(Transcripción de la charla impartida a los Miembros del Movimiento Vida Ascendente de la Diócesis de Vitoria, el 25 de abril de 2017)
Cuando Dios Padre permite el sufrimiento de Jesús… ¿es que no le quiere…? ¡No! Es lo que les dice Él: “Era necesario que el Mesías padeciera todo esto para que se cumpliera las Escrituras, se llevara a cabo la Redención y llegar a la Pascua, a la verdadera Vida, a la Resurrección. El sufrimiento, lo que nos cuesta, lo que se nos hace difícil, nunca significa que Dios no nos quiera y nunca significa que Dios nos ha abandonado.
Muchas veces -¡esto es tremendo!- identificamos el dolor con la falta de amor. Y entonces ya no confiamos y -por supuesto- no esperamos: “Yo lo único que espero es que se me pase esa racha fatal que estoy viviendo…” Está bien que desees que se te pase esa racha fatal que estás viviendo, porque eso es humano, y no nos gusta sufrir por sufrir. Otra cosa es que la vida es como es: parte de la vida es sufrir y quien no ha sufrido es el que ha vivido 80 veces el mismo año, hay que ir sufriendo para ir creciendo y cuanto más hayas sufrido en la vida, más persona eres, más adulto en lo humano y por supuesto más adulto en la fe.
Y pensemos que Jesús -yo creo que esto más o menos todos lo creemos, ¿no?- es el Hijo Amado del Padre, aquel Predilecto del Padre, aquel en Quien tiene todo su amor y toda su atención. Y dice la Carta a los Hebreos -¡y eso es muy gordo!- que “Dios juzgó conveniente, para llevar a un sinnúmero de hijos a la gloria, perfeccionar con sufrimientos al guía de nuestra salvación”. Esto lo solemos leer muchas veces en la Carta a los Hebreos como quien lee que mañana es miércoles… ¡Y es muy gordo!
¿Qué quiere decir esto? Que el sufrimiento… -y yo lo siento, porque a la gente cuando yo lo digo no le gusta que yo lo diga, pero es verdad- el sufrimiento es un don, es un regalo; como es un regalo el gozo, como es un regalo la fe, como es un regalo la vida. Pues, el sufrimiento es parte de la vida y también es don. Y desde luego, nunca significa que Dios no nos quiera, que estemos haciendo algo mal… todas estas cosas, conclusiones erróneas a las que solemos llegar. El sufrimiento es parte de la vida y el sufrimiento vivido en Jesús y vivido con esperanza y con confianza en el amor de Dios, es una de las realidades más fecundas.
Sin cruz, sin sufrimiento, no hay Pascua: no hay posibilidad de caminar con Jesús Resucitado al lado, no hay posibilidad de encontrarle en la Eucaristía, de que nos explique las Escrituras, de que haga arder nuestro corazón. “Todo eso era necesario”… y es necesario que nosotros, los cristianos, participemos de Cristo en todo.
Una de las cosas que sí quiero destacar del encuentro de Emaús es que, como todas las apariciones del Resucitado, es un encuentro que tiene como fin crear comunidad, crear comunidad cristiana.
De hecho, a los dos de Emaús que se marchaban, Jesús les pone en orden y les dice: “¿adónde vais?” Y, de hecho, cuando se encuentran con Él y le reconocen, la reacción inmediata es volver a Jerusalén, volver a la comunidad y contarles lo que han encontrado: que de repente se han caído del guindo y han entendido… y ya dejan de decir “esperábamos”… ¡porque ya no esperan, ya tienen! Ya lo que “esperaban”… en plan alicaídos y mal… pues ya de pronto es realidad y EL está vivo y van corriendo a contarlo.
Y ya no les importa que esté cayendo la tarde… porque es muy gracioso esto: “Quédate con nosotros, porque ya está cayendo la tarde, se va a hacer de noche y… ¿adónde vas? Ya no podemos seguir caminando.” De pronto, se les olvida todo: les entran todas las prisas y vuelven corriendo a Jerusalén. Ya no les importa haber perdido de vista al Peregrino que les ha calentado el corazón, porque ya lo tienen ardiendo. De repente, desandan el camino a toda velocidad, van gozosos, van alegres, no tienen miedo -¡porque antes iban muertos de miedo! Unos que estaban encerrados, muertos de miedo; y estos que directamente que no estaban encerrados, se iban…- se les olvida todo, porque la vida de Jesús, la vida del Resucitado, es más fuerte que todos los miedos y entonces vuelven.
Es necesaria la comunidad para encontrarse con el Resucitado. Esta es otra cosa que muchas veces los cristianos hacemos muy mal. Durante mucho tiempo he oído y se sigue oyendo: “yo creo en Dios a mí manera”. Pues yo… para mí “A mi manera”, es una canción de Frank Sinatra, pero… yo no creo a Dios a mi manera. Yo soy una hija de la Iglesia y sin la Iglesia no me sé, no me vivo…. De hecho, Jesús Resucitado remite a María Magdalena: “Ve a mis hermanos y diles…” A estos no les dijo ni “id”, porque se fueron rápidamente. Pero siempre, cualquier encuentro con Jesús Resucitado es para crear comunidad, para consolidar la Iglesia naciente.
Entonces… ¿qué significa esto? Que, sin la Iglesia, la Resurrección de Cristo, por decirlo de alguna manera, no nos alcanza de pleno, no la podemos saborear de pleno.
La Iglesia es nuestro hogar, nuestra casa y es el Cenáculo en el cual la vida del Resucitado se manifiesta en toda su belleza y en todo su esplendor. Y sin la Iglesia, puede haber admiradores de Jesús, pero no hay cristianos de verdad. Miembros de Jesús -que eso es un cristiano-, miembro del Cuerpo Resucitado de Jesús sin la Iglesia no es posible, porque la Iglesia es Jesús. Quizás el grave error que cometemos muchas veces es separar a la Iglesia de Jesús y a Jesús de la Iglesia; y es absurdo. La Iglesia es el Cuerpo de Jesús, un Cuerpo especial, dentro del misterio, un Cuerpo Místico; pero la Iglesia es Jesús y yo soy parte de ese Cuerpo. Yo estoy injertada en la vida del Resucitado, estoy injertada en Jesús.
Entonces, sin la Iglesia, no hay cristianos. Puede haber admiradores de Jesús, pero cristianos no. Y admirador de Jesús no significa ser su testigo, ni participar de su vida, ni participar de su muerte, ni participar de su resurrección. No significa participar de su misterio, no significa tener en sí mismo la vida resucitada del que de verdad es cristiano, es parte de Jesús. Y esto no es posible sin la Iglesia.
Cuando yo digo esto, hay gente que me llama retrógrada. ¡A mí me da igual como me llamen! ¡Me da igual! En la Iglesia yo vivo a Jesús y en Jesús vivo a la Iglesia. Y, fuera de la Iglesia, ¡no me sé!, ¡ni sé vivir!, ¡ni quiero vivir!, ni deseo que nadie viva.
Con esto no estoy diciendo ni atacando a nadie. O sea, es cuando me dicen esto: “Entonces, los que creen en…” ¡Yo no digo nada! Yo os estoy hablando de mi vocación cristiana y de lo feliz que soy y que vivo en la Iglesia. Entonces a continuación, viene la retahíla: “Porque en la Iglesia hay un montón de gente impresentable, que tal, que cual y pascual…” Pues, ¡síiii! ¡¡Y fuera de la Iglesia también!! O sea, que todos los desgraciados del mundo no estamos en la Iglesia: hay unos dentro y otros fuera.
Y lo que sí es cierto es que estar en el seno y en la comunión de la Iglesia Católica no significa la panacea absoluta, de acuerdo, pero es absolutamente sierto, y lo afirmo, que el vivir en la Comunión con la Iglesia te posiciona en un lugar privilegiado de salvación.
Esto es lo que la gente no entiende.En La Iglesia hay gente que no da la talla, entonces ya no creemos, porque es que son tan malos, y Jesús, donde lo ponemos? No es que Jesús si, en Ese si creemos.No entienden que como dice Usted , es uno, Jesús Iglesia, inseparables .Habrá que seguir luchando por que la gente lo vaya viendo así. Un abrazo.