Iniciamos ahora siguiendo este segundo grado de oración, la lectura del capítulo 15 del Libro de la Vida cuyo epígrafe dice así:
“Prosigue en la misma materia y da algunos avisos de cómo se han de haber en esta oración de quietud. – Trata de cómo hay muchas almas que lleguen a tener esta oración y pocas que pasen adelante. – Son muy necesarias y provechosas las cosas que aquí se tocan.
Ahora tornemos al propósito. Esta quietud y recogimiento del alma es cosa que se siente mucho en la satisfacción y paz que en ella se pone, con grandísimo contento y sosiego de las potencias y muy suave deleite. Parécele -como no ha llegado a más- que no le queda qué desear y que de buena gana diría con San Pedro que fuese allí su morada. No osa bullirse ni menearse, que de entre las manos le parece se le ha de ir aquel bien; ni resolgar algunas veces no querría. No entiende la pobrecita que, pues ella por sí no pudo nada para traer a sí aquel bien, que menos podrá detenerle más de lo que el Señor quisiere.
Ya he dicho que en este primer recogimiento y quietud no faltan las potencias del alma, mas está tan satisfecha con Dios que mientras aquello dura, aunque las dos potencias se desbaraten, como la voluntad está unida con Dios, no se pierde la quietud y el sosiego, antes ella poco a poco torna a recoger el entendimiento y memoria. Porque, aunque ella aún no está de todo punto engolfada, está tan bien ocupada sin saber cómo, que por mucha diligencia que ellas pongan, no la pueden quitar su contento y gozo, antes muy sin trabajo se va ayudando para que esta centellica de amor de Dios no se apague.
Y así ruego yo, por amor del Señor, a las almas a quien Su Majestad ha hecho tan gran merced de que lleguen a este estado, que se conozcan y tengan en mucho, con una humilde y santa presunción para no tornar a las ollas de Egipto…”
Nos dice la Santa que ordinariamente Dios otorga la oración de recogimiento o de quietud a intervalos irregulares más o menos espaciados. Si el alma es fiel a la oración y al vencimiento propio, estos momentos de contemplación van siendo cada vez más frecuentes y de mayor duración. Si sigue la fidelidad, llegan a hacerse habituales, es el modo habitual en que el alma ora, es el estado habitual en que el alma de desenvuelve. Hasta tal punto de que al alma no la dejan y necesitan respirarse, estar sola, busca encontrar un sagrario, una habitación donde pueda soportar a solas tan dulce compañía, se siente llamada, se siente empujada, se siente impelida a la soledad simplemente para estar con Él, la tiran de dentro hacia dentro. El tormento, dice la Santa que utiliza esa expresión, el tormento que le produce vivir en sociedad, asistir a fiestas, a recreos o estar con otras personas.
Lo que dice Santa Teresa es que son muchos los que llegan a ese nivel, a esta necesidad de intimidad con Dios, a esta búsqueda urgente de la intimidad con el Señor. Pero ¿por qué no crecen? ¿Por qué no siguen adelante? Esta es la pregunta que ella se hace.
Dios no falla – eso es evidente. Fallamos nosotros, falla el hombre. Pero ¿cuál es la causa exacta del fallo? ¿Dónde está la causa del fallo? Hay muchas, no es una sola causa. Una de las más determinantes es que el hombre no encuentra con quien poder comunicar esa experiencia.
Vivimos en un tiempo en el que se ha destacado la dimensión horizontal del Cristianismo, se ha traído a lo temporal el Evangelio o el pseudo-evangelio que nos quieren predicar muchas veces. Por no hablar ya de la sensualidad que impera, del torrente de sensaciones, de impresiones que nos bombardean continuamente, del culto a la propia imagen. ¿Qué decir de las conversaciones vacías, vanas, inútiles que lo único que indican es el hueco, el vacío de interioridad que reina habitualmente en la mayoría de las personas?
En medio de toda esta situación, ¡qué difícil es que surja un alma tocada por esta luz divina. Pero si, a pesar de todo, el Espíritu Santo suscita alguien así, toca alguien de esa manera, y la gracia del Espíritu es acogida, esa alma ¿a quien acude, que le comprenda para que ella no se encierre en sí misma ruborizada a la hora de manifestar esas cosas interiores?
Es, pues, esta oración una centellica que comienza el Señor a encender en el alma del verdadero amor suyo, y quiere que el alma vaya entendiendo qué cosa es este amor con regalo, esta quietud y recogimiento y centellica, si es espíritu de Dios y no gusto dado del demonio o procurado por nosotros. Aunque a quien tiene experiencia es imposible no entender luego que no es cosa que se puede adquirir, sino que este natural nuestro es tan ganoso de cosas sabrosas que todo lo prueba. Mas quédase muy en frío bien en breve, porque, por mucho que quiera comenzar a hacer arder el fuego para alcanzar este gusto, no parece sino que le echa agua para matarle. Pues esta centellica puesta por Dios, por pequeñita que es, hace mucho ruido, y si no la mata por su culpa, ésta es la que comienza a encender el gran fuego que echa llamas de sí, como diré en su lugar, del grandísimo amor de Dios que hace Su Majestad tengan las almas perfectas.
De este párrafo quiero destacar una idea, una palabra que dice la Santa. Dice: “Esta centellica que, aunque es muy pequeñita, como ha sido encendida por Dios, hace muchísimo ruido y que si no la matamos, si no la ahogamos, provocará al final un gran incendio”.
Los grandes profetas, los que han venido hablando de parte de Dios, los que nos transmiten a Dios, los que nos muestran algo de Dios, vienen del desierto, vienen de la soledad, vienen del recogimiento, quizá no del desierto físico, del desierto material, pero sí de su propio desierto interior, de esa soledad interior donde ha prendido la centellita.
Los grandes contemplativos han sido, son y serán los grandes activos, los grandes apóstoles, los de las grandes empresas por Dios, los grandes predicadores de la Iglesia aunque no hayan predicado jamás, los grandes testigos porque han portado esa centellica y esa centellica se ha convertido dentro de ellos en hoguera y esa hoguera ha prendido el mundo entero o está prendiendo el mundo entero.
Por eso dice la Santa que esa centellica hace mucho ruido. Es su manera de decir que los grandes contemplativos han sido los grandes activos, los grandes apóstoles, los grandes testigos y que al fin son muy eficaces.
Es esta centella una señal o prenda que da Dios a esta alma de que la escoge ya para grandes cosas, si ella se apareja para recibirlas. Es gran don, mucho más de lo que yo podré decir.
Esme gran lástima, porque -como digo- conozco muchas almas que llegan aquí, y que pasen de aquí como han de pasar, son tan pocas, que se me hace vergüenza decirlo. No digo yo que hay pocas, que muchas debe haber, que por algo nos sustenta Dios. Digo lo que he visto. Querríalas mucho avisar que miren no escondan el talento, pues que parece las quiere Dios escoger para provecho de otras muchas, en especial en estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos. Y los que esta merced conocieren en sí, ténganse por tales, si saben responder con las leyes que aun la buena amistad del mundo pide; y si no -como he dicho-, teman y hayan miedo no se hagan a sí mal y ¡plega a Dios sea a sí solos!
“Es menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos”. Qué verdad es que hoy día más que nunca son necesarios “amigos fuerte de Dios”, amigos fieles, amigos entregados, amigos íntimamente unidos a Dios. Amigos fuertes de Dios son almas arraigadas en Dios, almas de oración.
La razón de la supervivencia del mundo es la oración. La oración es la fuerza de Dios sosteniendo al mundo. El Concilio Vaticano II en el decreto Perfectae Caritatis, dedica a la contemplación, los que la viven en consagración, una alabanza insigne, notoria. Dice así el núemro 7 de Perfectae Caritatis: “Ofrecen a Dios el excelente sacrifico de la alabanza, enriqueciendo e Pueblo de Dios con frutos espléndidos de santidad, arrastran con su ejemplo y dilatan las obras apostólicas con una fecundidad misteriosa. Son torrente de gracias celestiales.” También en el decreto Ad Gentes, en el número 40 dice así: “Es Dios quien por la oración envía obreros a Su mies, abre las almas de los no-cristianos para escuchar el Evangelio y fecunda la palabra de salvación en sus corazones”.
Podemos decir, sin temor a exagerar, que por la oración actúa el Espíritu Santo, haciendo fecundo cualquier obra de apostolado.
Lo que ha de hacer el alma en los tiempos de esta quietud, no es más de con suavidad y sin ruido. Llamo «ruido» andar con el entendimiento buscando muchas palabras y consideraciones para dar gracias de este beneficio y amontonar pecados suyos y faltas para ver que no lo merece. Todo esto se mueve aquí, y representa el entendimiento, y bulle la memoria, que cierto estas potencias a mí me cansan a ratos, que con tener poca memoria no la puedo sojuzgar.
Nos dice la Santa de que manera nuestra propia naturaleza sin responsabilidad nuestra, interfiere y trata de entorpecer la obra de Dios, de manera especial el entendimiento y la memoria.
No olvidemos que cuando Santa Teresa habla de memoria, se está refiriendo a la imaginación principalmente y cuando habla de entendimiento, a nuestro raciocinio, a nuestro afán de querer razonar todo, de querer comprender todo.
A propósito de esta lucha que ella mantuvo con su propia imaginación, con su propio raciocinio, con su propio entendimiento vamos a citar algunas frases propias de la Santa que están diseminadas a lo largo de todas sus obras porque continuamente nos está recordando esto, no para que nos de igual sino para tranquilizarnos de alguna manera y para que no nos desanimemos. Es normal que nuestra propia naturaleza, nuestro ser humano, nuestra psicología humana intercepte muchas veces la obra de Dios, sin mala voluntad por nuestra parte sino por pura fragilidad. Ella vivió en primera persona lo difícil que puede resultar sujetar la imaginación.
En Camino 19, 2 nos dice: “Hay entendimientos tan desbaratados como unos caballos desbocados”. En Camino 31, 8 dice: “Cuando se ve en esa quietud – se está refiriendo a la oración de quietud de que nos está hablando en este capítulo 15 – no haga más caso del entendimiento que de un loco”. Un poco más adelante en Camino 31, 20 dice: “Cuando se viere este subido grado de oración sobrenatural si el entendimiento o pensamiento a los mayores desatinos del mundo se fuere, ríase de él y déjele para necio y esté en su quietud; que él irá y vendrá”. Camino 30, 16 nos dice: “Este entendimiento está tan perdido que parece un loco furioso”. En Vida 17, 7 nos dirá: “No haga más caso de la imaginación que el que se hace de un loco.” En Vida 11, 17 nos dice: “Nadie se acongoje ni aflija de inquietud y distracción de los pensamientos”. En Fundaciones 5, 2 dice: “El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho”. En Camino 24, 5: “No se cansa en poner seso a quien entonces no lo tienen que es su entendimiento”.
Como éstas, podríamos citar muchísimas más frases de la Santa, hay infinidad en todas sus obras. Estás son simplemente un botón de muestra.
…La voluntad, con sosiego y cordura, entienda que no se negocia bien con Dios a fuerza de brazos, y que éstos son unos leños grandes puestos sin discreción para ahogar esta centella, y conózcalo y con humildad diga: «Señor, ¿qué puedo yo aquí? ¿Qué tiene que ver la sierva con el Señor, y la tierra con el cielo?», o palabras que se ofrecen aquí de amor, fundada mucho en conocer que es verdad lo que dice, y no haga caso del entendimiento, que es un moledor. Y si ella le quiere dar parte de lo que goza, o trabaja por recogerle, que muchas veces se verá en esta unión de la voluntad y sosiego, y el entendimiento muy desbaratado, y vale más que le deje que no que vaya ella tras él, digo la voluntad, sino estése ella gozando de aquella merced y recogida como sabia abeja; porque si ninguna entrase en la colmena, sino que por traerse unas a otras se fuesen todas, mal se podría labrar la miel.
Santa Teresa vuelve a acusar el entendimiento de moledor y a decirnos que le hagamos caso, que prescindamos de él, que está muy desbaratado.
Y, por primera vez, utiliza la imagen preciosa de la abeja y la colmena. Dice que la voluntad es una abeja laboriosa y que a veces queriendo reunir al entendimiento y a la memoria que siempre andan dispersos, también abejas pero dispersas y fuera del panal de la quietud, no daría lugar a que el Señor destilase la miel de sus carismas, al menos en la voluntad-abeja o en la abeja-voluntad. Si la abeja-voluntad en vez de estarse en el panal de la quietud, sale a buscar, a convocar a las otras abejas -al entendimiento y la memoria- al final se hallarán las tres fuera.
Por eso dice la Santa que permanezca en el panal de la quietud labrando la miel, destilando la miel y que ya el entendimiento y la memoria – que siempre andan inquietos, desbaratados, buscando, yendo y viniendo – acabarán volviendo a la colmena, acabarán volviendo al panal, queriendo atisbar algo de la quietud que la abeja-voluntad ya está gozando y algo se les pegará, algún bien les hará. Pero en cualquier caso, que la abeja- voluntad permanezca tranquila en el panal de la quietud gozando del don que le está siendo dado, saboreando la miel y destilándola, guardándola en su interior, fabricándola para después poder entregarla, para después poder darla al resto de la colmena, a la Colmena Iglesia.
Así que perderá mucho el alma si no tiene aviso en esto; en especial si es el entendimiento agudo, que cuando comienza a ordenar pláticas y buscar razones, en tantito, si son bien dichas, pensará hace algo. La razón que aquí ha de haber es entender claro que no hay ninguna para que Dios nos haga tan gran merced, sino sola su bondad, y ver que estamos tan cerca, y pedir a Su Majestad mercedes y rogarle por la Iglesia y por los que se nos han encomendado y por las ánimas de purgatorio, no con ruido de palabras, sino con sentimiento de desear que nos oiga. Es oración que comprende mucho y se alcanza más que por mucho relatar el entendimiento. Despierte en sí la voluntad algunas razones que de la misma razón se representarán de verse tan mejorada, para avivar este amor, y haga algunos actos amorosos de qué hará por quien tanto debe, sin -como he dicho- admitir ruido del entendimiento a que busque grandes cosas. Más hacen aquí al caso unas pajitas puestas con humildad (y menos serán que pajas, si las ponemos nosotros) y más le ayudan a encender, que no mucha leña junta de razones muy doctas, a nuestro parecer, que en un credo la ahogarán.
Es muy hermosa la imagen que utiliza aquí la Santa. Hay que encender el fuego, hay que cuidar esa centellica, que es la oración quietud, y dice ella que a fuerza de brazos no lo lograremos. No está por nuestra industria, no está por nuestros pensamientos, por nuestras ideas, por nuestra fuerza de brazos. Es más, dice que los brazos serán dos leños enormes que, si los ponemos sobre la centellica, la ahogarán del todo. Cuando hay una centella pequeñita, no se puede echar grandes leños, hay que poner pajitas que vayan avivando ese fuego. Las pajitas son las pequeñas cosas hechas por amor.
Santa Teresita utiliza esta comparación de “arrojar pajitas”. Ella dice que hay nadas que agradan a Jesús más que el imperio del mundo, como por ejemplo, una sonrisa cuando se hace con amor.
Santa Teresa, nuestra Madre, nos invita a rogar por la Iglesia por lo que se nos han encomendado, por las almas del purgatorio, pero dice ella que no con ruido de palabras, no con excesiva palabrería, sino con sentimiento de desear que se nos oiga. La oración intensa no está en unas palabras fuertes sino en un sentimiento íntimo y profundo, en un anhelo grande de desear ser escuchados que, de alguna manera, agudiza el oído de Dios y le obliga a inclinarse hacia nosotros y le obliga a escucharnos.
Dice ella “que no está la cosa en pensar mucho – lo dice en las Moradas Cuartas, en el capítulo 1 en el número 7 – sino en amar mucho”, en ese sentimiento de desear ser escuchados. Y dice ella que se alcanza mucho más así que por mucho reflexionar y por mucho actuar el entendimiento. También nos dice en las Fundaciones 5, 2 que “el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho”.