Empezamos viendo las desviaciones que hay que evitar. Las falsificaciones que se nos pueden colar. Dice Teresita: “Bajo el pretexto de abandono el alma podría encerrarse y dejar fomentar en sí decepciones y rencores inauditos. Ante una tentación, una dificultad o una deficiencia de naturaleza, no se trata de negar el obstáculo, porque la negación no suprime la realidad”.
Esto es algo muy común, pero muy común: yo tengo esta limitación, la que sea… pues no se trata de negarlo. Y segundo, que el que yo niegue esa realidad no suprime esa realidad. Sigue estando ahí, la niegue o no la niegue. No deja de ser una realidad por mucho que yo la niegue.
Es como si una persona tiene una enfermedad física, un cáncer, por ejemplo, y se niega a reconocerlo. No quiere reconocerlo, y como no quiere reconocerlo… no va al médico y no se pone tratamiento. Inexorablemente va a morir. A lo mejor con ese tratamiento también, pero el punto primero para poder solucionar un problema es reconocerlo.
El abandono no nos tiene que llevar a no ver la realidad. A falsear nuestra realidad. Una actitud así, lógicamente, no podría durar mucho tiempo. Teresita no deja de prevenir sobre esto a sus hermanas continuamente.
Con frecuencia nos pasa también a veces que creemos haber superado ya tal o cual cosa, lo que sea, y de pronto me encuentro que sigo igual. Teresita, cuando sucede una cosa así, no nos deja escondernos, no nos deja engañarnos. Mira de frente a las pruebas para obligarnos inmediatamente a hacer lo único que se puede hacer en una situación que para mí es insuperable. Confiársela a Dios.
Ante una dificultad no hay que desesperarse. O la negamos y decimos que es mentira, o si no la negamos… nos desquiciamos y nos desesperamos: “Yo no puedo, esto es imposible, es insuperable, yo no puedo… yo no puedo, yo no puedo, yo no puedo, yo no puedo…” Te obsesionas con que no puedes, y lo mejor es serenarse, pararse y decir: “Efectivamente, yo no puedo, pero hay quien puede, y a quien puede yo le confío esta incapacidad, esta impotencia.”
Esto supone reconocer con humildad la pobreza de nuestra condición. Un niño no trata de negar sus límites. Hace de ellos el trampolín de su confianza. Cuando comprende que no puede algo acude a quien puede: papá lo arregla todo. Eso es así. Papá lo arregla todo. Yo tenía tal seguridad de que mi padre lo arreglaba todo que ahí descansaba. No me empeñaba en ocultar mis incapacidades. Iba a quien lo podía arreglar. Papá lo arregla.
Y si papá lo arregla… yo ahí descanso. Por ahí va el abandono. Yo lo intentaba, luego veía que no podía e iba a quien podía. No negaba mi incapacidad y no me preocupaba, porque había quien podía.
Hay otra tentación que también nos acecha, y es muy peligrosa: la evasión. Salir por peteneras. Muchas veces las flojedades, las perezas de cada día nos restan generosidad, nos restan fuerza para unirnos a Dios.
Somos muy débiles, muy débiles, para levantarnos totalmente al Padre y evitar un cara a cara que evidencia nuestra miseria. Entonces nos refugiamos muchas veces en una actividad absorbente, intelectual o manual, da lo mismo, que nos distraiga de Dios, con la excusa de que estamos obrando por su gloria. Esto es peligroso y se da con relativa frecuencia.
¿Qué nos pasa? Si vamos a la oración y nos ponemos delante de Dios, la oración es como un espejo. Y ahí nos vemos reflejados. Y sales tal cual eres: con todas tus goteras, tus mediocridades y tus realidades. Y eso nos repele. No somos capaces de asumirlo. Sobre todo de asumirlo con paz.
No somos capaces de levantarnos al Señor, de elevarnos a Él y aceptar el vernos cara a cara con Él y que nuestra miseria sea evidente. Entonces huimos de este contacto íntimo con Dios. Porque nos incomoda, nos incomoda muchísimo, vernos tal cual somos. Y lo hacemos con el pretexto de que estamos trabajando para el Señor.
Y está mal planteado porque al abandonarnos a Dios le dejamos plantado y a quién hay que abandonar es a uno mismo. Para abandonarnos en Dios hay que abandonarse a uno mismo. Despegarse de uno mismo.
Teresita lo repetirá muchísimas veces y no dejará de recordárnoslo. Sería grave, librarnos de nuestras inclinaciones o deseos naturales, ofreciéndoles un falso alimento espiritual.
Hay almas que obran así y creen tender hacia Dios pero en realidad se buscan a sí mismas. Nada se elimina ni se purifica en ellas. ¿Cuántas veces Teresita tiene que desenmascarar ese egoísmo en sus hermanas o despertarlas de ese mirarse a sí mismas en que permanecen, con un montón de pretextos bonitos? Semejante educadora no les permite nunca perderse en las ilusiones.
Ella dice: “No desprecio los pensamientos profundos que alimentan la unión con Dios: las reflexiones, las lecturas espirituales, los buenos libros… pero hace tiempo he comprendido que no hay que apoyarse en ello tampoco y hacer consistir la perfección en recibir nuestras luces”. Los más bellos pensamientos no son nada sin la coherencia de vida, sin las obras. Es que muchas veces eso nos deslumbra.
– Necesito un libro, un libro espiritual, yo que sé, y sin ese alimento espiritual yo no puedo…
– A ver. Necesitas un libro. Bien…. pero el libro es un medio, y sin libro también se puede vivir.
– Es que necesito rezar tantas veces al día…
Que yo no estoy diciendo que no haya que rezar. Pero en realidad lo que necesitamos es a Dios. Los rezos, los libros, las prácticas, los apoyos espirituales, el sacerdote, los guías espirituales… son medios para ir a Dios. Yo no digo que no ayuden. Yo no digo que no haya que servirse de ellos, pero con desprendimiento, porque podemos acabar aferrándonos a ellos de una manera que nos aleje de Dios más que nos acerque.
Teresita, sin ningún miramiento, cuando ve estas cosas en sus novicias, se pone delante de ellas y lo desenmascara. En realidad no está buscando a Dios. Estás buscando la satisfacción natural que acompaña a eso.
– A mí me encanta leer este libro, porque es que me gusta muchísimo. Me hace mucho bien.
– ¿Estás buscando a Dios que te está haciendo bien, o te estás quedando con el gusto, con la satisfacción que eso produce?
Ella afina así. Esto es netamente sanjuanista. Llegar a esos matices es algo totalmente sanjuanista.
Todas estas compensaciones más o menos conscientes y estos retornos continuos sobre el yo, no se armonizan con la infancia espiritual. No concuerdan.
Lo primero que hay que hacer es aceptarse uno a sí mismo. Teresita dice: “Reconocerse con amor una pobrecita nada, y no más, fue una de las gracias mayores que Dios me concedió”. Reconocerme a mí misma con amor una pobrecita nada. Porque mirad: reconocernos que somos nadas, sí, lo decimos todos. “Yo soy nada”, pero en el fondo… no nos lo creemos. Casi nunca.
Ya damos un paso bastante largo en el camino, reconociendo que somos nada, y no es poco. Pero reconocerlo con paz, sin amargura, con amor… Eso es un milagro. Nos cuesta mucho. Lo primero que vamos a hacer siempre es quitar para otro lado nuestra limitación, nuestro defecto, el que sea: a mí esto me estorba.
Y no hay ni que quitarlo, ni que vencerlo. Hay que empezar por asumirlo y aceptarlo. No está tanto la cosa en eliminarlo, cuanto en ofrecerlo a Dios. Eso es lo que hay que hacer. Porque si estamos empeñados en que nos quiten todo lo que nos molesta, no vamos a acabar nunca, porque cuando se nos quite una cosa nos molestará otra. Y cuando se quite la segunda aparecerá la tercera, la cuarta, la quinta… y la milésima.
Conclusión: en la vida, lo primero que hay que hacer es aceptar y asumir las cosas como son, y ofrecerlas. No quitarlas, sino asumirlas y ofrecerlas. Porque si lo asumo y me lo quedo yo… me aplasta, no puedo con ello. Efectivamente: yo con esto no puedo. Cierto.
Asúmelo, abrázalo, pero no te lo quedes porque no puedes con ello. Ofrécelo a quien puede, a quien es capaz de sobrellevarlo.
Caminito,caminito,no hay otra.Con sus subidas,bajadas,llanos.Fuera de Dios,es imposible caminar con paz.Conozco gente,que no tienen a Dios como referente en su vida,y de cualquier menudencia hacen un drama.Es una pena,porque yo con gente que tengo confianza,les doy de vez en cuando un repaso,pero no hay manera.Si Dios quiere,algún día,verán La Luz.❤️❤️❤️❤️❤️