De los que comienzan a tener oración, podemos decir son los que sacan el agua de un pozo, que es muy a su trabajo” nos dice la Santa en el Libro de su Vida en el capítulo 11.
En este primer grado, el principiante en el camino de la oración, experimenta gran trabajo, no le resulta fácil este iniciarse en la oración, tiene que esforzarse. Esforzarse en el ejercicio y vida de la oración, en la constancia, que es la gran batalla, debido principalmente a que su naturaleza está poco acostumbrada -o nada acostumbrada- a recogerse en el interior del alma.
El hombre -y más el hombre de hoy día- vive habitualmente derramado hacia el exterior, volcado hacia fuera, y por eso su oración es costosa, es difícil, “muy a su trabajo” nos dice Santa Teresa y al principio con escaso fruto. Comenzando a orar, el hombre de hoy siente malestar, se siente extraño, como una atmósfera rara para él. Experimenta también disgusto cuando a pesar de su empeño, de su trabajo por recogerse y meditar, no encuentra en sí sino sequedad, aburrimiento, sinsabor… o al menos no un sabor agradable, no algo sabroso sino insípido, incluso a veces sin sentido, tedio, hartura…
Santa Teresa invita a los que oramos, a los que empezamos a orar, a que no nos quedemos en una praxis de la oración que no llegue al corazón, que no llegue a las entrañas, que no nos haga vibrar, que no nos toque el sentido. No hay que quedarse atado, apresado en la oración dura, sino abrirse a una Presencia, abrirse a un planteamiento diferente, abrirse a una amistad con Alguien que está dentro de mí, con Alguien trascendente, con Dios, con esa Presencia Amiga y continua que está en mi alma.
Santa Teresa nos invita -para cambiar el sentido de estos principios arduos y complejos- a que nos abramos al amor, a un amor limpio, a un amor desinteresado, a un amor sin sueldo, sin esperar nada a cambio. Eso es la amistad -no es otra cosa- y el Amigo es Jesús. Así nos lo enseña ella: “Pues sábele contenta con aquello y su intento no ha de ser contentarse a sí sino a Él” (Vida 11, 13). Pues sabemos que contentamos a Dios con nuestro ejercicio de oración seca y nuestro intento no ha de ser contentarnos a nosotros mismos sino a Él.
De esta manera, el principiante debe sustentarse en la oración con el ejercicio de la meditación, es decir: discurriendo el entendimiento en buenos libros que le lleven al trato de amistad con Dios o pensando sobre las grandezas de Dios. Esto es importante: ayudarse sobre todo a los comienzos -aunque Santa Teresa nos insiste muchísimo en que no se nos vaya en eso todo el tiempo de la oración- sino que representen delante a Cristo y sin cansancio del entendimiento se estén hablando y regalando con Él, mire que la mira” (Vida 13, 22).
Esto es importante: es verdad que tenemos que ayudarnos con libros, con reflexiones para meditar, pero tampoco hace falta estar todo el tiempo «pensando», elaborando ideas, sino representando a Jesús delante y simplemente estando con Él, sin cansar tanto el entendimiento, sin cansar tanto la mente, sin estar continuamente pensando y formulando ideas. “¡Mire que la mira!” Miremos que Dios nos está mirando, que Jesús, el Amigo, tiene Sus Ojos puestos en mí y devolverle la mirada. Nos lo dice en le Camino de Perfección en el capítulo 26: “No os pido más de que le miréis” (Camino 26, 3)
Esto es lo que puede hacer por sí mismo el que comienza este camino de la oración. La Santa nos advierte que el orante no debe intentar suspender la actividad de su entendimiento para ayudarse a la oración -cosa que suele pasar, apenas gustar las primeras devociones, los primeros fervores, los primeros consuelos sensibles en la oración- sino que hay que dejar a Dios que lo suspenda cuando Él quiera, que lo hará. Pero no está en nosotros procurarnos sentir esos gustos, esos consuelos de Dios. Si lo hiciéramos de otra manera, perderíamos el tiempo, quedándose el alma fría, boba –dice ella.
Entendemos bien, por lo tanto, que en esta primera manera de regar nuestro huerto, hemos de sacar el agua del pozo nosotros. Esto significa: discurriendo nosotros con nuestro entendimiento.
Todavía no hemos llegado al punto en que el Señor nos da, Él, el agua viva. Estamos ahí pidiendo… pidiendo un agua que sacie nuestra sed, para no tener que sacarla con nuestro propio esfuerzo del pozo. Pero en este momento todavía no hemos avanzado lo suficiente, es el inicio de ese encuentro con Jesús junto al pozo.
Y el primer planteamiento de la mujer samaritana es ir a sacar agua con su cántaro. Llegará el momento que nos desprenderemos del cántaro -del entendimiento en este caso– pero ahora mismo hay que servirse de él y hay que esforzarse para sacar agua del pozo.
Comenzamos ahora la lectura directa de esos capítulos del 11 al 21 del Libro de la Vida de Santa Teresa, en que ella nos va explicando los Grados de la oración. Es un “pequeño” tratado; pequeño porque aunque no es excesivamente extenso, pero es bastante profundo. Más adelante ella puntualizará toda esa doctrina en las Moradas: la matizará, nos la devuelve tras una experiencia mucho más larga, mucho más intensa, en la vida de oración. También como Maestra es más experimentada que en el momento en que escribe estas líneas, estos capítulos; pero ahora mismo ya son un tratado de oración y es mucho mejor leerla a ella -aunque vayamos puntualizando aspectos durante la lectura- que ninguna otra cosa, lo mejor es leerla a ella directamente.
No vamos a leer todos los capítulos enteros sino que vamos a ir estractando los párrafos más importantes, aunque es conveniente que después de escuchar éstas reflexiones, cada uno tome el Libro de la Vida y en silencio, con calma y sin prisa, vaya leyendo los capítulos una, dos… las veces que sean necesarias hasta asimilarlos por completos.
Pero ahora mismo, vamos aquí a dar unas pautas para la lectura de estos capítulos, para aprender a sacar el agua viva del pozo y llegar a ser empapados por ella.
Capítulo 11
Pues hablando ahora de los que comienzan a ser siervos del amor (que no me parece otra cosa determinarnos a seguir por este camino de oración al que tanto nos amó), es una dignidad tan grande, que me regalo extrañamente en pensar en ella. Porque el temor servil luego va fuera, si en este primer estado vamos como hemos de ir. ¡Oh Señor de mi alma y bien mío! ¿Por qué no quisisteis que en determinándose un alma a amaros, con hacer lo que puede en dejarlo todo para mejor se emplear en este amor de Dios, luego gozase de subir a tener este amor perfecto? Mal he dicho: había de decir y quejarme porque no queremos nosotros; pues toda la falta nuestra es, en no gozar luego de tan gran dignidad, pues en llegando a tener con perfección este verdadero amor de Dios, trae consigo todos los bienes. Somos tan caros y tan tardíos de darnos del todo a Dios, que, como Su Majestad no quiere gocemos de cosa tan preciosa sin gran precio, no acabamos de disponernos.
Bien veo que no le hay con qué se pueda comprar tan gran bien en la tierra; mas si hiciésemos lo que podemos en no nos asir a cosa de ella, sino que todo nuestro cuidado y trato fuese en el cielo, creo yo sin duda muy en breve se nos daría este bien, si en breve del todo nos dispusiésemos, como algunos santos lo hicieron. Mas parécenos que lo damos todo, y es que ofrecemos a Dios la renta o los frutos y quedámonos con la raíz y posesión. Determinámonos a ser pobres, y es de gran merecimiento; mas muchas veces tornamos a tener cuidado y diligencia para que no nos falte no sólo lo necesario sino lo superfluo, y a granjear los amigos que nos lo den y ponernos en mayor cuidado, y por ventura peligro, porque no nos falte, que antes teníamos en poseer la hacienda. Parece también que dejamos la honra en ser religiosos o en haber ya comenzado a tener vida espiritual y a seguir perfección, y no nos han tocado en un punto de honra, cuando no se nos acuerda la hemos ya dado a Dios, y nos queremos tornar a alzar con ella y tomársela -como dicen- de las manos, después de haberle de nuestra voluntad, al parecer, hecho de ella señor. Así son todas las otras cosas.
¡Donosa manera de buscar amor de Dios! Y luego le queremos a manos llenas, a manera de decir. Tenernos nuestras aficiones (ya que no procuramos efectuar nuestros deseos y no acabarlos de levantar de la tierra) y muchas consolaciones espirituales con esto, no viene bien, ni me parece se compadece esto con estotro. Así que, porque no se acaba de dar junto, no se nos da por junto este tesoro. Plega al Señor que gota a gota nos le dé Su Majestad, aunque sea costándonos todos los trabajos del mundo.
Pues hablando de los principios de los que ya van determinados a seguir este bien y a salir con esta empresa (que de lo demás que comencé a decir de mística teología, que creo se llama así, diré más adelante), en estos principios está todo el mayor trabajo; porque son ellos los que trabajan dando el Señor el caudal; que en los otros grados de oración lo más es gozar, puesto que primeros y medianos y postreros, todos llevan sus cruces, aunque diferentes; que por este camino que fue Cristo han de ir los que le siguen, si no se quieren perder. ¡Y bienaventurados trabajos, que aun acá en la vida tan sobradamente se pagan!
Santa Teresa hace aquí una alusión clara a la cruz de Cristo, a los trabajos, a la ascesis. Nos dice que por este mismo camino fue Cristo y por este camino hemos de ir los que le seguimos. Está citando tácitamente al evangelista Lucas en el capítulo 9 versículo 23 de su Evangelio cuando dice: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga.” Y a continuación, nos dice Lucas: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá”
…Pues hagamos cuenta que está ya hecho esto cuando se determina a tener oración un alma y lo ha comenzado a usar. Y con ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí gran olor para dar recreación a este Señor nuestro, y así se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y a holgarse entre estas virtudes.
Pues veamos ahora de la manera que se puede regar, para que entendamos lo que hemos de hacer y el trabajo que nos ha de costar, si es mayor que la ganancia, o hasta qué tanto tiempo se ha de tener. Paréceme a mí que se puede regar de cuatro maneras: o con sacar el agua de un pozo, que es a nuestro gran trabajo;. o con noria y arcaduces, que se saca con un torno; yo lo he sacado algunas veces: es a menos trabajo que estotro y sácase más agua; o de un río o arroyo: esto se riega muy mejor, que queda más harta la tierra de agua y no se ha menester regar tan a menudo y es a menos trabajo mucho del hortelano; o con llover mucho, que lo riega el Señor sin trabajo ninguno nuestro, y es muy sin comparación mejor que todo lo que queda dicho.
De los que comienzan a tener oración podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo, como tengo dicho, que han de cansarse en recoger los sentidos, que, como están acostumbrados a andar derramados, es harto trabajo. Han menester irse acostumbrando a no se les dar nada de ver ni oír, y aun ponerlo por obra las horas de la oración, sino estar en soledad y, apartados, pensar su vida pasada. Aunque esto primeros y postreros todos lo han de hacer muchas veces, hay más y menos de pensar en esto, como después diré…
Santa Teresa nos dice que el que comienza a tener oración tiene que pensar que tiene que cuidar un huerto. ¡Es una comparación preciosa! Que hace claramente referencia al huerto cerrado como lugar de la intimidad, de lencuentro con Dios. Jeremías en el capítulo 21 versículo 12 nos dice: “Serán como huerto cerrado”. Y Santa Teresa está continuamente haciendo alusiones veladas a todas esas imágenes bíblicas que ella conocía. “Serás un huerto bien regado” nos dice Isaías en el capítulo 58 número 11. Y por último en el Cantar de los Cantares -que es el libro que más pudo influir en Santa Teresa en sus imágenes nupciales, en sus imágenes de amor, de encuentro con el Amado- hay también una alusión al huerto en Cantares 4, 11 que dice así: “Eres huerto cerrado, hermana y novia mía. Eres jardín cerrado”.
Nos dice la Santa también que este huerto que vamos a cuidar es para deleite del Señor y que ha de ser convertido -de tierra infructuosa que tiene malas hierbas- en un huerto ameno, agradable, que de frutos, solaz y descanso para el Amado. Todas estas imágenes nos llevan continuamente a pensar en la Escritura, a pensar sobre todo en el Cantar de los Cantares, cuando la amada invita el Amado: “Entra, amor mío, en tu huerto” (Ct 4, 16). El agua viva cambiará sin duda el aspecto del huerto, de ser desértico, árido, frío, inhóspito, lo convertirá en un vergel lleno de vida, de luz, de color, de alegría que invita al descanso al reposo, a saborear la compañía de quien uno ama. También nos lo dice el profeta Isaías: “Convertirás su desierto, su yermo en el huerto del Señor” (Is 51, 3).
Estamos comprobando como la lectura de la Palabra de Dios -aunque no sea citada directamente- está ahí en el trasfondo de todos esos escritos teresianos. Probablemente ella tampoco leyó los Cantares, o el Profeta Isaías, o el profeta Jeremías directamente, sino que conocía estas citas bíblicas a través del Breviario o de devocionarios que tuviera a su uso en su momento. Pero está presente la Palabra de Dios en toda la obra escrita de Santa Teresa.
Muy poquitas veces, casi nunca cita explícitamente, pero está ahí, es como un río subterráneo en su espíritu que está alimentando enjundiosamente y con abundancia las imágenes y las frases que ella utiliza para expresar el itinerario de la oración. Lo que coincide siempre con la experiencia mística de Santa Teresa es la Palabra de Dios, la Palabra, aunque privada que nunca desmiente la palabra pública y que es una manera profunda de conocer en vivo a la Palabra.
Sabemos que Santa Teresa era muy aficionada a los sermones -ella nos lo dice en Vida 8- y que era una lectora empedernida: leía todo lo que era capaz de leer, todo lo que llegaba a sus manos. Y vemos claramente como ella está continuamente acudiendo a ese alimento espiritual que ha tenido en los sermones y en sus lecturas y habla continuamente de ello, lo vuelca, lo proyecta en sus obras.
Continúa diciéndonos que tenemos con la ayuda de Dios que procurar que, como buenos hortelanos, crezcan las plantas y hemos de tener el cuidado de regarlas para que no se sequen, de cultivarlas debidamente para que nos den flores que nos den de sí gran olor. Esto nos recuerda, evoca claramente la cita de Sirácida 39, 14: “Floreced como azucenas, exhalad suave olor”. O en Cantares 7, 14: “Las mandrágoras exhalan su perfume”. En Sirácida 24, 15: “Perfumé como cinamomo y espliego”.
Las plantas aromáticas continuamente aparecen en la Escritura como fruto del amor, más bien como fruto del amor, como trasfondo de cualquier idilio, de cualquier escena de amor entre Dios y el alma, el buen aroma está ahí. La ternura de Dios, el enamoramiento de Dios siempre sucede en un ambiente de buen olor. Ese buen olor son las virtudes, las plantas aromáticas simbolizan en la Escritura y en los escritos teresianos – en este caso, el huerto – las virtudes. Las virtudes que cultivamos como las flores del huerto y que exhalan, que florecen, que revientan en toda su exuberancia, embelleciendo el huerto y llenándolo de buen olor.
Un poco más adelante nos dice que los que comienzan a tener oración son los que sacan el agua del pozo y que lo hacen con mucho trabajo, etc. Que tenemos que cansarnos y esforzarnos en recoger los sentidos que, como están acostumbrados a andar por ahí dispersos, les cuesta mucho recogerse. En el capítulo 2 de las Moradas Primeras, ella nos dice que es “como si entrase en una habitación donde entra mucho sol, una persona que tuviese tierra en los ojos y casi no los pudiese abrir, está clara la habitación, la estancia pero como no goza de la luz por la tierra que lleva en los ojos o por los efectos de esas fieras y bestias que le hace cerrar los ojos, no puede ver más que la tierra o las fieras o las bestias y no puede gozar de la luz que hay en la estancia” (1M 2, 14). En estas Primeras Moradas como aún están embebidas del mundo y engolfadas en sus placeres y llenas de soberbia, carecen de fuerza los súbditos del alma, que son los sentidos.
Es exactamente lo mismo que Santa Teresa nos dice aquí en el primer grado de oración en ese capítulo 11 del Libro de la Vida.
Qué bello es econtrarse en el primer grado de oración pues yo lo comparo con los niños.Nacen y ta medida que crecen,aprenden a gatear algunos,otros se lanzan directamente a dar sus primeros pasitos de un lugar a otro.Esto supone esfuerzo porque cae una y otra vez y levantarse y mantener el equilibrio no es tarea fácil y a veces llora y patalea y se siente a disgusto por no alcanzar su objetivo pero cuando sus pasos ya son firmes,cuando va creciendo más su meta es «pisar bien» y ésto no lo hará solo,sino con la ayuda de los demás…
En la oración nos pasa esto,nos esforzamos,nos disgustamos,estamos secos muchas veces pero si perseveramos,si somos constantes,ese huerto.será una maravilla para Dios.
Oración no es rezar lo que sabemos,oración es sentarse a su lado y contarle las cosas más isignificantes de nuestra vida,contarle nuestras pequeñas alegrías y penas.Es sentirse acogida y comprendida aunque sólo le miremos y no salga ni una sola palabra de nuestra boca…Todavía nos queda mucho por aprender!!