¡¡Verdaderamente ha resucitado el Señor!! ¡¡¡Aleluya!!! ¡Verdaderamente!
Señor Jesús, delante de Ti, ante Ti, de la misma manera que María te vio en el huerto, los discípulos en el Cenáculo, los de Emaús en el camino, tus apóstoles junto al lago… Así, de la misma manera, estamos hoy aquí contigo.
Te pido, Señor, la gracia, no de que lo digamos y lo repitamos, sino de que de verdad lo creamos. Que nos creamos que verdaderamente, de verdad, has resucitado; estás vivo y has resucitado, y que arraigue en nosotros la seguridad de que esa verdad -que es la verdad más grande de todos los tiempos- es la noticia más impresionante y mejor, la noticia inmejorable: tu Resurrección.
Haz, Señor, que eso empape nuestro ser, cale hasta lo más hondo, llegue hasta la última brizna de nuestro ser. Verdaderamente ¡¡de verdad!! no como quien lo repite y lo repite porque es la antífona de la Pascua. ¡¡No, no!! que sea verdad, que yo me lo crea y sepa con todo el ser que Tú has resucitado.
Deja que me inunde el gozo de la Pascua, deja que escuche tu nombre, llamándome y sacándome de mis dudas, mis miedos, mis incertidumbres… Hazme escuchar tu palabra, diciendo: “Voy al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”, que te escuche en lo hondo del corazón decir: “No tengas miedo, yo he vencido al mundo, yo soy tu resurrección y tu vida. Yo he venido a hacer nueva todas las cosas, y las hago nuevas y también a ti te hago nueva. He resucitado y te renovaré, te cambiaré, haré de ti una criatura nueva, llena de luz, de vida, de esperanza”.
Danos a gustar el gozo y la eterna novedad de la Pascua; erradica para siempre de nosotros el miedo a lo nuevo, a lo que está por venir, a las sorpresas del Espíritu Santo… porque esa es la peor muerte: tener miedo al Espíritu de Dios y a la novedad de la Pascua.
Muerto ya está el que no se atreve a dar un paso por Ti, el que no se atreve a arriesgar, el que no se atreve a desinstalarse… ese ya está muerto, y yo no quiero estar muerta de esa manera, Señor. Resucítame con tu Espíritu, sácame de mí, de mi miedo, de mi inseguridad, de mi vieja sensatez… de todos esos sepulcros en los que me escondo y me refugio, porque en el fondo me da miedo ser una mujer pascual, una mujer resucitada que sale de su sepulcro victoriosa de la muerte porque Tú me has salvado. Victoriosa pero despojada, desnuda, sin nada…
¡Cuánto miedo nos da volver a esa inocencia original y entregarnos a Ti!, sin prejuicios, sin condiciones… ¡libres! Preferimos seguir siendo hombres viejos y guarecernos en el sepulcro. ¡Qué pena que prefiramos la oscuridad del sepulcro a la luz de la vida!, porque en esa oscuridad nos sentimos seguros, la conocemos, mientras que salir del sepulcro resucitado… significa lanzarnos a una vida plena pero que nos da miedo porque no conocemos, porque no controlamos. ¡Qué pena que prefiramos las viejas seguridades a la libertad, qué pena que prefiramos la mediocridad a la plenitud!
Señor Jesús, si me concedes esa gracia de creerme de verdad, de verdad, que estás vivo y resucitado… haz de mí después lo que quieras. Envíame al mundo entero a gritar lo que es el amor y la vida.
Necesito que me llames como llamaste a María, pero yo soy más pobre que ella, Señor, y necesito tocar como Tomás, porque a veces mi fe es pobre, vacila, titubea… es poca, pequeña, necesito que me invites a tocar tus llagas e introducir la mano por la llaga de tu Costado, necesito tocar tu Corazón vivo, resucitado, palpitante para siempre, necesito el regalo de esa experiencia en mi vida.
Confirma mi flaca fe de esa manera y la de tantos hermanos que vacilan, que te quieren Señor como te quiero yo, pero después tropiezan, caen.
Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura.
Madre querida!!! Que alegría todo lo que nos comparte. Un abrazo fuerte Jesús nuestro Señor la bendiga.