(Transcripción de la charla impartida a los Miembros del Movimiento Vida Ascendente de la Diócesis de Vitoria, el 25 de abril de 2017)
¡Buenas tardes! Cuando Daniel me llamó, me propuso un tema que me pareció precioso, muy pascual, muy del tiempo en que estamos, que es hablar de la esperanza y de lo que es caminar en la esperanza contemplando esa aparición preciosa de Jesús a los dos discípulos de Emaús, que no eran precisamente una pareja esperanzada.
Iban bastante cabizbajos, bastante arrugados y, sobre todo, se iban… ¡se iban! Habían tirado la toalla y habían perdido totalmente la esperanza de volver encontrar a Jesús o, sobre todo, de encontrar sentido a la vida: no solamente habían perdido la esperanzade de encontrar a Jesús Resucitado, sino que iban desinflados, se sentían de alguna manera estafados, decepcionados.
Y ellos… hay una palabra del pasaje evangélico que nunca deberíamos ningún cristiano repetir y desgraciadamente la repetimos muchas veces. Ellos, cuando se encuentran con aquel hombre misterioso que les sale al encuentropor el camino, le dicen: “Nosotros esperábamos…”
¡Qué pena!, ¿no? ¡Esperábamos…! «Y fíjate: ¡nada de lo que esperábamos ha sucedido!” Es el fracaso total: nos han estafado de todo, nos han decepcionado hasta lo más. “Esperábamos… y han pasado ya tres días y… ¡nada! Nada de lo que dijo…”
Ningún cristiano debería nunca jamás conjugar el verbo “esperar” en pretérito “esperábamos”. No: yo espero. Espero siempre; ni siquiera en futuro, espero ya, ahora, y espero todo de Aquel que no me ha dado en la vida más que motivos de esperanza. Obrar de otra manera con Jesús es ser tremendamente ingratos. Jesús no nos ha dado -al menos esa es mi experiencia de vida- más que motivos para la esperanza.
Pero… ¿qué pasa con la esperanza? ¡Ay, la esperanza! La esperanza es una virtud teologal. Esto no se suele contar así, sino… que también se ha trivializado la esperanza, se le ha quitado el verdadero sabor y la verdadera esencia.
Ser una persona que vive de la esperanza y que vive esperanzada no es ser optimista. El optimismo no es esperanza. Tampoco lo es el pesimismo. El optimismo es una cosa muy voluble, muy variable, que tiene mucho que ver con nuestros estados de ánimo y cómo nos sopla el aire. Que una persona sea optimista, no es que sea una persona que vive la esperanza en Dios, la esperanza teologal, sino que normalmente… ni los optimistas ni los pesimistas son realistas. Y yo creo que la vida es muy seria, muy muy seria y tenemos que vivirla con realismo.
Y de cara al Movimiento que nos ha convocado aquí hoy, Vida Ascendente, pues… yo creo que es sano ser realistas. Ninguno de los miembros del Movimiento Vida Ascendente tiene veinte años y la adolescencia, pues ya le queda lejos, ¿no? Pero eso no significa que no tengan «obligación» -porque las virtudes teologales las tenemos que practicar en orden a ser santos- de tener esperanza y de esperar siempre. Tenemos que «practicar» la virtud de la esperanza con 10 años, con 15, con 50 y con 90 si llegamos. Nadie está dispensado de dejar de practicar ninguna virtud. Y la virtud de la esperanza, como la del amor, como la fe… están fuera del tiempo y fuera de la edad que uno tiene, son parte de la vida de un cristiano.
¿Qué pasa? Que -efectivamente- no se tiene la misma esperanza, ni se espera de la misma manera, a los 15 años, que a los 50, que a los 80. ¡Hasta ahí vamos de acuerdo! Pero por eso hay que cultivar y cuidar un sano realismo. El realismo que nos pone y nos centra en nuestra situación personal.
Yo, ahora mismo, tengo 46 años y, efectivamente, no espero lo mismo que esperaba cuando salí de la casa de mis padres con 18. Pues… porque la vida te va cambiando, gracias a Dios, te va cambiando y vives cada año y, en cada año, vas aprendiendo y vas creciendo.
Y yo una vez oí una cosa -muy al principio de mi vida religiosa- que me hizo mucha gracia, me dio la risa, pero me ha hecho pensar mucho. Era un sacerdote que decía: “hay personas que viven 80 años y hay personas que viven 80 veces el mismo año”. Y me dio mucho así la risa, pero luego me dije y me digo: “¡Caramba! ¡Cuidado! ¿Yo he vivido 46 años o he vivido 46 veces el mismo año?»
Entonces, desde un sano realismo, hay que decir que no nos podemos estancar, hay que crecer; y, conforme crecemos y vamos viviendo, esperamos de manera diferente. Esperamos lo mismo: esperamos una plenitud -al menos es lo que yo espero- una plenitud de amor y de vida en Jesús. Pero, como os digo, no espero esa plenitud de amor y de vida igual ahora mismo después de lo que vivido con 46 años, que cuando tenía 20. Pero esperar es parte, yo creo, que vital de cualquier cristiano. Si un cristiano no espera, es que no ha resucitado con Jesús, es que está muerto; y es que entonces la Pascua es mentira, ¿no? La Pascua es vivir con Jesús y vivir en una intimidad con Jesús.
(continúa en el siguiente post)