El diálogo fraterno

Entre los muchos calificativos que pueden aplicarse a Santa Teresa de Jesús hay uno que la define con mucho realismo: es una mujer dialogante. Parece haber nacido para el diálogo y para empezar a dialogar. Sin embargo, nunca en sus escritos aparece la palabra “diálogo”, ni tampoco la palabra “dialogar”, ni ninguno de sus derivados.IMG_20191121_083321_091.jpg

En su tiempo, estas palabras no habían entrado aún en el lenguaje común. No se utilizaba la palabra “diálogo” en castellano en el siglo XVI -y yo iba a decir ni en el del XVII, ni en el del XVIII ni en el del XIX. Empezó prácticamente a utilizarse a mediados del siglo XX. Y hay que añadir que ha sido una de las palabras más machacadas y peor utilizadas y más adulteradas.

Por “diálogo” se entiende -según el diccionario- la conversación entre dos personas que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. También se define el diálogo como el comunicarse para buscar la verdad en común.

La Iglesia Católica adopta, sobre todo a partir de Pablo VI -segunda mitad del siglo XX- una postura dialogante con las demás confesiones religiosas. Cualquier forma de convivencia, y muy en concreto la vida común entre los consagrados, no puede articularse, no puede vertebrarse –por decirlo de alguna manera– sino en la comunicación para constituir una comunidad sólida, de la que todos se sientan miembros activos. Si no es así… difícilmente se puede construir comunidad.

Ahora también hay que puntualizar: porque a veces hemos entendido en diálogo como hablar sin parar. Y dice la Escritura -y esto es Palabra de Dios- que “en el mucho hablar no faltará pecado”. Hay que hablar o, mejor dicho, hay que comunicarse; pero comunicar cosas que tengan contenido, que sean sólidas. De lo contrario… caeríamos en una palabrería vana que no construye la comunidad, que destruye… porque hablar, hablar, hablar, hablar, hablar…  no es comunicarse es hablar, hablar, hablar, hablar… es hacer ruido.

Santa Teresa es una mujer que ha sido formada en el diálogo con Dios. No importa que Santa Teresa no haya utilizado nunca la palabra “diálogo” o la palabra “dialogar”. Para manifestar a otro lo que sentía, para relacionarse con Él, emplea palabras equivalentes o sinónimas a la palabra “diálogo” que se utilizaban en su época, en su momento, del siglo XVI, por ejemplo, las palabras conversación, conversar, comunicar, hablar, parlar, tratar…  –la Santa utiliza mucho la palabra “tratar”, que es equivalente en ella a dialogar- coloquio, IMG-20190807-WA0066.jpgplática… Para ella manifestarse era algo vital. Eso se ve muy claramente, por ejemplo, en sus escritos. Ella no sabía escribir si no era dirigiéndose a alguien, teniendo a alguien delante. Entonces en sus escritos, en sus libros -en cualquiera de ellos- hay continuamente conversaciones y cuadros de diálogo.

Ella siempre se dirige a alguien; por ejemplo, en el Camino de Perfección, es muy evidente: unas veces habla con Dios Padre, otras veces habla con las monjas, otras veces habla con Jesús, otras veces habla con los cristianos… O sea, ella siempre se dirige a alguien. Ella nunca escribe una prosa en la cual va narrando algo sin más, sino que continuamente se para y entabla relación con alguien: deja muchas preguntas en el aire, hay muchísimas exclamaciones, admiraciones… hay muchas oraciones porque se dirige a Dios. De repente, está escribiendo una cosa y cambia el registro y se dirige a Dios en una oración ferviente, fervorosa.

Todos los escritos teresianos son tremendamente coloquiales e interrelacionales. No simplemente narra algo y lo deja ahí, sino que se está dirigiendo a quien la lea y entabla un diálogo, un coloquio, con el lector de sus escritos.

En el prólogo de las Moradas, en el número 5, nos confirma esto que os estoy diciendo con estas palabras: “Iré hablando con ellas en lo que escribiré” O sea: da por hecho que está hablando con determinadas personas en lo que va a escribir. Y eso que todavía no ha empezado, es la introducción, el prólogo de las Moradas. Pero ella entiende que va a ir hablando con alguien, que para eso escribe el libro: para hablar con alguien.

En ocasiones piensa que la están escuchando, en otras ocasiones piensa que le hacen preguntas y ella misma dice: “…diréisme que…” o “…preguntaréis o querréis saber…”, da por supuesto que vamos a preguntar, que vamos a saber y ella nos responde de inmediato. Habla con llaneza y con confianza, como pensando que quien tiene delante es un amigo, nunca es nadie extraño, ni alguien con quien Teresa usa formalismos. No divaga ni se detiene en razonamientos abstractos, aclara situaciones personales o comunica experiencias, o enseña verdades aprendidas en el diálogo mantenido con Dios en la oración, o forma sus hijas sobre la vida que tienen que hacer, como personas que están llamadas a la contemplación y a vivir en comunidad.IMG-20191103-WA0081.jpg

El Padre Tomás Álvarez dice –leo la cita literal-: Que “ella escribe en diálogo con el lector, alterna el diálogo con éste y con Dios, diálogo tan sencillo y sincero, tan exento de complejos, hecho tan en presencia del lector que no deja este en la actitud de un mero testigo cuando ella se vuelve a Dios, no le consiente desentenderse y quedar neutral.”

Ella, de alguna manera, espolea el lector. Es imposible leer cualquiera de los escritos de Santa Teresa y… –a ver como lo digo– y leerlos desde fuera, sentirse excluido de lo que está pasando. Inmediatamente te ves metida en esa situación y en eso que ella está diciendo, y parece que el interlocutor de la Santa eres tú mismo, ¿no? Y si no eres tú mismo, es alguien, y que tú estás escuchando el diálogo entre dos personas. O sea: de alguna manera, te implica, te incluye, en lo que está pasando. Es imposible mantenerse al margen de eso que ella está diciendo, de ese diálogo.

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