valladolid es la ciudad del Corazón de Jesús y también la mía… me siento vallisoletana de adopción.
Desde el año 2001 vivo totalmente volcada y entregada a la vivencia y profundización de la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús. Vivencia que me ha conducido a impulsar la transformación de mi monasterio, del que actualmente soy priora, en una nueva forma de vida contemplativa: las Carmelitas Samaritanas del Corazón de Jesús, instituto religioso que se encuentra en vías de aprobación por parte de la Santa Sede.
He publicado un puñado de libros vivenciales y testimoniales, y mipresencia en las redes sociales tiene el único fín de evangelizar y gritar al mundo que Dios nos ama con Corazón de Hombre. Humildemente os ofrezco un magisterio sencillo en el que -como verdadera hija de Santa Teresa- me limito a dar testimonio de la experiencia vivida y de lo que Dios obra en mi corazón.
Estoy muy muy enamorada, por eso no soy una gran teórica, sino más bien alguien que transmite sus experiencias vitales, lo que ha ido leyendo y “estudiando” en el Libro vivo que es Cristo, el Corazón de Cristo, su Intimidad abierta.
Yo no escribo, normalmente no me siento a escribir, sino que rezo en alto, oro, narro como un pequeñuelo lo que Dios ha ido haciendo conmigo y lo que quiere hacer con todos nosotros si nos dejamos y… a mi lado hay muchos corazones samaritanos que os cuentan y transcriben lo que hago hace o digo… y yo lo comparto sencillamente, porque dicen que «puede ayudar»… No lo sé. Pero sí que sé que estoy llamada a «dar gratis lo que recibo gratis»
¡¡¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!!!