La obediencia de Cristo
Y a mí siempre me ha consolado una cosa: cuando se me han resistido cosas, cuando ha habido cosas en mi vida que yo decía: “Y ¿cómo subo esta cuesta para llegar allí arriba? Si es que no puedo…” -porque a todos se nos han resistido cosas- dice la Carta a los Hebreos que “Jesucristo, el Hijo de Dios, aprendió obediencia a fuerza de padecimientos”, era el Hijo de Dios y no nació aprendido. “Aprendió obediencia a fuerza de padecimientos” ¡es impresionante pararnos a pensar eso!
-“¡Claro! Para Él era muy fácil, era el Hijo de Dios, lo sabía todo.” ¡Quien dice esto es tonto perdido y no se ha enterado de nada, ni ha profundizado nada, ni conoce a Jesucristo nada! Fue al desierto para ser tentado, como somos tentados cualquiera de nosotros y aprendió a obedecer sufriendo y costándole como nos cuesta a cualquiera de nosotros, porque cuando dice que “fue igual a nosotros en todo menos en el pecado”, es en todo menos en el pecado. Aquello en lo que se peca, aquello negativo a lo que mi voluntad se adhiere muchas veces… eso Jesús no lo tuvo; pero mis luchas para no adherirme a eso muchas veces, las luchas sí las tuvo, solo que Él nunca caía en las tentaciones y yo a veces me la pego ¿vale? Esa es la diferencia, ¿verdad? Pero cuando dice la Escritura –y esto es de fe- que fue igual a nosotros en todo menos en el pecado ¡es verdad! Es que decimos: “Sí, nos lo creemos” ¡Mentira! ¡No nos lo creemos! Decimos el Credo pero nos falta mucha fe, lo repetimos y… -más o menos- hasta con la cabeza lo entendemos, pero no lo hemos hecho nuestro, no lo hemos hecho vida… Nunca nos podemos escapar de nada porque nos cueste obedecer, porque eso es lo normal; lo anormal es que no nos cueste, porque Jesucristo aprendió a doblegar su voluntad humana a fuerza de padecimientos.
Y dice la Carta a los Hebreos que “suplicaba con gritos y con lágrimas que le fuera evitado aquello”. Cuando luego nos asustamos de nuestra propia fragilidad y decimos: “¡yo no puedo vivir esta vida porque no voy a poder obedecer nunca!…” Sí que puedes obedecer, pero tienes que trabajar.
Es que queremos ser monjas perfectas, al día siguiente de llegar y sin esfuerzo, y esa es la mentira más grande de la sociedad actual: “Aprenda usted inglés sin esfuerzo” ¡Mentira! ¿Sin esfuerzo, sin currártelo y sin echar codos en aprender y sin practicar? No vas a decir ni media palabra en inglés. Para aprender inglés tendrás que estudiar inglés. Otra cosa es que, si eres más lista, aprenderás más pronto y si eres más torpe, tardarás más tiempo; pero esfuerzo te va a costar. “Aprenda usted a tocar la guitarra –iba decir sin guitarra- sin esfuerzo”; pues, tendrás que echar ahí horas. “Aprenda usted lo que sea sin esfuerzo”, “haga usted lo que sea sin esfuerzo”… ¡Mentira! ¡Mentira!
“Siga usted a Jesucristo sin esfuerzo” te partes de la risa. Entonces esto es… “Sea usted monja sin esfuerzo”… pues ¡es mentira! O sea: si yo quiero algo -por supuesto que está la gracia de Dios y es lo primero- pero yo tengo que secundar esa gracia, yo tengo que poner de mi parte, tengo que trabajar; y en ningún sitio nos dijo que iba ser fácil. ¿Que es posible? ¡Sí! ¿Que no vamos a estar solos? ¡También! ¿Que Él va por delante? ¡También! Pero… ¿para que? ¿Para seguirle hay que cargar con la cruz? ¡También lo dice! ¿eh? Y la cruz es cruz, no es una cosa que atamos aquí en el pecho con una cadena que hace muy mono… La cruz es la cruz y para ir con Él hay que cargarla y la cruz más difícil es la de doblegar nuestra voluntad y obedecer.
Todo esto venía a propósito de lo que más nos cuesta es entender que en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo hay una unidad de voluntad, las Tres Personas Divinas tienen un mismo querer. Lo que quiere el Padre lo quiere también del mismo modo el Hijo. Y por tanto, si ha habido una crueldad en Dios esta no ha sido del Padre contra el Hijo sino de Dios contra sí mismo.
Cuando se dice que Dios es cruel porque entrega a su Hijo… Eso no es cierto. ¡El Padre no es cruel! Si el Padre es cruel, el Hijo es cruel y el Espíritu Santo es cruel; y si el Padre ha hecho una “burrada” contra el Hijo, lo ha hecho contra Sí mismo, lo ha hecho Dios contra Sí mismo; teológicamente sería así. No se pueden separar los actos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y menos los actos de voluntad, la Voluntad de las Tres Divinas Personas.
Obediencia es virtud y sacrificio pero «bendita obediencia».
No tengas miedo de abrir de par en par las puertas a Cristo,decía San Juan Pablo 2.Hombre que conocía a la perfección la palabra «obediencia=esfuerzo y sufrimiento»