El Fuerte vencido

 

LOS CIELOS DESTILAN MIEL (Villancico)

  1. Los cielos destilan miel y en la noche venturosa / van abriendo como rosas mil prodigios en Belén. / Una Virgen dando vida al que es de la vida Autor, / el Poderoso hecho Niño, pidiendo el Amo favor. /

Un Dios humillado, el Fuerte vencido, el Verbo callado, el Amor dormido. / Se hacen las tinieblas luz y en la noche se abre ya. / La inmensa misericordia de una nueva claridad. / Aparece en nuestra tierra Jesucristo nuestra paz. / Un Dios humillado, el Fuerte vencido, el Verbo callado, el Amor dormido.

  1. Pero en medio del silencio se da el prodigio mayor / que es andar pidiendo amor el que del amor es Dueño. / Es hacerse pobrecito pidiendo le den calor /el que dentro de su pecho tiene una hoguera de amor. /

Se ha hecho pequeñito buscando mis brazos, / quiere mi pobreza para su descanso. / Si le das tu corazón y en la noche le abres ya. / En retorno de tu amor Él mismo se te dará. / Pues el Niño se da todo a quien del  todo se da. Se ha hecho pequeñito buscando mis brazos / quiere mi pobreza para su descanso.

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Podemos decir como los magos: “Hemos visto su estrella y hemos venido adorarle”. La estrella está señalando a Jesús sobre el sagrario, señalando el lugar, el único lugar donde le podemos encontrar siempre, sin duda, indefectiblemente. ¡El Cuerpo de Jesús está ahí! ¡El Cuerpo de Jesús Recién Nacido está ahí! ¡El cuerpo de Jesús resucitado y glorificado en el cielo está ahí!… Su estrella lo señala, su estrella se ha detenido justo ahí. “Nosotros la hemos visto y, por eso, ¡venimos a adorarle!”

He encabezado este post copiando “Los cielos destilan miel”, porque es uno de mis villancicos más queridos, más hondamente gustados y saboreados… Todo él me gusta, pero el estribillo nos define la Navidad como pocas canciones: “Un Dios humillado, el Fuerte vencido, el Verbo callado, el Amor dormido…” Dormido, pero en vela al mismo tiempo… dormido como nuestro Niño de la capilla, pero soñando con nosotros, soñando con tenernos en torno a Él… en torno a su Misterio, adorando la Divinidad de Dios en el Cuerpecito de un Recién Nacido…

Las tinieblas se han convertido en luz, porque ha aparecido Jesucristo y Él es nuestra paz. Él es el Amor de Dios hecho carne. Y le vemos -como dice mi villancico- que viene en silencio, sin ruido, sin llamar la atención y viene el Amor, el Dueño del Amor, pidiendo amor. Y se hace pequeño y se hace pobre y pide que le calentemos y que le demos calor Aquel que en su Pecho tiene una hoguera de amor y de un amor infinito, que no se acaba nunca.

Jesús se ha hecho pobre y pequeño… Jesús busca mi vida, mi regazo pobre, porque, misteriosamente, Él ahí descansa y es feliz… Él quiere mi pobreza… mi impotencia… mi nada… para poder descansar. Mi pobreza le atrae poderosamente y mi pequeñez le ha vencido. Mi fragilidad y mi miseria han vencido a Dios, han vencido al Fuerte, ha vencido al Omnipotente.

Y dices: ¿cómo puede ser? Pues es muy sencillo: puede ser, porque Él quiere. Yo le he vencido desde mi pequeñez, porque Él se ha dejado vencer, porque Él ha querido que yo le venza… no por otra razón.

Él se deja vencer fácilmente cuando ve un alma pequeña, cuando ve ternura… cuando ve un regazo dispuesto a acogerle y darle calor… En ese momento no busca más: ¡está deseando tener una excusa para dejarse vencer!

Y mirad hasta qué punto le hemos vencido. Contemplad la ternura, la fragilidad de nuestro Niño: es pequeño… suave… indefenso… como cualquier niño pequeño, como cualquier recién nacido.

img-20160103-wa0055.jpgPero es que además –por eso me gusta tanto ese Niño sobre otras imágenes del Niño Jesús- está dormido. Cuando ya uno se duerme, es porque se fía totalmente, porque se deja totalmente, porque se abandona totalmente… De lo contrario, no se duerme uno: está con los ojos abiertos y alerta, atentos a lo que pueda pasar. Si uno se queda dormido, es porque se confía y se deja. Y eso… ha hecho Él con nosotras… ¡y lo hace!… ¡y seguirá haciendo!

Si yo le recibo, cerrará los ojos y descansará en mis brazos… y dejarse mecer… y dejarse cuidar… y dejarse traer y llevar… ¡Eso hace en la Eucaristía! En la Eucaristía ni siquiera tiene capacidad de moverse, de llorar… permanece quieto… con los ojos cerrados… totalmente fiado de nosotros y de lo que queramos hacer con Él. ¡La Eucaristía es el triunfo de la humildad y la condescendencia de Dios! ¡No pudo haber inventado otra manera de más condescendencia, de más abajamiento, de más entrega!

¡El milagro de amor más grande es la Eucaristía! Donde de verdad el Verbo está callado y el Fuerte está vencido y entregado es en la Eucaristía. Y lo que le vence, lo que le ha vencido, no soy yo; lo que le ha vencido ha sido su amor por mí, su deseo de estar conmigo… Él se deja vencer por lo pequeño… por lo sencillo… por la confianza… Se deja vencer, encontrar, aprisionar por todo al que le busca. El Fuerte es vencido por mi fragilidad y, se me uno a Él, Él haz de mi pequeñez invencible.

No sé si es muy oportuno decirlo aquí, ahora… pero hay una escena que hace mucho me ronda la cabeza y me hace pensar mucho en la Navidad, me hace pensar mucho en Belén. Os lo voy a contar, porque a mí me ha hecho mucho bien; y cada vez que veo al Niño me vuelvo a acordar. Es una escena de una película, de la segunda película de “Las Crónicas de Narnia”.

Cuando las cosas van mal, todos intentan combatir el mal, ideando estrategias, buscando medios para luchar, para pelear… y lo hacen con buena intención, con buenos deseos y «echando el resto».

Solamente hay alguien, la más pequeña, Lucy, que se acuerda de que ellos no van a poder… de que solo Aslan va a poder combatir aquel mal y se va a buscarle. No se preocupa de preparar la batalla, de idear estrategias, de ayudar a sus hermanos… Ella se va y, además, se adentra en el bosque sola, convencida de que le va a encontrar y de que, yendo a  buscarle, no le puede pasar nada.

Ella es pequeña, es una niña, pero tiene la esperanza y la confianza en el corazón… y se adentra en el bosque solamente con una daga pequeñita por toda defensa, convencida de que va a encontrar a Aslan. wp-1451929943293.jpgY cuando le encuentra –¡esa es la escena que no se me va!- se lanza hacia Él y le abraza con fuerza. Ella es una niña pequeña, y Él es un león enorme, inmenso. Y el abrazo de ella, confiado, lleno de amor, lleno de gozo porque le ha encontrado… ¡le tumba!… ¡le vence!…. ¡El fuerte es vencido!

Y… ¿qué es lo que le tumba? ¿Una niña pequeña? ¡No! Le tumba el amor de ella, la confianza absoluta que ella tiene y cuando le abraza… él literalmente se desploma.

Esa escena la tengo grabada en la mente y en el corazón. Y… ¡cuántas veces en mi vida he visto que es real! Que, cuando yo le voy a buscar así: con esa seguridad, con esa confianza absoluta en El… le encuentro, indefectiblemente; y, encima, se entrega del todo, se deja tumbar por mí… Él pasa a ser siervo, y yo su señora… está totalmente a mi servicio y yo soy su dueña… porque el amor le vence del todo.

¡Esa es la Encarnación! ¡Esa es Navidad! ¡El amor, nuestro amor… tiene que hacer que cada día sea Navidad! Que venzamos de tal manera la Omnipotencia de Dios, que venga y se haga presente siempre… Y yo le tengo que hacer presente a fuerza de amor.

Eso es Navidad: abrazar a Dios con nuestra fragilidad y atraer toda la gracia y toda la fuerza de Dios, sirviéndonos de nuestra pequeñez, sirviéndonos de nuestra absoluta impotencia.

 

 

 

 

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