El velo del templo lo tenemos ahora presente y a la vista cada vez que exponemos el Santísimo Sacramento. Los estudioso nos dicen que el velo era algo de un grosor que ni tan siquiera dos yuntas de bueyes eran capaz de rasgarlo tirando cada una por un lado. Lo cual significa que era un velo con una solidez, con una consistencia, con una gran resistencia puesto que no se podía romper fácilmente y, me ha hecho pensar mucho lo que dijo de que lo tejían, o iban entretejiendo -aumentando y engrosando- las vírgenes que estaban en el templo consagradas a esa labor, al velo del Sancta Sanctórum. Me hizo pensar mucho que el velo del templo lo tejían materialmente, primeramente unas vírgenes y añadió vírgenes núbiles. Eso significa que esas vírgenes eran niñas.
Eso significa que la cortina, su Cuerpo, no lo podían tocar, ni crear, ni hacer presente nadie que no tuviera el corazón virgen y de niño. Virgen y niño. Yo muchas veces en broma digo que soy un pequeño, un niño y no quiero ser mayor, y si a eso le unimos la virginidad en el sentido de limpieza de corazón, la integridad, el corazón indiviso que persigue un único amor… a mí me ha hecho pensar que las Samaritanas tenemos que hacer presente a Jesús, que nosotras somos también el Cuerpo de Jesús, y que -de alguna manera- le tenemos que hacer presente. Presente su Cuerpo -el velo, la cortina- y después tenemos que hacer que por la fuerza del amor que hay en Él sea roto, rasgado y le mostremos.
Esa cortina sólo la pueden formar y entretejer, vírgenes y vírgenes que sean niñas, con toda la sencillez y todo el candor. ¿Por qué marco tanto esto de la niñez, la pequeñez? Porque una virgen que va llegando a muy mayor, corre el riesgo de convertirse en una solterona. A veces creemos que, porque no pertenecemos a nadie, somos de Dios y eso es mentira. El no habernos entregado a nadie, tiene que haber sido el paso previo y externo de haber dejado el campo libre para podernos entregar a ÉL. El no pertenecer a nadie, el no haber dado el corazón a nadie, no quiere decir que se lo hayamos dado a Él. Y eso a mí muchas veces me hace pensar, porque el riesgo de ser unas solteronas con hábito es una realidad. Tenemos que ser unas vírgenes niñas que conservemos toda la frescura y toda la ilusión de la primera entrega, del primer amor, que tengamos ganas de un corazón virgen, sin estrenar, pero intacto y entero y sin reservas para ÉL. Un corazón que permanezca siendo niño, con ilusión después de muchos años y que no se instale, que no olvide el Amor primero. Porque solamente así, viviendo así nuestra entrega, nuestra intimidad, nuestra esponsalidad con Él, podemos tejer el velo, la cortina, su Cuerpo.
Somos un cuerpo, tenemos que ser esa cortina que por un lado le cubra a ÉL, que cubra su intimidad, pero que a fuerza de amar y de entregar la vida, al final se rasgue y lo muestre tal cual es. Solamente la muerte de Jesús rasgó el velo. Hasta que Él no entregó el espíritu, hasta que no expiró -como dice S. Juan- hasta el último momento, hasta el final… Durante toda la Pasión Jesús nos está amando intensamente, pero el velo sigue sin rasgarse. Cuando ya se entrega del todo, cuando ya muere, cuando ya se consuma su entrega -hay que amar hasta la muerte- es cuando el velo se rasga, cuando el Costado se rasga y el Corazón de Dios, el Corazón de Cristo nos es entregado. Es entregado roto, traspasado.
Yo creo que es muy importante en estos días y más de cara a lo que se avecina, de cara a hacerle presente, de cara a acoger de verdad a las personas que van a venir a compartir con nosotras estos días, qoe nos empeñemos de verdad en amarnos tan entrañablemente, en vivir las unas tan engarzadas en las otras, que estemos entretejidas las unas en las otras, de manera que la vida de nadie aquí puede ser independiente de la de nadie, que todas tenemos que ser UNO y estar de tal manera entrelazadas, entretejidas, que no se sepa dónde acaba una y donde empieza otra, porque la compenetración sea tan intensa que se nos vea como un TODO que de verdad preste a Jesús la materialidad de nuestras vidas para hacerle presente; y que el Amor llegue a ser tan intenso, la oblación y el dar la vida, el morir a cada instante, cada día, a cada momento, por amor a los demás y por amor lograr una relación tan estrecha, tan íntima -no se expresarme mejor y es tan pobre el lenguaje humano- que seamos de Verdad UNO, que seamos de verdad el Velo de su Cuerpo, que no se nos pueda dividir. ¡¡Que sea tan apasionado el Amor a que nos mueve a esta unión, que en un momento dado lleguemos a una oblación perfecta y nos rasgue el amor y de verdad el Corazón de Cristo sea desvelado al mundo!!
Veo clarísimamente que nosotras tenemos que ser ese velo, ese cuerpo, esa cortina; hoy, aquí, en este momento de la historia y ¡¡este Viernes Santo a más tardar tiene que rasgarse y aunque se reconstruya tiene que estar rasgándose continuamente porque el amor tiene que ser tan intenso que nos lleve a dar la vida y se rasgue y cuando a nuestro alrededor haya tinieblas, oscuridad, frío, ausencia de Dios, que nuestra comunión, nuestra entrega, nuestro amor, le haga a Él presente!!
Me ha gustado la frase » no podemos ser solteronas con hábito» yo le pondría solteron@s , es un riesgo grave que se corre porque puede ser riesgo de un egoísmo egocentrico que debe evitarse
Su artículo es lucido como todos y expresa su vivencias
Luís Castillo
Madre, gracias por comunicarnos al amor. Por mostrarnos el corazon de ese Cuerpo mistico de CRISTO. Este grito del amor en su labios son latidos de ese corazon que palpita por El Espiritu Santo que lo impulsa a las Verdades de DIOS. gracias Madre y no deje de gritarme ese Alimento, esa agua viva que emana de Papito DIOS.
Hemosa niñas consagras que vuestra pureza de corazón y vuestra limpia mirada nos muestren siempre el rostro de Dios.
El mundo necesita de vosotras , de la inocencia de quienes todavía conservan un alma cándida y no han sido corrompidos por la codicia, ni las ansias de atesorar bienes en la tierra pro con los pies descalzos en el suelo nos muestren el camino hacia Dios!!