“Padre, que sean completamente uno para que el mundo crea.”
Esa es la súplica que Jesús formuló en Su última cena, la oración que elevó por nosotros al Padre y que sigue elevando: “que sean completamente uno para que el mundo crea”.
Estas palabras de Jesús hacen mucho tiempo, mucho tiempo, que resuenan en mi corazón y son una súplica constante y sé que son la súplica que Él sigue elevando continuamente al Padre por nosotros: que nos amemos y que seamos uno.
Y… es lo que yo le pido ahora mismo también al Señor: que los que estamos aquí de verdad nos amemos, seamos comunidad de fe, seamos comunidad cristiana, comunidad de amor. Seamos de verdad uno en Jesús, un solo corazón y una sola alma en Él y ese sea el verdadero testimonio que demos al mundo.
El amor de Jesús, el amor que Él nos tiene y el amor con que intentamos corresponderle es tan fuerte que nos hace una sola cosa con Él. ¡Esa es la única manera de que el mundo pueda creer! No tiene ningún sentido estar aquí y vestir este hábito y adorar la Eucaristía si entre nosotras hay rencillas, hay grietas, hay desamor. ¡No tiene ningún sentido! Estamos traicionando a la esencia misma de este vivir en presencia de Jesús, de ser Samaritanas.
Tenemos que aniquilar cualquier cosa, por pequeña que sea, por insignificante que parezca, que pueda romper la unidad y el amor, que pueda crear distancia; porque eso es un antitestimonio, nos quita credibilidad.
Hoy es el aniversario de esa fotografía del fusilamiento del Corazón de Jesús en el Cerro de los Angeles. Esta fotografía, que tanto me dice, me hace recordar un día que fuí, hace unos meses, al Cerro. Y como siempre que voy, pues, visité las ruinas del Monumento antiguo, bajé a la Basílica, recé ante el sagrario… y, por último, subí hasta donde se puede subir en el Monumento. Sería para mí imposible ir allí y no hacer esas tres cosas.
Y… estando allí, había unas personas más –unas pocas, porque casi nunca hay nadie- visitando el Monumento. Y al bajar del Monumento hacia la explanada, según pasaba, oí parte de una conversación que me chirrió, me sonó mal, pero… pasé de largo, porque ¿quién soy yo para decir nada a nadie? Había una persona que decía que aquel Monumento era parte de la cultura española y un símbolo político de corte fascista etc. Según pasaba lo oí… Siempre hay gente que dice cosas así. Y otra persona le contestaba que aquello no era parte de la historia de España, sino parte de la fe de España. Y yo seguí mi camino hasta la explanada.
Y estando abajo, bastante lejos ya del Monumento, escuché -y las hermanas que iban conmigo lo escucharon también- los insultos, las palabrotas, creo que hasta las blasfemias que allí se pronunciaban. Supuestamente unos defendiendo a Jesús y otros defendiendo a no sé qué ideología…. ¡Me da igual!
Lo que sentí al oír aquello –todavía lo tengo grabado a fuego en el alma- fue la soledad de Jesús y oirle decir: “Si Yo estoy aquí, ¿para qué venís aquí así, de esa manera? Habitualmente no hay nadie, habitualmente estoy solo, pero esto es peor que la soledad, ¡es la soledad más grande!”
¡Somos así! No nos acercamos a Dios para quererle, para bendecirle, para alabarle. Y a veces nos acercamos a Él ignorándole y ofendiéndole, causándole más dolor. Una soledad más aguda que la soledad de la ausencia, que es la soledad que se siente cuando se te está ignorando, cuando estando a tu lado te ignoran y no te comprenden en absoluto, ni les importas para nada.
Me impresiona mucho que nadie vaya al Cerro de los Ángeles nunca y que cuando vayan, vayan a eso. ¡Qué poca delicadeza, qué falta de todo! ¡Qué tristeza! Y ¡qué tristeza ver aquello, escuchar aquello y no poder hacer nada!…
Yo -sé que no es así, gracias a Dios- pero no quería nunca que entre los que tenemos vocación samaritana haya nada que pudiera romper la unidad y el amor, nada en nuestros corazones que le pueda herir a Él. Nuestra llamada es a estar con Él, a reparar, a consolar, a acompañar… a sanar, a aliviar sus dolores y los de todos los hombres, que son los dolores de Él. Pero que nunca hagamos, ni digamos, ni pensemos nada que le pueda doler, que le pueda entristecer. Y que si alguna vez hubiera cualquier cosita, por pequeña que sea, que tengamos la valentía y la delicadeza de quitar cuanto antes cualquier barrera, por pequeña que parezca.
Ninguna barrera es pequeña cuando se trata del amor. Y nunca es más grande el hombre, el ser humano, que cuando se arrodilla para pedir perdón. Cuando rezamos Completas hay una lectura que dice: “que no se ponga el sol sobre nuestro enojo.”
Que nunca se ponga el sol, que nunca anochezca sobre ningún enojo, sobre nada en nuestro corazón contra nadie. No dejemos que ninguna tontería -porque al final son todo tonterías- se interponga entre nuestros hermanos y nosotros, porque son barreras que le ponemos al Señor. Que nunca se ponga el sol sobre nuestro enojo, que nunca nos retiremos a dormir con algo en el corazón en contra de alguien. Hay que pedir perdón inmediatamente, no dejar las cosas para el día siguiente, porque se endurecen, se complican, incluso a lo mejor, llegamos tarde, no hay tiempo.
Sobre todo, no podemos dejar a Jesús con esa pena hasta mañana o hasta otro día… Lo que hacemos a nuestros hermanos se lo hacemos a Él. Y si nos vamos sin pedir perdón a nuestros hermanos, nos vamos sin pedirle perdón a Él.
Que Dios nos conceda la gracia de no herirnos entre nosotros, de tratarnos con misericordia, con compasión, con paciencia, con benevolencia, con ternura, con agrado, sin condenarnos, sin sentenciar a nadie… ¡El amor nunca excluye a nadie!
Y si no tenemos un corazón en comunión, en comunión con nuestros hermanos, no penséis que podemos acercarnos al Corazón de Él. “Quien no ama a su hermano a quien ve y dice que ama a Dios, a quien no ve, ¡es mentiroso!” ¡No nos olvidemos de eso! ¡No le lastimemos más!… ¡No le hagamos sentir el frío de nuestra dureza de corazón!
No mecanso de leer y reflexionar estas líneas.. Madre Olga q mucho nos enseña encada reflexion q comparte con nosatros. Dios, la Virgen y Jesucristo la bendigan. Q el Espíritu Santo siga derramando su bendición en tan bella congregació.
Muy Queridísima Madre Olga María :
Que gusto he tenido de poder saber nuevamente de vosotras, me parecía extraño pasar el día, y otro día, y otro, sin leer una palabrita, suya, que tanto, pero tanto bien hace a los corazones samaritanos, y al mundo entero.
Madre mía, me imaginaba también todo el trabajo que vosotras teníais con el cambio de casa, y que seguramente ha significado costos y muchos sacrificios…..
Gracias por mostrarnos ese entorno tan hermoso de su nuevo Monasterio, Dios las quiere en medio de esa naturaleza maravillosa, aunque es un claustro de fachada antigua, sabemos que vosotras le pondrán color y vida nueva, pondrán esa nota mágica de canciones y alegrías, porque todo lo que toca la Carmelita Samaritana se torna melodioso, vivo, lleno de santidad, y Dios quería que desde ese valle suban de esos tonos hacia el Cielo.
En relación a la separación de la comunidad en dos grupos, en nada va cambiar la esencia vuestra, siguen siendo en verdad un solo cuerpo, vosotras no estáis todas juntas, pero en diferentes partes, las gentes gozarán de la presencia de la Carmelita Samaritana, esa es una gracia muy grande que reciben los demás a costa del sacrificio vuestro.
Vosotras sóis hostias vivas, Madre mía, como Jesús, que aunque la hostia se parta en muchísimos pedacitos, en cada uno de ellos está Jesús enteramente presente.
Me impacta ver esa foto del fusilamiento del Corazón de Jesús, puedo imaginar el ruido de esas horribles armas apuntado hacia arriba…. pues hoy Dios ha querido de alguna forma reparar con vosotras, ¡¡ llevando desde ese Valle hacia el Cielo, ¡ hacia bien arriba ! las benditas canciones que vosotras le podáis ofrecer…. y los rezos que cada corazón samaritano puede también elevar a Jesús que nos ama con un Corazón de hombre, así borrar las grietas que otros desdichados le han provocado.
¡¡ Gracias Madre nuestra, gracias por todo !!
Un abrazo inmenso
M.Eliana
«Que Dios nos conceda la gracia de no herirnos entre nosotros, de tratarnos con misericordia, con compasión, con paciencia, con benevolencia, con ternura, con agrado, sin condenarnos, sin sentenciar a nadie… ¡El amor nunca excluye a nadie!»…..