Muéstranos al Padre (XV)

La Pasión de Dios fue previa a su Encarnación

Los pensadores más inclinados a la filosofía griega, entre estos el que más se destaca es Orígenes, que era un gran amante de Grecia y de la cultura griega, de hecho se había formado en escuelas filosóficas griegas y también era muy inteligente y tenía la cabeza muy bien amueblada, a pesar de eso, de la gran influencia que tenía la filosofía griega en toda su formación, cuando se trata de conocer a Dios, arrincona eso que en él pesa mucho y se sigue agarrando a la Biblia.

Orígenes, comentando la Biblia, afirma que en cierto sentido –¡y eso es muy bonito!– en Dios la Pasión ha precedido a la misma Encarnación. La Encarnación, vista en el tiempo, decimos Dios primero se ha encarnado y después ha padecido. Al encarnarse, ha padecido: primero tomó las molestias de cualquier ser mortal –Jesús en su vida mortal– y por último… se culmina con la Pasión cruenta de Jesús, la Pasión cruenta del Redentor. Primero se encarna y, como consecuencia de la Encarnación, viene la Pasión. Evidente, ¿no? Pues Orígenes dice que no, que él no considera así.

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Orígenes dice que la Pasión terrena e histórica de Cristo es la manifestación y la consecuencia de una Pasión anterior que el mismo Padre ha sufrido en el seno de la Trinidad por nosotros. Él nos ha visto desde Su impasibilidad, desde Su vida dentro de la Trinidad, en Su felicidad inalterable. Nos ha visto fuera de esa felicidad, nos ha visto lejos por el pecado y ha comenzado a padecer porque nos amaba. Entonces esa Pasión de Amor, ese dolor que empieza a existir en las entrañas de Dios, en las entrañas de la Trinidad, le hacen concebir la idea de un Redentor, de la Redención, para podernos recuperar.

Todo eso que yo estoy contando linealmente no es linealmente porque Dios está fuera del tiempo. No es que primero nos ve, después sufre, después piensa la Redención y por último lo hace. En Dios es todo al mismo tiempo. No hay primero, después, después, después… ¡No! Para Dios todo es presente. Dios está fuera del tiempo, Dios es, no hay fue, ni será… ¡¡es!! Vive ahora. Entonces, en Dios sucede todo al mismo tiempo -pero bueno, para explicarme bien tengo que explicar primero una cosa y otra y otra– Él vive feliz y dentro de esa felicidad hay -por así decirlo, de alguna manera, con lenguaje humano, porque hay que expresarlo y el lenguaje humano es muy pobre para expresar– una espina, un ¡ay!, que es el hombre, que está muerto por el pecado, está condenado a una muerte eterna y… esto hay que arreglarlo. El “arreglo” es la Redención: se encarna el Hijo y luego ya nos sabemos el resto. Pues esto está muy mal dicho, muy a grosso modo, pero más o menos fue así,… aunque no fue porque es… pero bueno. Es que… no fue, ¡es! Es todo el tiempo, o sea: en Dios es, es un continuo presente. No hay ni antes, ni después, ni durante: Él vive y está fuera del tiempo. Pero hay que explicarlo para nuestra cabeza que está en el tiempo.

La cuestión es que Dios ha sufrido previamente dentro de Sí el dolor de no tenernos con Él y esa Pasión primera de amor que padece el Padre es la que da lugar a la otra Pasión, la tiene lugar en el tiempo cuando Jesús se encarna, la Pasión cruenta. ¡La Encarnación es la consecuencia de la Pasión, no la Pasión la consecuencia de la Encarnación! Hay una Pasión previa, una Encarnación y una Pasión cruenta, que es consecuencia de la primera Pasión. Luego –esta idea es de Orígenes y es preciosa– Jesucristo materializa en su Cuerpo y en su Pasión lo que antes ha padecido el Padre. Luego, el Padre no es ningún tirano, ningún bestia, ni ningún desalmado que no sufre viendo sufrir al Hijo, sino que lo que el Padre sufre en sus entrañas de Padre, el Hijo lo hace realidad en la carne, pero el Padre ha sufrido primero; es lo que dice Orígenes.

Leo el texto de Orígenes, que lo dice mucho mejor que yo: “¿Cuál es la pasión que Dios ha sufrido por nosotros? Es la ¡Pasión del Amor! El mismo Padre, Dios del universo, que está lleno de longanimidad, de misericordia y de piedad, ¿no sufre acaso de alguna manera? img_20150907_095255.jpg¿O ignoras quizás que, cuando se ocupa de cosas humanas, sufre una Pasión humana? Él sufre siempre una Pasión de Amor.”

 Orígenes con este planteamiento –que creo que es precioso- reconduce el debate, la cuestión, a su verdadera raíz, que es saber si creemos en un Dios-Amor o no. Ahí está todo el “quid” de la cuestión: si admitimos y creemos que nuestro Dios es Amor, admitimos y creemos que nuestro Dios sufre, padece. Si nos negamos a admitir eso -porque Dios es una idea de perfección, de bien, de no sé qué, de no sé cual… que es lo que dicen los filósofos– pues evidentemente ni siente ni padece ni le pasa nada. Pero si admitimos -y es una de las verdades de nuestra fe– que la naturaleza de nuestro Dios es Amor, “Dios es Amor”, estamos admitiendo sin remedio -no se puede excluir una cosa de otra- que Dios sufre, que Dios padece, que Dios es apasionado, que Dios se apasiona.

Los cristianos no podemos aceptar que Dios no ama, lo que decían los filósofos. Si nos empeñamos en decir que Dios puede ser amado pero que Él no ama estaríamos desmintiendo la Biblia desde el principio. Entonces nunca ningún creyente, tampoco un judío -pero bueno, en concreto, nosotros que somos cristianos– nunca podemos admitir que Dios no ame porque estamos desmintiendo la Biblia desde el Génesis porque ya la Creación es un acto de amor: ¡porque si no amara tampoco tenía que haber creado nada y se había quedado tan oreado como estaba! La Creación es un acto de amor porque  Dios es amor, siente amor y necesita canalizar este amor. Entonces… la Creación es un fruto del Amor de Dios.

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