Puso su tienda entre nosotros

“Y el Verbo hecho carne habitó entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria del Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14)

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Estas palabras del evangelista San Juan sintetizan lo más grande y lo más característico y lo más identificativo de nuestra fe, de la fe cristiana: y es que Dios, el Verbo de Dios, se hizo carne, se hizo uno de los nuestros y vino a vivir entre nosotros.

Pero hay varias traducciones del Evangelio de San Juan. Y en algunos sitios, la traducción es diversa, dice: “El Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros”.

Es muy significativo, porque la tienda para los hebreos es el verdadero hogar. Los hebreos de suyo eran un pueblo, como sabemos, nómada, que andaba con los rebaños y las tiendas de acá para allá. Llegaban a un sitio que era adecuado para los rebaños y se quedaban ahí un tiempo, unos días, una temporada… y lo que hacían era plantar su tienda allí y aquello era su hogar. Llegaba un momento en que ya aquello dejaba de ser interesante para los rebaños y entonces se ponían de nuevo en marcha hasta que encontraban otro lugar apropiado, y volvían a hacer lo mismo: volvían a poner ahí su tienda. Y donde ponían su tienda, estaba su verdadero hogar, su verdadero lugar, su verdadera casa…

¿Qué quiere decir que el Verbo haya puesto su tienda entre nosotros? Pues, sencillamente: no simplemente que haya venido y se haya puesto a convivir con nosotros… Sino que yo voy mucho más allá: si poner la tienda es poner el hogar, quiere decir que Jesús ha tenido empeño en vivir con nosotros; pero no vivir de cualquier manera, sino poniendo el hogar entre nosotros, su hogar, su vida, lo cotidiano… su vida cotidiana entre nosotros.

img_3887.jpgY a mí esto me hace pensar muchísimo, por una razón muy simple. Yo no sé cómo lo habréis vivido vosotros, pero yo lo he vivido muchas veces de la siguiente manera: me he sorprendido, ahora ya me va pasando menos, pero me he sorprendido muchas veces a mí misma soñando castillos, fortalezas, palacios… algo grande para aposentar al Señor, para que Él ponga su morada en mí en algo grande.

Y me ha costado mucho tiempo entender -y todavía a veces me sigue costando, porque sigue aflorando lo anterior- que Jesús no busca eso. Jesús no busca la suntuosidad, ni el lujo, ni lo deslumbrante… sino que Jesús quiere simplemente un espacio libre -y eso es lo más difícil, dejar un espacio libre- sin piedras, sin broza, sin arbustos… ¡libre!, ¡libre!, ¡vacío!, ¡disponible!, para poder poner su tienda en mí.

¡¡Me ha costado mucho tiempo comprenderlo!! Poco a poco lo voy comprendiendo ya, pero de ahí a hacerlo vida… me resulta difícil, porque me sigue aflorando todo lo anterior: mis pretensiones y mis miras humanas, mi manera de entender las cosas demasiado humana… Y Jesús pacientemente espera a que yo desmonte mi «montaje» para poder Él poner su tienda y estar conmigo.

¡Él quiere poner su tienda en nosotros! Y para eso… tenemos que dejarle el espacio libre y no ponerle trabas. Porque Él no espera nada a cambio: ni que hagamos cosas, ni que cantemos cosas, ni que recemos cosas, ni que… Lo que de verdad a Él le interesa es el espacio, poder vivir entre nosotros, sentirse acogido, sentir que esta es su casa, sentir que este es su hogar, poner aquí su tienda y, de alguna manera, decir: “¡Me instalo! Yo vivo aquí, ¡y vivo aquí a gusto!”

Y esa es una de las tareas importantes que tenemos que esforzarnos, hasta donde podamos: desbrozar el campo, quitar marañas, quitar cosas y dejar espacio libre para que pueda acampar, para que pueda poner su tienda e instalarse y decir: “¡Este es mi hogar! ¡Aquí vivo yo a gusto!”

Y, sin darnos cuenta, muchas veces insensiblemente, no le dejamos poner la tienda, porque queremos ser nosotros los que dirijamos nuestra vida… queremos ser los que dispongamos qué hay que hacer y cómo hay que hacer, y le explicamos a Él con la mejor voluntad y bajo capa de bien lo que hay que hacer… ¡y no es eso! Hay que dejar un espacio libre para que Él pueda crear, para que su amor creador fructifique y dé lugar simplemente a lo que Él quiera, no a lo que nosotros planeemos.

En la Escritura, los pasajes que rodean todo lo de la Encarnación y lo de la Natividad, hay una imagen bonita, preciosa, que es el contraste entre el el esplendor del Templo  de Jerusalén, y la sencillez del establo donde nació Jesús.

Jesús no puso su tienda en el Templo… ¡Jesús puso su tienda en un establo! Y ahí es donde se manifestó, donde se le vio por primera vez, donde su Madre le dio a luz y nos lo entregó.

El Templo, para los judíos, era lo más de lo más de lo más… porque era el lugar dónde, según ellos, según su fe, en el Sancta Sanctorum, habitaba la Divinidad, era el signo de la presencia de Dios. Y le tenían ahí, de alguna manera, circunscrito al Templo de Jerusalén. El Templo de Jerusalén para ellos era lo más grande, la revelación más grande, lo más importante, porque era el lugar donde para ellos estaba presente la Divinidad.

Sabemos toda la historia del pueblo de Israel en el éxodo: cómo Dios les acompañaba en la columna de fuego por la noche y en la columna de nube por el día… y la Presencia de Dios se hacía real, se hacía realidad con esos signos externos. Cuando termina el éxodo, cuando ha sucedido ya lo del destierro, cuando ya han vuelto, cuando han recibido la Ley, cuando se les han perdido las tablas… cuando ya se les ha pasado de todo… lo que les queda de esa Presencia, puesto que han perdido el Arca, es el Templo. El Templo para ellos es la Presencia de la Divinidad, el Sancta Sanctorum.

Y, como Dios es así de sorprendente, cuando llega la plenitud de los tiempos y envía a su Hijo, no lo hace de una manera deslumbrante en medio del Templo de Jerusalén, saliendo triunfante del Sancta Sanctorum… sino que crea otro templo. Un templo que María lleva nueve meses en su seno… ¡es un Templo vivo! El Templo donde mora la plenitud de la Divinidad, que es el Cuerpo de Cristo.

Y ese Templo nace, porque es un Niño, y no se muestra en la gloria, ni en el esplendor, ni en la riqueza del Templo de Jerusalén. ¿Por qué? Pues… no sé, ahí entramos en el misterio. Pero yo muchas veces pienso que el Templo, de alguna manera, había aprisionado a Dios en una serie de estructuras, de normas, de preceptos que, de algún modo, le asfixiaban. A%20Savior%20is%20BornY entonces escogió el seno de una mujer para liberarse de todo esto  en la carne de un Niño, de un Niño Recién Nacido. Y el nuevo Templo que se nos presenta no brilla… no resplandece… es insignificante… pero, en Él, sabemos que, de verdad, mora la plenitud de la Divinidad.

Dios se libera de todo eso que le tiene preso de la Alianza antigua, para crear una alianza nueva en el Cuerpo de su Hijo. Y el Cuerpo de su Hijo nace de una mujer virgen, pero en unas condiciones tan aparentemente normales, prosaicas, simples… que pasa casi desapercibido. Y esa liberación de la Divinidad en la carne de ese Niño, llega al culmen cuando ese Niño muere en la cruz… y el velo del Templo se rasga -con todo lo que eso significa de romper también con lo antiguo, con la alianza anterior-, al  mismo tiempo que se rasga el Costado de ese Niño, y el Corazón de Dios queda liberado para siempre para ser entregado, tomado, visto… y lo más importante: el Corazón de Jesús es la verdadera Tienda del Encuentro.

No hay posibilidad de encontrarse con Dios de verdad fuera de esa Tienda del Encuentro. El Sancta Sanctorum, el santuario de verdad, el ámbito donde mora la plenitud de la Divinidad es el Corazón rasgado del Hijo de Dios, que se ve definitivamente liberado del Templo antiguo y, de alguna manera, hasta del Templo de su Cuerpo, cuando ese Cuerpo es rasgado y su Corazón queda, por decirlo de alguna manera, a la intemperie, expuesto, para todo aquel que quiera acercarse y vivir ahí.

El Corazón de Cristo es la Tienda donde Dios cita a sus predilectos, a sus más íntimos. Hemos recibido una cita… ahí, en la Tienda del encuentro, que es el Corazón de Jesucristo. Y querría haceros caer en la cuenta del privilegio y el regalo que supone haber recibido esta cita.simon_dewey_come_ye_to_bethlehem_5x7

Lo he dicho muchas veces y lo repito, y todas lo sabemos: ¡el azar no existe! ¡La casualidad no existe!… ¡Solo existe la Providencia, que va guiando nuestros pasos y nuestro camino en la vida! ¡¡Ninguno estamos aquí ahora por casualidad!! ¡¡¡Ninguno!!! Ni yo estoy escribiendo este post por casualidad, ni tú lo estas leyendo tampoco casualmente. Cada uno tendrá su historia y Dios se habrá servido de unos medios y de unas circunstancias… pero no estamos aquí por casualidad, sino porque Él quiere que estemos aquí, hoy y ahora.

Y en este momento renueva su cita y la hace más apremiante. Tenemos que dejarle que Él venga a nosotros con la Tienda del Encuentro abierta, para poder penetrar en ella y acudir a esta cita. Es una cita que tiene un principio en el tiempo, pero no tiene fin porque es para toda la eternidad. Yo quisiera que adorarais a Dios por este designio y que le dierais infinitas gracias, porque el don es inconmensurable.

Y, al mismo tiempo, querría que pusieramos todo el empeño en engalanaros para esa cita. Y que, cuando Él llegue y se nos presente bajo la apariencia del Hijo recién nacido de María, entendamos que la cita empieza ahí… Pero que tenemos que seguir junto a Él -¡siempre junto a Él!- hasta el Calvario. Y, una vez rasgado el Corazón, penetrar en la Tienda sin temor… ¡sin temor!

A veces no es fácil… Hay que despojarse de muchas cosas para poder penetrar en la Tienda del Encuentro. Pero ese despojo, aunque de entrada pueda ser doloroso, como cualquier despojo, a la larga es liberador. Y lo que decía hace poquito el Papa Benedicto XVI: “Jesucristo no quita nada y lo da todo”. Y lo único que pide es nuestro consentimiento, nuestro querer.

silent-night¿Dónde quiso Jesús asentar su tienda? ¿Y dónde quiso la Palabra hecha carne asentar su gloria? No en el Templo de Jerusalén, ni siquiera en la posada, escogió el establo, cerca de los pastores que “vigilan de noche”. Los pastores tienen la agudeza suficiente de vista para saber ver a través de la noche… vigilan sus rebaños de noche.

Y nosotras tenemos un rebaño que guardar, un rebaño que se llama humanidad, que nos ha sido encomendada para que la amemos y, junto con Cristo la corredimamos. “A través de todos los vacíos, de todas las noches, todas las oscuridades, todas las impotencias…” (Elevación a la Santísima Trinidad, Bta. Isabel de la Trinidad), hay que seguir vigilando, porque ahí, ante los que vigilan, aún en la noche, es donde Jesús pone la tienda.

Y sobre esta tienda, que es una tienda extraña, porque un establo con unos animales y un matrimonio joven, con una mujer que da a luz por la noche, es algo extraño, inhóspito, raro… Ahí, en esa circunstancia es donde la estrella, que va anunciando que Él viene, es donde se detiene y termina su peregrinación. Ha pasado de largo por un montón de sitios: ha pasado de largo por Jerusalén, que dicen que en Jerusalén los magos la perdieron… Ya no la veían: frente a todo el boato, la pompa, lo grande… la estrella palidece y los magos no la ven. Y cuando brilla más y se detiene, es sobre aquel establo… sobre aquella pobreza… sobre aquella insignificancia… (Cf. Mt 2, 1-12)

La manifestación de Dios en la carne se realiza ahí y el Templo de Dios se muestra ahí. Y se muestra no en el boato y el lujo del Templo de Jerusalén, sino en la carne frágil de un Niño Recién Nacido. ¡Ese es el Templo de Dios! ¡La Morada plena de la  Divinidad!

Y es precioso, porque dice el pasaje evangélico que su Madre lo envolvió en pañales. Es su Hijo, lo ha llevado nueve meses en su seno, pero ya lo ha dado a luz, ya lo ha entregado, ya no es para Ella. Es su Hijo y siempre va a ser su Hijo, pero no se lo guarda. Desde el mismo momento de su nacimiento, María nos entrega a Jesús.

Y el hecho de envolverlo en pañales es una prefiguración de la Eucaristía envuelta en corporales y depositada. Pero, en vez de otro altar más digno, el Templo de Dios, la  plenitud de la Divinidad envuelta en un pañal -que sería un trozo de tela simple y vulgar, porque eran pobres- queda en un pesebre… donde hay paja, heno, que comen los animales. ¡Esa es la manifestación de Dios en la carne! ¡Ese es nuestro Dios!…

2 comentarios en “Puso su tienda entre nosotros

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