TEXTO: Mc 14, 43-50
Todavía estaba hablando cuando se presenta Judas, uno de los Doce y con él, gente con espadas y palos mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una señal diciéndoles: “Al que yo bese, ése es. Prendedlo y conducidlo bien sujeto”. Y en cuanto llegó, acercándose le dice “¡Rabí!” y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús tomó la palabra y les dijo: “Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido. A diario os estaba enseñando en el Templo y no me detuvisteis, pero que se cumplan las Escrituras”. Y todos lo abandonaron y huyeron.
REFLEXION:
¡Qué impresionante la dureza de corazón y la frialdad de Judas! Y también… ¡qué conmovedora la mansedumbre y la serenidad de Jesús…! A mí me impresiona mucho lo que es la obcecación y la ceguedad, porque Judas tiene el valor de acercarse a Jesús y besarle. Con un gesto de amor, con un gesto de confianza, de cariño… consuma su traición, le entrega a los que no le aman, a los que le odian hasta desear matarle. Me impresionan su frialdad y su insensibilidad.
Le llama “Rabí”. Era un título que entre los hebreos solamente se daba a los que conocían la Ley, a los maestros. Y el llamarle “Rabí”, denominar a un hombre “Rabí” significaba reconocer su autoridad, su supremacía en el conocimiento de las Escrituras, su superioridad… No se llamaba “Rabí” a cualquiera. Y Judas le reconoce como maestro y le entrega con un beso. ¡Qué sinsentido tan grande!
Y Jesús, ante ese beso de Judas, que le tuvo que doler profundamente, le tuvo que atravesar el Corazón, le tuvo que arder en el Rostro… Ante todas esas impresiones y sentimientos Jesús no se inmuta, permanece manso, humilde, sereno, dolorido… No se resiste, no vuelve la cara, no protesta… se deja hacer. Podía haberse rebelado, podía haber dado un paso atrás… Podía no haberse dejado besar, simplemente; haberse adelantado -puesto que sabía que iban a por Él- y no esperar a que Judas le besara.
Una vez más Jesús nos enseña lo que es la mansedumbre llevada hasta el final y la esperanza, porque yo estoy convencida de que Jesús, en su Corazón, hasta el último momento, albergó la esperanza de que Judas volviera arrepentido… pero no volvió.
El mayor error de Judas no fue venderle; fue perder la confianza en el Amor de Jesús, fue perder la esperanza en la Misericordia infinita de Jesús. Judas le vendió, es verdad, pero el relato que hemos leído acaba diciendo que “todos lo abandonaron y huyeron” y Jesús se quedó solo. ¡Esta frase es escalofriante! Significa que nadie se comportó mucho mejor que Judas.
El mismo Juan Evangelista, el Discípulo que había recostado la cabeza sobre el Corazón de Cristo, y que narra el prendimiento… narra el prendimiento, pero después se marchó corriendo con Pedro y con Santiago. Vuelve a aparecer después en el Calvario con su Madre, con la Madre de Jesús, pero en esa noche le dejó absolutamente solo igual que el resto.
Pedro le seguía de lejos y jura no conocerle: pone a Dios por testigo de que no le conoce y no lo hace una vez sino tres veces. Y del resto… no hay ni noticia, ni se les nombra en los Evangelios: todos desaparecidos esa noche y el día siguiente. No fueron mucho mejores que Judas, pero lloraron su traición y volvieron.
El pecado más grande de Judas no fue la traición. El pecado más grande de Judas fue la desesperanza, que fue lo que de verdad le condujo a la muerte: el dudar del Amor y de la Misericordia de Jesús.
Y Jesús, hasta el último momento, le llama y le busca, porque el evangelista Mateo, en esa escena del prendimiento, dice que Jesús se dirige a Judas y le dice: “Amigo, ¿con un beso me entregas?” (Mt 26, 50; cfr. Lc 22, 48) La Palabra de Dios es verdad y cuando Jesús le llama “Amigo” no es por cumplimiento, ni por una intención segunda, como cuando Judas le llama a Él “Rabí”, sino que le llama “Amigo” porque en su Corazón le considera amigo, conserva la esperanza de mantenerle como amigo: “amigo no porque lo seas, sino porque Yo quiero que lo seas, aunque tú me estés rechazando”. Y le llama “Amigo”.
¡Cuánto nos cuesta a nosotros cuando alguien nos molesta un poco o nos ofende levemente, tratar a esa persona que nos molesta o que nos hiere con mansedumbre, con dulzura, sin animosidad! Y por muchas y muy grandes que sean las ofensas o las heridas que podamos recibir… nunca serán del calibre de la traición de Judas. Y Jesús hasta el final permanece sereno, permanece manso, permanece entregado, se deja besar con aquel beso que tuvo que ser para Él amargo, tristísimo.
En ese beso se puede decir que se cumple la profecía de Isaías: “Ese pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Is 29, 13; cfr. Mt 15, 8). Y en ese beso Jesús siente hondamente la lejanía de Judas, la frialdad y la dureza de su corazón. Y tiene que sentir el vacío y la ausencia de él, de aquel que ha sido amigo suyo; de aquel a quien ha querido, de aquel a quien ha tratado con todo cariño, con todo respeto; que ha compartido con él su día a día durante tres años y que ahora, por unas monedas, por una nada, le entrega a la muerte, le traiciona.
Y una vez prendido, maniatado, callado… llevado sin consideración ni delicadeza por unos hombres que no le aman, se queda solo, porque todos se van. ¡Y toda esa noche Jesús la pasa solo! Herido, ultrajado, humillado, burlado, abofeteado, injuriado… tratado de blasfemo, de loco, de mentiroso, de embaucador, de malhechor… Todo eso –ciertamente- le tuvo que doler profundamente, pero el dolor más grande era ver pasar las horas -una tras otra- y estar siempre solo. ¡Es ese el dolor más grande del Corazón de Jesús!
¿Dónde están todos aquellos a los que Él quiere tanto y con los que ha compartido todo? ¿Dónde están? ¡No hay ni uno! ¿Dónde está Pedro, que aseguraba que antes moriría que abandonarle, dónde está? ¡Muerto de miedo por las acusaciones de una mujercilla y jurando -poniendo a Dios por testigo- que no le conoce, que no tiene nada que ver con Él!
¡Jesús permanece solo! ¡Esa es la verdadera Pasión del Señor, la de su Corazón! Y la que sigue padeciendo en tantos sagrarios del mundo: preso, inmóvil, callado, dejándose traer y llevar y comer y, a veces, abofeteado, agredido y ultrajado por quienes no le aman y le tratan sacrílegamente. ¡Es el mismo Jesús y es la misma escena!
ORACION:
Jesús: Que yo no me haga insensible a tu dolor, a tu soledad. Que no me olvide nunca de que tienes Corazón, el Corazón más tierno y delicado de toda la historia de la humanidad. Que mis besos te conforten, como los de tu Madre, que nunca sean falsos e hirientes. Amén.