El Salmo Miserere

 

Hay un salmo que creo que es uno de textos más hermosos de la Biblia y más útiles en el sentido de que nos retrata a cada uno de nosotros y nos pone frente a frente con Dios y con lo que somos, con nuestra miseria y nuestro pecado. Ese salmo es el Salmo 50: el Salmo Miserere.

wp-1452753429454.jpgA veces, quizá por la costumbre, porque se infiltra un poco la rutina, lo rezamos y lo rezamos, lo repetimos y lo repetimos… pero tengo la sensación –al menos a mí me sucede- de que no lo saboreamos, no lo gustamos. Y ahora he querido traerlo aquí para desgranarlo despacio porque siempre es bueno pedir la Misericordia de Dios y de acogernos a ella.

“Misericordia, Dios mío, por tu bondad…” Misericordia, Dios mío, porque Tú eres bueno; no porque yo merezca esa Misericordia, no porque tenga derecho a exigirte nada. ¡Te la suplico y sé que me la vas a dar!… porque Tú eres bueno.

“Por tu inmensa compasión borra mi culpa…” Borra mi culpa, no solamente perdónala… sino bórrala, ¡bórrala! ¡Quítala de mi vida, de modo que no quede de ella ni rastro!… ¡Renuévame!… ¡Hazme nueva por dentro!… ¡Borra mi culpa!

“Lava del todo mi delito, limpia mi pecado…” Sí, Señor: Tú sabes… ¡que tengo pecado!… ¡que soy pecadora! Y, por eso mismo, Tú no dudaste en hacerte pecado y en hacerte maldito para poder regalarme ahora esa Misericordia.

“Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado…” Efectivamente: no podemos ir por la vida jugando a perfecciones y jugando a los impecables. ¡¡Somos pecadores!! Somos… ¡¡muy pobres!! Dice Santa Teresita: “Reconocerse con amor –con amor, ¿eh?… no con rabia, ni con resquemor, ni con crispación… ¡¡con amor!!- una pobrecita nada y no más”. ¡Es la fuente de la paz!… El camino abierto a que la gracia actúe.

“Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado…” “Tengo siempre presente mi pecado…” Esto no quiere decir que haya que estar todo el día mirándose uno sí mismo y diciendo: “¡Pobrecito de mí!… ¡Qué malo soy!… ¡Cuántos pecados…! ¡No tengo remedio!…” No, eso es una letanía de lamentos que no sirve para nada. Tengo que tener una conciencia lúcida y real de mi pecado, pero sin perder nunca de vista que estoy salvada, que estoy redimida, y que mi Dios es Misericordia. Tenemos que ser en la vida espiritual muy realistas, no andar por las ramas ni en la luna… ¡con los dos pies en el suelo, conscientes de nuestro pecado!

Teresita da una definición de la santidad en la que habla de esto. Ella dice: “La santidad no está en tal o cual práctica…” –no está en rezar mucho, en hacer muchas obras de caridad, o en hacer muchos ejercicios, en… “No está en tal o cual práctica: Consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad…” “tengo siempre presente mi pecado…”- “…conscientes de nuestra debilidad, pero… –aquí está lo más grande y lo más importante, y lo que da sentido a todo- confiados hasta la audacia en su bondad de Padre”.

“La santidad no está en tal o cuál práctica, consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y sencillos en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad, pero confiados hasta la audacia en su bondad de Padre”.

En ese sentido, tenemos que tener siempre presente el pecado: “tengo siempre presente mi pecado”.

img-20150825-wa0010.jpgY ahora viene… para mí, lo más impactante de todo el salmo: “contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces…” “Tibi soli peccavi”, “contra ti, ¡contra ti solo!”.

Fue contra el prójimo…, fue contra mi hermano…, fue en esta materia…, fue en la otra…, fue contra tal Mandamiento…, fue el de más allá… fue de pensamiento, fue de palabra, fue de obra, fue de omisión… Iba a decir que… ¡da igual! No es que de igual, pero es secundario. La cuestión es que fue contra Él, contra Jesucristo. “¡Contra Ti solo pequé!” 

Es más, yo vuelvo a lo de siempre, a lo mío: No contra Ti solo pequé, sino… ¡contra tu Corazón fui! ¡A tu Corazón herí! “Contra Ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces…”

Repito: que el género de pecado, en este caso que nos ocupa, en lo que estamos diciendo, ¡es lo de menos! El pecado no es nada más -y nada menos- que haber bajado el listón del amor en un determinado aspecto, es habernos amado a nosotros, a nuestro capricho, a nuestro egoísmo más que a Él; es haber dejado el Corazón de Jesús olvidado, roto, herido… ¡lo hemos despreciado! Hemos preferido más nuestro capricho, nuestro egoísmo, que el Corazón de Cristo. “¡Contra Ti solo pequé!” ¡Contra Ti solo, Señor! “Cometí la maldad que aborreces…” No hay pena más grande que esta: ¡herirle a Él! Hemos recibido una llamada y una misión, y herirle es justo lo contrario: es la infidelidad, el desamor.

“Este Carmelo quiero que sea el bálsamo que me cure las heridas que me hacen los pecadores.” Y en vez de ser yo el bálsamo, en vez de ser yo este bálsamo… ¡¡soy la que le hiero!!… “¡Contra Ti, contra Ti solo pequé!” ¡Contra nadie más!… ¡¡Contra Ti!!

A propósito de esto, hay unas palabras, también de la Escritura, que a mí siempre me han llegado al corazón: “Pero eres tú, mi amigo y confidente, que compartía mi pan, al que me unía una dulce intimidad… ¡tú eres el primero en traicionarme!” ¡Ese es el drama más grande del Corazón de Cristo!

En el caso de las monjas es muy evidente esto… ¡no hemos venido al convento a no pecar! ¡No hemos venido al convento a no hacer el mal!… ¡¡Hemos venido al convento a hacer el mayor bien, que es entregar la vida a Jesucristo y amarle hasta la muerte!! ¡¡Amarle por encima de todo!! ¡¡Amarle por encima de nosotras mismas!!… ¡¡Amarle por encima de nuestro atroz egoísmo!!… ¡¡¡A eso hemos venido!!!

No vale decir: “Bueno… son cositas… pues, las cositas de la vida diaria, son imperfecciones…” Eso está bien para que nos excuse el Señor por su Misericordia, por su Bondad; pero no para justificarnos a nosotras mismas. Porque, vamos a ver: a mí, lo que haga el vecino tal de la calle 57, manzana “x”, aunque me ponga verde, pues no me afecta, porque no le conozco de nada y no sé quién es el tal vecino y me quedo tan oreada.

Pero si eso mismo -o mucho menos que esto- lo dicen las que están aquí… ¡mis hermanas de comunidad!… que me conocen, que conviven conmigo, con las que estoy compartiendo todo, a las que abro mi corazón, que saben lo que deseo, lo que anhelo, lo que me afecta, lo que me importa, lo que amo, por lo que vivo… Si esas son las que me vituperan, las que me traicionan… ¡¡¡eso sí que me duele!!! Aunque sea mucho menos grave lo que digan ellas que lo que diga el vecino tal de la calle “x”…  ¡¡Son mis hermanas!! ¡¡¡Son las que yo quiero!!! ¡A las que he dado mi afecto, mi confianza, mi cariño!… ¡¡¡eso… me duele muchísimo!!! ¡¡¡Claro que me afecta!!! Pues… ¡¡¡lo mismo Jesús!!!

¡Pero estoy con Él! ¡Estoy viviendo con Él! ¡Soy del grupo de sus íntimas! Yo no puedo hacer ciertas cosas y quedarme tan fresca… ¡¡por Él!! Porque… ¡me ha dado tanto!… ¡me ha regalado tanto! No puedo esconderme en esa excusa tonta de “bueno, son cositas”… Pues, si “son cositas”, ¡razón de más para que pongamos cuidado en no herirle!…“¡Contra Ti, contra Ti solo pequé!”… ¡¡Vamos a vivir con mucho cuidado de no herir tanto a ese Corazón que tanto nos ama y tanto nos da!!

Luego, nos asustamos y nos rasgamos las vestiduras por tantas cosas que pasan… y tantos pecados horribles… y cómo está la sociedad… y España está descristianizada… y bla, bla, bla… ¿Y yo?… ¿Creo de verdad en Jesucristo?… ¿De verdad es lo que más me importa en la vida?… ¿O soy tan pagana como todos los que están ahí fuera?…

“En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. Te gusta un corazón sincero…” ¡Qué difícil es esto! ¡Un corazón sincero!…¿Qué es un corazón sincero? Pues un corazón que vive y ama en la verdad. Un corazón que se sabe pobre… que se sabe pecador… que reconoce su pecado… su mediocridad a veces… su indolencia… su egoísmo…

“Te gusta un corazón sincero…” ¡Esto es lo que le gusta al Señor! Y… ¡es tan difícil!… Porque no nos gusta la sinceridad, porque nos deja demasiado a la intemperie, nos deslumbra… Entonces, no nos gusta vernos tal y cómo somos: nos empiezan a quitar todo el maquillaje y salen todas las arrugas, todos los defectos… ¡no nos gusta nada!, porque la sinceridad nos pone ante nuestra realidad.

Y, para aceptar la realidad con amor, es necesaria la humildad. Y la humildad es, desgraciadamente, una planta exótica en la vida espiritual. Verdaderos humildes… ¡hay pocos! Y hablo de verdaderos humildes, no de estos que juegan a ser humildes, con una humildad de garabato, diciendo: “¡Qué horror!… ¡Qué mala soy!… ¡Qué desgraciado! ¡No valgo para nada! ¡Soy muy pobre!…” ¡Esto no es ser humilde! El humilde vive gozoso y sereno en su pobreza, consciente de ella y aceptándola. “Es necesario –también lo dice Teresita, siempre recurro a ella, pero es que es Maestra- consentir en permanecer siempre pobres y sin fuerzas…”

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¡Buff… eso no nos gusta nada! ¿Vernos pobres? Nos gusta poco… A «trancas y barrancas» lo asumimos. Pero… ¡que se me pase!, ¡que se arregle!, ¡que mejoremos!… ¡que esto tiene que cambiar!… Si yo soy así, lo asumo malamente, pero que hay que cambiar. Pero permanecer así, pobre y sin fuerzas… ¡¡eso no me gusta nada!! Entonces que me digan que es necesario permanecer así para llegar a la humildad, para llegar a la perfección, para llegar a la santidad…  pues ¡no nos gusta nada!

“Es necesario consentir en permanecer siempre pobres y sin fuerzas.” Y para eso, hay que destruir y desmontar todos los castillos en el aire, todas las personas ideales e imágenes ideales de nosotras mismas que nos hemos montado… y contemplar con serenidad y con paz nuestra pobreza. ¡¡Eso es un corazón sincero!! ¡¡Eso le gusta al Señor!!… “¡Te gusta un corazón sincero!”

“…y en mi interior me inculcas sabiduría…” ¡La sabiduría de los pobres! ¡La sabiduría del que es consciente de que es pobre! ¡La sabiduría del que es capaz de «saber» a Cristo Crucificado!

“Rocíame con el hisopo, quedaré limpio; lávame, quedaré más blanco que la nieve. Hazme oír le gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados…” ¡Qué bonito es eso! Oír el gozo y la alegría, como si el gozo y la alegría tuvieran sonido y se pudieran oír… Es lo mismo que decir: deja que cale en mí el gozo y la alegría, que entren hasta mí y que me invadan.

“…que se alegren los huesos quebrantados…” “Los huesos quebrantados” es -principalmente- nuestro amor propio; que lo hayamos ya quebrantado, porque ese es el hueso de taba de toda la vida espiritual: ¡el amor propio! Ese hueso hay que romperlo, hay que quebrantarlo… “Que se alegren los huesos quebrantados…”

 

 

 

 

3 comentarios en “El Salmo Miserere

  1. Que gran reflexión me ha puesto hoy el Señor, no podré «digerirla» en un sólo día…gracias Madre Olga.

    Cuando me toca rezar este Salmo en el Oficio Divino, siempre lo hago con todo el corazón, sí es muy cierto que una nunca llega a profundizar lo suficiente cada una de sus palabras; también lo rezo con todo mi corazón durante la Cuaresma, y antes de confesarme mensualmente.
    Tengo un sentimiento que no sé si es correcto, siempre lo rezo en esos momentos especialmente; sin repetirlo demasiado en el común de los días pues me queda la sensación de que por mucho decirlo no lo profundizaré lo suficiente. ( lo mismo me sucedió en un tiempo con el Padrenuestro )
    En comparación con lo que usted nos dice hoy, me doy cuenta lo mucho que dista entre mi precariedad y su sabiduría; desde hoy tomaré frase por frase para confrontarla con lo que soy, y con lo que Dios quiere de mí, ¡ qué felicidad siento de poder recibir este regalo !, de infinito valor, Dios nos está hablado, hoy me está hablando a mí, y en este preciso instante me presenta el Salmo Miserere, como diciéndome, no basta rezarlo, debo llevarlo a una profunda reflexión, a hacer cierta mi conversión … hasta que se alegren «mis huesos quebrantados «.

    Reciba un abrazo cariñoso querida Madre Olga, que el Señor le retribuya con creces toda su generosidad.

    Eliana

    ( Valdiva, Chile )

  2. “Pero eres tú, mi amigo y confidente, que compartía mi pan, al que me unía una dulce intimidad… ¡tú eres el primero en traicionarme!”
    Frases como estas me hacen replantearme día a día que si no es por la misericordia del Señor mi vida carecería de sentido…. pero vuelvo a caer y Él no se cansa de levantarme

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