Muerto de amores ha venido Dios a la tierra

 

joseph-brickey_4“Muerto de amores” ha venido Dios a la tierra. No de cualquier manera, sino “muerto de amores” y hecho Niño, Niño recién nacido. Así se ha manifestado Dios en la tierra.

Y ha venido así: hecho Niño pequeño, muy pequeño, Recién Nacido; porque, ante todo, Dios desea ser amado. Por eso ha venido muerto de amores, porque han sido las ansias, el deseo de ser amado, lo que ha hecho que Él venga así; y sobre todo… lo que le ha empujado a venir.

Es precioso el poemilla que tanto me gusta cantar… tan lleno de sentido, tan lleno de verdad. Y relata bien el drama íntimo del Corazón de todo un Dios: “viene buscando amadores y no encuentra quien le quiera”.

¡Qué impresionante es eso! Dios viene “muerto de amores”, viene ansioso de ser amado, desea ser amado y no encuentra quien le quiera: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”.

“Viene a buscar las ovejas que perdió de su manada”. Cuántas veces yo he sido oveja perdida de su manada… y Él ha venido a buscarme. Porque, aunque mi noche sea helada, aunque mi oscuridad esté helada, la noche de mi pecado le haya echado de mi vida y solo sienta el frío y el hielo de haberle rechazado y de haberle expulsado de mi vida; a pesar de esto… aunque la noche está helada… en su Pecho sigue ardiendo una hoguera de amor por mí y por eso viene.

“¡Ay, Niño de mis amores!” Ojalá que el hielo que hay en mi corazón se funda en esa hoguera que arde en el Tuyo. Ojalá se fundiese para siempre el hielo de mi corazón y, prendida en mí la chispa de ese fuego que hay en Ti, vaya yo corriendo por el mundo entero, diciendo a todos que vengan a Ti, que para eso eres la Fuente de la vida.

Concédeme la gracia de prenderme para siempre en tu amor, de incendiarme para siempre en tu amor, para después correr por el mundo incendiando a otros, y diciéndoles que nunca es tarde, que todo tiene remedio, que aún pueden vivir si quieren, que aun no está todo perdido, porque está abierta la puerta de tu Corazón.

La alegría grande de la Navidad es que ya eres Dios con nosotros, ¡ya estás aquí! ¡Ya estás con nosotros! Y en esa pequeñez de tu Cuerpo de recién nacido… ¡yo me encuentro con Dios! Siempre en el Cuerpo de Cristo, en la Carne de Cristo, nos encontramos con la Divinidad: ¡Dios está ahí! ¡Es Dios! Mi punto de encuentro con Dios es siempre el Cuerpo de Cristo, la Carne de Cristo, la Palabra de Dios que se ha hecho carne en Cristo.

Ese es el regalo más grande, el Misterio más impresionante: Dios, el Inabarcable, encerrado en el cuerpo, en el cuerpecillo mortal de un recién nacido.

Contemplando a Jesús n Beléne, no nos queda sino asombrarnos, asombrarnos inmensamente, pasmarnos ante el Misterio de Amor de Dios que llega a nosotros en este Recién Nacido. Asombrarnos, asombrarnos y asombrarnos… y dejar que, despacio, pero profundamente, nos invada el júbilo, el gozo, la alegría inmensa, de saber que Dios está con nosotros y estamos salvados.

La fuerza del amor llega al culmen en ese Pequeñito. En ese ser indefenso, que acaba de nacer late toda la infinita fuerza del Amor de Dios, que es omnipotente sobre todo en perdonar, en salvar, en redimir.

Y el Omnipotente… ¡mendiga! ¡Mendiga amor… mendiga corazones! Los pastores en Belén fueron ofrecerle presentes; los Magos, cuando fueron adorarle, le llevaron también presentes. Pero el único presente que de verdad Jesús ansía, es el amor.

Es lo único que Él desea, el único presente que de verdad le ilusiona: corazones sencillos, pobres, humildes, pequeños, muchas veces muy muy pequeños pero que, de verdad y por encima de todo, desean amar. Es ese el presente que a Él le ilusiona…

 

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