Ser «tales»

Toda Vida Religiosa, sea del género que sea, tiene una misión en la Iglesia, una finalidad, un fin en la Iglesia. Y la Vida Contemplativa también tiene su propio fin, su fin concreto.

Y Santa Teresa inicia la Reforma del Carmelo con una serie de ideas muy claras y unas finalidades muy concretas que ella expresa muy bien en el Camino de Perfección en los tres primeros capítulos, principalmente en el primero más bien, y en el tercero, sobre todo.IMG-20190912-WA0152.jpg

Hay una expresión muy típica en el lenguaje teresiano con la que ella quiere definir qué es ser monja. Se trata de dos palabras que repite y son muy características: “ser tales”, “hay que ser tales”, “que seamos de tal manera que…”. “Ser tales” es una expresión muy densa y muy rica de contenido.

Ella había pensado muchas veces lo que era ser monja y, muy en concreto, reflexionó cuando se puso a considerar la misión que tenía la comunidad del monasterio de San José de Ávila que acababa de formar, de crear, de fundar ella. Porque no se habían reunido allí únicamente para rezar, para orar, para vivir apartadas del mundo o para llevar una vida austera y pobre. No solamente para eso. Esa vida que ella ha ideado tiene ante todo un objetivo que es servir a la Iglesia.

La Vida Consagrada y desde luego, la vida de las hijas de Santa Teresa tiene un destino, una finalidad clara, que es el servicio a la Iglesia. Los males que la Iglesia padecía en aquel momento, habían sensibilizado muchísimo a Teresa, no podía ella quedarse inactiva. Ella decía que para trabajar por la Iglesia y ser eficaces en esa ayuda a la Iglesia, las de la comunidad aquella primitiva, tenían que “ser tales”. Dice: “Tales cuales yo las pintaba en mis deseos y que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos a éste Señor mío, que tan apretado lo traen a los que ha hecho tanto bien.” (Camino 1, 2)

Ella era consciente de que el sentido de su vida como seguidora de Cristo había que centrarlo en servir a la Iglesia. Es como una obsesión, una constante, algo como muy machacante: el servicio a la Iglesia, el servicio a la Iglesia.

El amor a la Iglesia en Santa Teresa es uno de los rasgos IMG_20180908_223352_394.jpgmás relevantes de su espiritualidad. Y hay un dicho castellano popular que dice que “se muere como se vive”. Y ella murió diciendo: “Por fin, hija soy de la Iglesia y en ella muero.” A mí me impresiona mucho esa expresión de la Santa y ya os lo he dicho alguna vez. Porque vamos a ponernos en el contexto y en la persona que dice eso. No lo dice una persona vulgar en nada.

Santa Teresa era una mujer extraordinaria en muchísimas cosas aún humanamente: tenía unas dotes y unas cualidades naturales excepcionales, ¿no? y -por supuesto- era una persona que espiritualmente había recibido de Dios una serie gracias místicas especialísimas. Había seguido un itinerario único, excepcional; había sido capaz no solamente de vivirlo y ser consciente ello sino de transmitirlo y dejarlo por escrito. Había iniciado una Reforma; había escrito varios tratados de espiritualidad siendo una mujer y en aquella época. Se había visto ante el Tribunal de la Inquisición y fue capaz de defenderse como ella lo hizo. Siendo una mujer y en aquel siglo, escribió al Rey; mantuvo relaciones con el Nuncio (relaciones sólo epistolares: al Nuncio, creo que nunca le llegó a ver personalmente); tuvo trato con muchísimos obispos, con santos de primera magnitud como San Juan de la Cruz, San Pedro de Alcántara, San Juan de Ávila, San Francisco de Borja… ¡Era una mujer que no era vulgar en nada, en nada, en nada!

Bueno, pues esta mujer que para mí lo más impresionante de ella es que los últimos diez años de su vida recibió la gracia de ver permanentemente en visión intelectual -siempre, continuamente, de manera interrumpida- a la Santísima Trinidad. Esta persona que ve a la Trinidad continuamente, o sea: es su hábitat natural esa visión y esa visión es continua y esté peleándose con el arriero, con el albañil, con el fraile, con quien sea… escribiendo una carta, corrigiendo una monja, rezando en el coro, cantando en un recreo… la Trinidad está ahí continuamente. Esta persona excepcional que ve esto, que está en el momento final de su vida, nos podría haber dicho una cosa grande, elocuente e impresionante que nos hubiera dejado “patidifusos” de la emoción, “¡qué discurso, el discurso final de una mujer que vive en la Trinidad de manera habitual, con una unión inquebrantable porque ha llegado a la unión transformante… una persona así nos tiene que decir algo fuera de serie!” Pues no dice nada fuera de serie.

Se está muriendo y en este momento supremo de la vida de una persona, en el que supongo que no se dicen tonterías sino que se dice lo que de verdad uno lleva en el corazón y lo que de verdad importa, Santa Teresa hace dos cosas: primero rezar el Miserere como cualquiera, pidiendo la misericordia de Dios a la hora de la muerte y a la hora de su juicio particular, de ese encuentro definitivo con Él; y después, se define, se proclama, se confiesa a sí misma hija de la Iglesia.

O sea, a la hora de morirse para Santa Teresa su consuelo, su tranquilidad, su descanso, no son todas las gracias impresionantes que ha recibido y todo lo excepcional que ha hecho en su vida y todas las obras buenas, que tenía obras buenas y óptimas que ofrecer a Dios en ese momento… ¡no, no, no! Pide perdón y descansa sabiendo que es hija de la Iglesia y en el seno de la Iglesia muere.

Esto no es ninguna tontería y yo lo he pensado muchísimas veces y demuestra que el amor de Santa Teresa a la Iglesia estaba por encima de todo. El amor a la Iglesia en ella es lo mismo que el amor a Dios, porque no separa a la Iglesia de Dios ni a Dios de la Iglesia y -en la hora de muerte- es lo que le queda, a lo que ella se agarra.

Por eso toda su vida, todo lo que realizó, era para servir a la Iglesia, reconociendo todas las limitaciones que Iglesia pueda tener –que nadie las está negando– pero que no nos impiden amarla y venerarla como Cuerpo de Cristo, como Esposa de Jesucristo, en la que el misterio de Cristo es perenne, es actual, y El actúa… Ésa es la Iglesia. Y Santa Teresa la ama y con ese fin, el fin de servir a la Iglesia, inicia ella la Reforma.

Toda Vida Religiosa que no misiona… -que misionar no es irse a las misiones con los negritos, aunque me parece estupendo que haya quien vaya. Misionar es cumplir una misión, cumplir aquello a que nos han enviado, para lo que nos han llamado- toda la Vida Religiosa, repito, que no misiona no puede calificarse de tal. No será vida religiosa: será vida piadosa o vida vegetativa o vida… no sé qué calificativo poner. Pero la Vida Religiosa es la que nos liga y religa a lo sagrado y la que nos envía a una misión -la que sea- cada carisma tiene su misión propia, pero toda Vida Religiosa tiene una razón de ser en la Iglesia y una misión que cumplir.

La misión para Santa Teresa no está en no hacer nada, ni en decir nada, ni estar en un sitio o en otro haciendo una cosa u otra. La misión para Santa Teresa consiste en “ser”, en “encarnar” la realidad concreta de ese carisma, en vivir, en hacer real y tangible a Cristo: hay que hacerle vivo y presente en la Iglesia. Que quien vea una comunidad teresiana vea a Cristo vivo en ella –digo una comunidad teresiana porque es a quienes ella se dirigía y de quienes estamos hablando– pero cualquier comunidad retempFileForShare_20191011-150704.jpgligiosa tiene que hacer vivo, presente, real, tangible, a Jesucristo en la Iglesia, en la sociedad, en el mundo. ¡Ésa es la misión, sirviéndose de un apostolado o de otro, pero hacer vivo, hacer presente a Jesucristo Vivo y Resucitado!

Y la misión para Santa Teresa pasa por que “seamos tales que”, que seamos de tal manera, de tal categoría humana y espiritual que de verdad mostremos a Jesucristo. Eso significa el “ser tales”, ese es el sentido.

Ella empieza por conjugar el “ser” y el “obrar” con el interceder por la Iglesia. Lo primero es ser, que seamos algo, lo dice en Camino 3, 1. Del “ser tales” depende el llevar a término la misión para la cual el Señor nos juntó aquí. Si no somos tales… ¡somos un fraude al Señor, a la Iglesia y a la sociedad! ¡Corremos el riesgo de convertirnos en mentiras vestidas de marrón!

Es lo que decíamos el otro día: el estar aquí, y el hacer una serie de cosas, y el vestir un determinado hábito, no hace que seamos lo que tenemos que ser, no significa que “seamos tales”. Podemos estar aquí, podemos cumplir un horario, podemos vestir un hábito y ser tan mediocres como los que no lo hacen, no ser santas en definitiva. Y si no somos santas, estamos frustrando la gracia, estamos malogrando la misión, estamos abortando el fruto de la Vida Consagrada, el fruto que tenemos que dar.

Entonces llegamos a la conclusión de que lo primero así de inmediato, lo más importante, es “ser tales”. Porque si no somos monjas, si no “somos tales”, la finalidad para la que estamos aquí no se logra, que es ayudar a la Iglesia. O sea, si no somos monjas de bandera, monjas al cien por cien, monjas auténticas, convencidas y que echan el resto para “ser tales” como tienen que ser, pues no ayudamos a la Iglesia.  Y démonos por contentas si no “desayudamos” porque “el que no está con Jesús, está contra Jesús; y el que no recoge con Él, desparrama”. Esto no dice Santa Teresa, lo dice el Señor en el Evangelio. Entonces: o somos… o si no somos… ¿qué estamos haciendo aquí? ¿Y para qué estamos aquí?IMG_20171207_230625_108.jpg

“Ser tales” es un término que ella usa casi exclusivamente en el Camino de Perfección, en distintos capítulos -mucho al principio, lo hemos visto en el capítulo 27 y lo veremos más adelante en el capítulo 3 – y también habla de “ser tales” en las Moradas Terceras.

Las Moradas Terceras son las moradas donde la Santa sacude en firme contra la mediocridad porque ahí es el punto crucial en el que avanzas hacia la santidad o te instalas tranquilamente en una poltrona y te quedas dentro del castillo pero de “tercerona” para toda la vida.

¿De santa?… ¡nada!, porque la santidad está en las Quintas Moradas con la unión de la voluntad. Pues de cristiana mediocre, de monja… ¡monja, normalilla! Lo peor que se puede decir de una persona es que es una “buena monja”. ¡No! ¡O es una monja santa o pobre monja! ¡No hay término medio! O eres una monja santa o… “Eres una buena monja…” ¡Ay, Dios mío!… Se puede quedar una de “tercerota” toda la vida.

En pocas más ocasiones aparece este término “ser tales” en sus obras:

  • “Ser tales los que están en la ciudad, como son gente escogida, que pueden más ellos a solas que con muchos soldados.” (Camino 3, 1)
  • “Procuremos ser tales que valgan nuestras oraciones para ayudar a esos siervos de Dios”. (Camino 3, 2)
  • “Ser tales que merezcamos alcanzar que hayan muchos bien dispuestos y que puestos en la pelea se puedan librar de los peligros que hay en el mundo. (Camino 3, 5)

 

 

3 comentarios en “Ser «tales»

  1. Qué barbaridad!! Siento ser indiscreta o imprudente pero después de leer esto no puedo retener contar el impacto sufrido. Lo primero que he pensado es que como yo no voy para monja y tan sólo puedo aspirar a una creyente normalita pues ¡Que no cunda el pánico! Soportare leer hasta el final, total no va conmigo la arenga y me eduque con monjas ( algunas de ellas del tercio de Flandes, durisimas). A mitad de lectura empiezo a notar esa tirantez y molestia de elegir ser normal. Al final de la lectura ya no quiero ser una mediocre, aunque no vaya para monja, yo también lo quiero a El, con locura, lo amo. Señor mío no sé que hago aquí pero todavía puedo soportar por ti más lecturas tú sabras lo que estas haciendo conmigo. Ser tal?

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