Muéstranos al Padre (XXI)

Redescubriendo el verdadero Rostro del Padre

Algunos teólogos han afirmado que el acto de entregar a su propio Hijo, le produce a Dios un sufrimiento más profundo que cualquier otro sufrimiento del mundo creado y que la tarea del Crucificado ha consistido principalmente en manifestarnos la Pasión del Padre. Jesús me dice “Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre”. Es decir: «¿Me estás viendo a Mí? Pues así es el Padre. No es que yo soy de una manera y el Padre de otra; viéndome a Mí estáis viendo al Padre”. N20070118103158-jesus-10uestra opinión -según la cual Dios tiene que oponerse a cualquier cosa que le haga vulnerable y frágil- se demuestra como falsa y pagana ante el hecho de que en Jesucristo es lo que hace precisamente: abajarse, solidarizarse con el mundo y sufrir como nosotros; no sólo por nosotros, sino como nosotros.

No nos toca ser más sabios que Dios y establecer nosotros lo que eso no conciliable con la naturaleza divina, sino que debemos deducirlo de lo que Él hace. Su gloria, la gloria más grande de Dios, es la libertad de su Amor. El poder hacer lo que quiere, el poder amarnos sin ningún límite esa es la mayor gloria de Dios. Y nosotros no somos quienes para decir: “si Dios puede hacer una cosa, ¿por qué no hace otra?” Que es Dios y puede hacer lo que le da la gana: incluído sufrir todo lo que quiera si con eso nos demuestra más su Amor. La gloria de Dios consiste en eso: en no tener nada que le limite a la hora de mostrarnos lo que es capaz de hacer cuando ama. No somos nosotros los que tenemos que decir: “Eso no lo puede hacer Dios” ¡Dios lo puede hacer todo! “Esa locura no puede hacer Dios” ¡Y más grandes que esa puede hacer! No nos toca a nosotros juzgar eso; juzgarlo y censurarlo no deja de ser un acto de soberbia bastante grave.

Recientemente la Comisión Teológica Internacional que trabaja en la Congregación para la Doctrina de la Fe ha reconocido la dimensión trinitaria de la Cruz de Cristo. Es decir: que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los Tres, han estado envueltos y han participados activamente -de forma diversa, pero activamente- en la Pasión de Cristo. La Pasión de Cristo no es algo que afecte sólo el Hijo.

Juan Pablo II ha acogido este “redescubrimiento” del verdadero Rostro de Dios en la Biblia; la concepción de Dios como Ser necesariamente perfectísimo se lee en su encíclica sobre el Espíritu Santo (Dominun et Vivificantem). Excluye, ciertamente, de Dios todo dolor derivado de carencias o de heridas; pero, en las profundidades de Dios, hay un amor del Padre que, ante el pecado del hombre según el lenguaje bíblico, reacciona hasta el hecho de pensar en la Redención –lo que os he dicho al principio– se apiada y revela que su Amor es más fuerte que nuestro pecado. Siempre el Amor de Dios es más fuerte que nuestro pecado, por “gordisisísimo” que pueda ser nuestro pecado. El Amor de Dios es infinito y nuestro pecado no es infinito: es finito, se acaba, al final tiene un límite; el amor de Dios no.

En la Humanidad de Jesús Redentor se realiza verdaderamente el sufrimiento de Dios (Dominun et Vivificanten, 39), se realiza en la Persona de Jesús, en su Humanidad. Pero Dios sufre en su misma entraña, en su Ser Divino. Antes que los teólogos, han habido almas escondidas que han percibido en su corazón como un eco lejano del lamento de Dios y, desde ese día que han percibido el lamento de Dios, ya no han podido seguir viviendo igual, han visto cambiaba su vida hasta el punto de no hablar de otra cosa.  Estas almas no han aprendido del estudio de la Teología el sufrimiento de Dios Padre como si fuera algo del pasado, lo han aprendido en vivo porque Dios Padre aún sufre ahora por los hombres, por el rechazo de su Amor. ¿Cómo podemos pues repetir aún la frase de que ‘el hombre sufre y Dios no’? ¿Quién si atreve a escribir diciendo esto? ¡No hay dolor semejante ni comparable en nada al de Dios!

 

 

 

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