Para mí nunca ha sido un obstáculo el ser mujer en el seguimiento del Señor. Al contrario: cada día le doy más gracias a Dios por haberme creado mujer y por haberme escogido para Él porque -observando como Jesús ha tratado a las mujeres- he entendido muchas cosas.
He leído en el Evangelio, he rastreado los diferentes episodios que se nos narran de Jesús hablando con diferentes mujeres en circunstancias tan distintas y en todas he encontrado un denominador común: ellas no han sido llamadas expresamente por Jesús. No se narra ningún pasaje evangélico en el que Jesús se dirija a una mujer llamándola a su seguimiento como hace con los apóstoles; sino que, más bien, lo que nos dice el Evangelio es que ellas le seguían y hay momentos en que se nos cuenta cómo Él ha salido al encuentro de ellas, ha entablado un diálogo con ellas, como con la mujer samaritana o con la mujer cananea, pero no hay un momento en que Él se pare y le diga: “Tú, sígueme.”
Y a veces, yo me he preguntado: “¿Por qué?” Y, examinando mi vida, he visto que a mí tampoco me llamó así. No hubo un momento de mi vida en que Jesús me encontró cara a cara y me dijo: “Tú, sígueme.” ¡No! La historia de mi vocación no ha sido así. Me encontré con Él, le fui conociendo, me enamoré de Él y, sin que Él me dijera nada… me fui con Él, porque cuando te enamoras de alguien no necesitas que te diga nada: espontáneamente vas. Así ha sido mi vocación y así he visto que ha sucedido con muchas mujeres: conociendo a Jesús, quedaban totalmente embriagadas por Él y le seguían sin más; no necesitan ser llamadas porque van enamoradas, prendadas de Él y le siguen.
También he observado que, salvo con la mujer samaritana y con la mujer cananea (que son dos pasajes con unos diálogos un poco más extensos), con el resto de las mujeres que le siguen, Jesús -al menos es esa la constancia que tenemos en el Evangelio- cruza pocas palabras, frases cortas. Y yo he querido siempre entender en esto -es una idea mía personal, pero la siento así en mi corazón- que el lenguaje y la comunicación de Jesús con estas mujeres que le seguían era de pocas palabras porque era más de corazón a corazón. Su comunicación e intimidad con ellas sobrepasa el uso de la palabra: es mucho más profundo y sustancial.
De hecho, con ellas se prodiga en gestos. Gestos simbólicos,como con María de Betania o la mujer pecadora que, cuando va a empezar el banquete en casa de Simón, se arroja a sus Pies y le cubre con sus lágrimas. El encuentro con María Magdalena en la mañana de Resurrección, es un diálogo breve: “Mujer, ¿porqué lloras?, “Si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto.” Y la gran revelación, el nombre: “¡María!” Y ella le reconoce y ella comprende y ella cree. Es un diálogo íntimo de pocas palabras, de muchos gestos.
Ante la mujer adúltera hay pocas palabras también y hay un gesto impresionante: Jesús ante el pecado, ante el pecado evidente, ante el pecado que otros condenan, ante la mujer pecadora que quieren dar muerte, que quieren apedrear… Jesús tiene un gesto que no tiene nada que ver con las piedras ni la dureza: se inclina. Ante nuestro pecado Jesús se inclina, no hay reproches, no hay enfado, no hay condena; hay dolor, hay claridad -porque en ningún momento Él niega el pecado- hay misericordia, hay perdón.
Pero el caso que a mí más me impresiona -el que más- es el de la mujer viuda en Naim que va a enterrar su único hijo. Pasa acompañando el cortejo fúnebre con el cadáver de su único hijo y esta mujer llora, como cualquier madre que ha perdido a su hijo y lo lleva a enterrar. No dice nada, no pide nada… solamente llora y las lágrimas de esta mujer, que es madre, conmueven las entrañas de Jesús hasta tal punto que le resucita el hijo. ¡El dolor de una madre no deja indiferente a Dios!
Si nosotras fuéramos de verdad madres, mujeres con entrañas maternas y lloráramos con verdadero dolor por tantos hijos muertos -que pululan ahora mismo por el mundo pero están muertos- conmoveríamos de tal manera las entrañas de Dios que serían devueltos a la vida. Por eso he dicho muchas veces que las Carmelitas Samaritanas tenemos que resucitar muertos, pero para poder resucitar esos hijos muertos nos tienen que doler, y tenemos que llorar.
Y hay otro caso de una mujer que le dice claramente a Jesús llorando desconsolada: “Si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano.” Es la misma mujer que quebró el frasco y es la que mejor refleja nuestra vocación, porque tiene esas dos facetas: por un lado, la intercesión, el ruego, el resucitar a la vida los hermanos muertos; y por otro lado, el gesto de amor, la entrega, la delicadeza, la sintonía con los sentimientos del Corazón de Cristo, la reparación, el entregar la propia vida en holocausto. Las dos facetas de nuestra vocación las encarna ella: llorar y llorar con desconsuelo por nuestros hermanos muertos y quebrarnos y rompernos por Jesús a pesar de la incomprensión.
Y fueron ellas, las mujeres, las que han estado cerca de Jesús cuando nadie quería estar. A pesar de su debilidad, a pesar de ser consideradas débiles por ser mujeres, eran fuertes, su amor era siempre más fuerte que el miedo y era conocido por Jesús y apreciado por Él. Así lo dice cuando Simón le recrimina que se deje tocar por “esa” y Jesús confiesa que conoce el corazón de “esa”, y dice -otra vez refiriéndose a una mujer- una las cosas más preciosas que han salido de la boca del Señor: “Se le ha perdonado mucho porque ha amado mucho.” Luego Él sabía y estaba recibiendo todo el amor de aquella mujer que lloraba a sus pies. En ningún momento Él se retira o rechaza el contacto.
Y hay que añadir que la persona, el ser humano que Jesús más ha amado y ama en la vida es una mujer; que siendo Dios, cuando quiso hacerse un regalo a Sí mismo, cuando quiso un corazón absolutamente puro y limpio que fuera un regalo para Él y que le pudiera amar como Él ansiaba ser amado, ese corazón fue un corazón de una mujer. La única criatura que fue preservada del pecado original por la Pasión del Hijo, en previsión de la Pasión del Hijo, fue una mujer… porque el Corazón de Jesús desea ser amado con ternura, con delicadeza y por eso ha hizo así, por eso la creó así y le concedió los privilegios más grandes que ninguna criatura humana haya gozado jamás. Y, sin embargo, no le dio el primado, no la envió a predicar, no le dio la facultad de perdonar los pecados, ni de administrar los sacramentos, ni de dirigir la nave de la Iglesia… Es tan evidente lo que estoy diciendo que no entiendo cómo todavía hay personas que siguen machacando el mismo clavo, ¡es absurdo! No es cuestión de amor, porque nadie fue más amada que Ella, sino que es cuestión de que, en el plan de Dios, Él ha ordenado las cosas según su Sabiduría Divina le dicta; y lo normal y lo lógico es que confiemos en Él, en su Sabiduría, y acatemos lo que ha dispuesto.
La mujer en la Iglesia tiene su puesto, tiene su lugar y tiene una vocación irrenunciable a ser ministro de la ternura de Dios, ministro de la delicadeza de Dios, reflejo de la maternidad de Dios porque Dios es padre y madre, no solo es padre, también es madre. La mujer tiene que ser testigo de la ternura y la misericordia de Dios… la mujer tiene como misión redimir todos y cada uno de los gestos, la mujer tiene que enseñar el valor de la fragilidad, la fortaleza de lo pequeño, la reciedumbre de una madre… La mujer tiene que enseñar a los hombres a llorar: a llorar la soledad del Señor, a llorar la dureza de corazón, a llorar tantos hermanos que se nos mueren… La mujer en la Iglesia tiene que enseñar a acariciar, a besar, a tocar… tiene que redimir todos esos gestos que tanto miedo dan a veces y tiene que ser reflejo de la pureza de Dios: es un ministerio. La mujer en la Iglesia tiene que enseñar a adorar, a permanecer, a servir, a obedecer, a permanecer con Él y a orar, a conciliar, a reconciliar… y tiene que ser la primera a encontrarse con el Señor resucitado y correr, como María Magdalena en la mañana del domingo y como la mujer samaritana cuando se encuentra con Él junto al pozo y le reconoce como Mesías de Dios.
No tenemos que tener miedo y mucho menos sentirnos inferiores. Yo os repito que nunca me he sentido tan feliz como ahora cuando palpo todos los límites y toda la pobreza de mi naturaleza humana. No necesito nada para vivir una vida plena con Él… sino solamente estar con Él. Y subir con Él a Jerusalén, acompañarle y acercarme a Él y estar con Él; y, cuando todo sea adverso, todo esté en contra… seguir proclamándole a El, seguir enjugando sus lágrimas, seguir contemplando su Rostro… proclamarle Señor cuando todo mundo huya de Él, contemplar a Jesús hecho gusano, hecho pecado y no sentir horror sino compasión. Pero no compasión en el sentido de sentir lástima, sino compasión en el sentido más profundo de «padecer con». Compadecer significa eso: “padecer con”, compartir todo con Él, vivir todo con Él: subir a Jerusalén con Él, ser abandonada con Él, ir al Huerto con Él, sentir el beso de Judas con Él, sentir el abandono de todos con Él, ir al Pretorio con Él, ser llamada blasfema con Él, ser tenida por loca con Él… todo con Él.
Eso es lo que hizo su Madre -el Corazón de su Madre no estuvo ni un instante separado del de Él- y al final recibir el Cuerpo muerto de Jesús como Ella. ¿Qué sentimientos embargarían el Corazón de ella cuando recogía aquel Cuerpo? ¿Cómo le miraría? Le acariciaría más con la mirada que con las manos; el Corazón de Ella estaría tan roto como el de Él, tan traspasado como el de Él. Ella tuvo un dolor que Jesus no tuvo nunca: el llevarle a la sepultura, el sepultarle, el dejarle allí. Y ella, solamente Ella -otra vez una mujer- fue la que mantuvo la fe. Ella fue la única que esperó la Resurrección.
Dios me esta enamorando cada día de y deseo seguirle, como la mujer samaritana
Coincido :»Para mí nunca ha sido un obstáculo el ser mujer en el seguimiento del Señor. «…. Para mí tampoco!!…..¡¡Gloria al Señor!!
Más de alguna vez pensé ¿ por qué Jesús había llamado de forma directa a los varones, con un «Ven, sígueme «?, no así a la mujer ?… que me sonaba como si sólo el hombre podía seguirlo.
Pues pensé más tarde, no es que no nos llamé, ¡¡sí lo hace !! pero de forma diferente, para roles diferentes, y lo hace con una expresión más sutil, delicada, con una invitación a seguirle usando el lenguaje del corazón; sabe que la naturaleza de la mujer es intuitiva, hecha para comprender con la mirada, ella no ha de ser quizás el pastor del redil, pero sí la esposa que permanecerá a su lado, amante de sus intereses, ocupada y preocupada de procurarle atención, apoyo, dispuesta a desvelarse por el amado.
He experimentado que existe siempre un llamado implícito de parte de El, cuando una vive interiormente el deseo irrefrenable de querer » estar con El «, nada bueno puede haber en mí sin la inspiración del Espíritu Santo. Claro está que el Señor me llama, y me invita a seguirlo también.
Como bien dice la Madre Olga » no nos llama de manera expresa » para un fin o misión determinada, siento yo, que Jesús sabe, conoce mi interior mejor que yo misma, y su mirada, su expresión silenciosa, es la que trasformará mi vida entera.
Gracias Madre, por su maravillosa reflexión, a través de ella puedo ahondar más y más con respecto a lo que Dios quiere de nosotras; nuestra fidelidad y constancia, quiere una actitud siempre alerta, atenta a su querer, a mirarlo cuando nos mira, a escucharlo cuando nos habla, etc. a entender su lenguaje silencioso; El sabe, sabe que la mujer es imprescindible, como fue la Virgen Santísima Co-Redentora con El.
En Jesús y María
su agradecida
M.Eliana
Esta meditación de Jesús y las mujeres, es para mí, de las que tienen un significado más hondo y singular
Que relación más profunda se establece entre nosotras y Jesús.
No podía ser de otro modo porque el corazón de Jesús tiene toda la ternura y la pasión de un hombre enamorado y la relación que establece con nosotras es un idilio místico, que no puede ser comparado con ningún otro amor , San juan de la Cruz es quien con su lenguaje inefable mejor lo expresa » quedéme y olvidéme, el rostro recline sobre mi amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado»
Creo que más no se puede añadir, que mayor destino en la vida que vivir recostadas sobre el pecho de Cristo , sintiendo palpitar su corazón y tratando de acoplar nuestros latidos a los suyos !!!
Si en verdad ese fuera nuestro ideal , que hermosa sería nuestra vida, porque sería sentir como Él , entregarnos como Él, amar como Él. Todo lo demás llegaría solo, ya no necesitaríais más ciencias , ni doctrinas , tan sólo obedecer los dictados de nuestro corazón, latiendo al unísono con Él Suyo!!!
Bellamente escrito, gracias