María Magdalena fue corriendo al sepulcro a buscar a Jesús.
Y, qué curioso: Él se hace presente a ella, pero a mí lo que me impresiona es… por un lado ver, cómo ella aunque amaba al Señor muchísimo y por eso sale corriendo al sepulcro, por el deseo de estar cerca de Jesús, pero ella en realidad, buscaba un cadáver, nada más.
Tenía el dolor de aquellos que desean estar junto al cadáver del ser querido que han perdido, pero en ningún momento pasa por su mente que Jesús hubiera resucitado; de hecho, cuando llega y ve el sepulcro abierto y que el cuerpo de Jesús no está, en vez de alegrarse y creer en la Resurrección, su desconsuelo llega al máximo: no solamente le han matado a su Señor, sino que encima se lo han llevado y ella le busca.
Le busca con verdadero amor porque le mueve el amor, pero un amor sin fe: ella no ama a Jesús vivo y resucitado, ella ama el recuerdo de aquel a quien tanto ama y de quien se ha sentido tan querida, pero no va buscándole vivo, va buscando un cadáver. Aún así… corre, corre presurosa, porque es el amor lo que la mueve.
Y, cuando se encuentra con Jesús, está tan obcecada, tan obsesionada, tan cerrada en su idea, en buscar y encontrar el cadáver de Jesús, que le tiene delante vivo, resucitado y glorioso, y no es capaz de reconocerle; no se da ni cuenta. Sus lágrimas la ofuscan de tal manera que no le dejan ver la gloria y la belleza del Resucitado.
Y a mí una de las cosas que me impresiona mucho es, que cuando Jesús sale del sepulcro resucitado, glorioso, vencedor de la muerte, no se convierte en una especie de «superdios», estupendo, que ya lo tiene todo ganado, que no tiene nada que perder, y que como tiene una naturaleza gloriosa está aparte, lejos de nosotros. No.
Jesús resucitado lo primero que se encuentra en la mañana de Pascua es con las lágrimas de una mujer, y su condición de Resucitado no le hace inaccesible, lejano, pasar de ese tema, “eso yo ya lo tengo superado”, ¡no! Se acerca con dulzura, con cariño, como Él siempre es y le dice: “¿Por qué lloras, mujer?” Porque podría haberle dicho: “mira, no estamos hoy para lloros, que ya he vencido. María, mira, soy yo, he resucitado, déjate de llorar y vamos a otra cosa. Ya hemos llorado bastante hace dos días en el Gólgota”. No, no, no, ese no es Jesús.
Jesús resucitado y glorioso sigue siendo ante todo un Corazón delicado, tierno, compasivo y comprensivo, la Resurrección no le ha hecho lejano sino más compasivo todavía. Y se acerca a ella con dulzura, suavemente, y le pregunta por el motivo de sus lágrimas, aunque Él lo sabe, como sabe todo lo que tenemos cada uno de nosotros en el corazón, pero ese saberlo, como digo, no le hace lejano ni duro, sino que con toda dulzura se interesa por lo que a ella le duele.
A Él podría parecerle una estupidez, porque ya está por encima de todo eso y ya ha vencido… ¡pues no! Sigue preocupándole todo lo que a nosotros nos preocupa, sigue siendo cercano y delicado hacia todo aquello que para nosotros que somos tan pequeñitos se nos hace un mundo. Y, lo primero que hace es preguntar por sus lágrimas, “¿por qué lloras?, ¿qué te pasa?, ¿qué te aflige?
Y eso lo sigue haciendo hoy, lunes de Pascua, con cada uno de nosotros. Él sabe cuántas personas hay ahora mismo atribuladas, doloridas, enfermas, que acaban de perder a un ser querido, que lo están perdiendo, que tienen personas aisladas en una UCI, familiares a los que no se pueden acercar, otros que han perdido su trabajo, su medio de vida, que lo están pasando francamente mal por la situación de precariedad económica que toda esta enfermedad también está causando.
Y, Él se acerca a nosotros con toda delicadeza, no nos dice: “¡Hala, ya es Pascua, se acabó! A mí que me importa lo que os pase, yo ya he resucitado”. No, no, ese no es Jesús. Sino que con toda delicadeza, intentando consolarnos, darnos paz, darnos esperanza, se acerca y dice: “¿Por qué lloras? Cuéntame, a ti, ¿qué te pasa?, ¿qué es lo que te aflige hoy?”
Y nos deja que le lloremos, que le digamos, que nos desahoguemos, y muy suavemente, con mucha dulzura, pronuncia nuestro nombre, porque no hay consuelo mayor que escuchar en el fondo de nuestro corazón la voz del Señor, la voz de Jesús, experimentar su presencia, porque la presencia triunfadora y resucitada de Jesús es como todo en Él, suave, delicada.
San Juan de la Cruz dice que es una mano blanda, un toque delicado que a vida eterna sabe. Y así, así se nos acerca esta mañana a cada uno de nosotros, en el huerto de nuestra vida, por donde muchas veces vamos buscando, llorando, buscamos a Jesús de manera… pues eso, muerto, porque nos falta fe. Y, se acerca a cada uno de nosotros y nos dice: “Y tú, ¿por qué lloras?, ¿qué te pasa?, ¿qué te duele?, ¿qué es lo que aflige tu corazón?”
Y, va transformando nuestras lágrimas de desconsuelo en lágrimas serenas, en lágrimas que al derramarse suavizan, dulcifican el corazón, lo van haciendo descansar y nos mira con infinita compasión y misericordia y suavemente pronuncia nuestro nombre de ese modo que solo Él sabe hacer para que yo le reconozca: “¡María!” No necesita decir “soy yo”, el modo de pronunciarlo ya le hace a Él presente, ya le revela.
Jesús resucitado se revela a cada uno de nosotros de una manera única y particular, Jesús no se revela dos veces de la misma manera a nadie, nunca se repite. El espíritu de Jesús resucitado, el Espíritu Santo hace nueva todas las cosas, hace nuevo cada encuentro nuestro con Él y lo hace a la medida del amor, proporcionándonos el consuelo y el gozo de la Pascua que Él quiere que experimentemos.
Jesús quiere que gocemos de su Resurrección, que gocemos de la Pascua, que la disfrutemos. Pero, primero nos consuela, no nos atropella con su triunfo, menospreciando lo que nos duele, sino que suavemente nos consuela, nos conforta, nos calma y transforma nuestro luto en danzas, nuestra tristeza en gozo.
“¿Por qué lloras? ¿Por qué lloramos? María, ¿no lo ves? ¡¡¡Si soy Yo!!! La causa de tu dolor no existe, estoy aquí, estoy vivo, estoy contigo”.
Porque lloras ???Porque llloramos?Maria, no lo ves??La causa de mi dolor no existe…….Jesus esta vivo, esta aqui, esta conmigo!!!!
¡Alabado sea Jesucristo! No hay nadie, mejor que el Señor, quien conoce todo de mi y ve mi corazón, que es ingrato, tu sabes Señor mi fragilidad, mi miseria. Se que me amas tal como soy. Quiero pertenecer toda a ti. Vuelvo a leer su reflexión, Madre Olga. Seguiré……. Vuelvo a ti Señor, tu amor es incondicional. Me llamas por mi nombre. Aquí estoy, Señor. Desde San Felipe, Chile. Mi saludo fraternal, para usted Madre Nuestra y hermanas.
Muy lindo como describes este paisaje de Jesús, es estupendo y reconfortante, bien!!!
DIOS SE BENDITO
SALUDOS DESDE PANAMÁ
A TODAS LAS HNAS BENDICIONES
UNIDAS EN ORACION POR EL FIN DE ESTA PANDEMIA
Agradezco a nuestro Padre Dios, querida Madre Olga Maria, por concederle la docilidad a la acción de su Espiru Santo y asi nos enseña a amar el Corazón Divinamente Humano de Jesús. Un abrazo fraterno a todas las Hermanas, desde el estado Trujillo. Venezuela. Dios las Bendiga!!
UF! digo esta expresión, pues no encuentro otra como escape de salida ante semejante asombro mío y conste que he leído sólo el 1 er párrafo, me basta, pero luego seguiré.
Jamás, me he dado cuenta ni me hubiera dado nunca!
Madre Olga, su vida contemplativa en un monasterio, convento sólo ha sido para Gracia de quienes la hemos conocido, seguido, oído..
Que todo el mundo la conozca Madre Olga!
Este pasaje del evangelio me hace reflexionar sobre cómo buscamos a Cristo cuando tenemos cegados los ojos del alma, como a pesar de quererlo con locura, a veces no somos conscientes de que en realidad, nunca nos ha dejado solos, que aunque no esté en ese sepulcro, está junto a nosotros día y noche… María Magdalena llora desconsolada porque ha perdido a Su Amado, teme que lo “hayan llevado a otro lado” porque le ama. Su pena es tan grande pues después de haberse encontrado con Él, no quiere ni puede despegarse de su lado. Al Señor le conmueve el amor de María y es a ella la primera a la que se le aparece resucitado porque ella es su escogida, su predilecta…porque una vez quiere demostrarle cuánto la ama y le da una gran misión: avisar al resto que ha resucitado. Las vendas, la piedra corrida…todo eso a María le da igual, lo que de verdad le importa es que se ha encontrado de nuevo con el Amor de sus Amores y que sigue sirviéndole en lo pequeño. En María Magdalena nos identificamos muchos porque aunque haya resucitado, no nos lo acabamos de creer y como Santo Tomás o ella misma, necesitamos palparle de vez en cuando. El Señor siempre se sorprende de los signos que necesitamos para creer pero siempre nos trata con el mismo cariño, nos acoge paternalmente y nos conduce a la Verdad, que sólo es Él. Corramos muchas veces a buscarlo al sepulcro, que sus vendas y su piedra, nos ayuden a encontrarle y así amarle locamente.
Qué maravilla de post! Me ha encantado la no reacción de Jesús ante los lloros de Magdalena… en este mundo de prisas a veces no dejamos a las personas tiempo para abrir su corazón y llorar. Les metemos prisa y los tiempos de Jesús son los tiempos del amor. Gloria a Dios