Cristo, punto de partida

En el libro de la Vida 9, 1-7 Santa Teresa se extiende en enseñarnos cuál es siempre el punto de partida de toda la Vida Religiosa: convertirse a Jesucristo, volver a Cristo.

Dios la ha llamado a vivir en Cristo y con Cristo. Hasta que Cristo no entra de veras en la vida del vocacionado, de alguna manera, estamos a la deriva. Cristo nos llama, pero una cosa es que Él nos llame y otra cosa es que dejemos de verdad entrar en nuestra vida y tomar posesión de nuestra vida. Mientras esto no sucede, estamos pero no estamos; estamos, como se dijéramos, de cuerpo presente; estamos aquí, aquí, pero no estamos viviendo. Entonces es Cristo el que tiene que entrar en nuestra vida y tomar posesión de ella por completo, si no… no estamos haciendo, nada útil; estamos… un poco pasando el tiempo, perdiendo el tiempo… justificando que estamos haciendo algo porque ya estamos aquí. Pero estar aquí no es vivir, es estar. IMG-20190807-WA0192.jpgEstar es estar… Estar se puede estar, simplemente, de paso.

Jesucristo es siempre el centro y el punto de referencia para todo. Hoy día, todos entendemos, comprendemos -y yo creo que nadie pone en duda- que en el siglo XXI la Vida Religiosa es cristológica, que la Vida Religiosa se fundamenta en Cristo y en el seguimiento de Cristo. En el documento “Vita Consecrata” lo precisa una vez más Juan Pablo II diciendo que “la llamada del Padre se dirige a ponerse a la escucha de Cristo, a depositar en Él toda confianza, a hacer de Él el centro de la vida. En la Palabra que viene de lo alto, adquiere nueva profundidad la invitación con la cual Jesús mismo al inicio de la vida pública había llamado los apóstoles a Su seguimiento, sacándolos de su vida ordinaria y acogiéndolos en Su Intimidad. Precisamente de esa especial gracia de intimidad surge en la Vida Consagrada la posibilidad y la exigencia de la entrega total de sí mismo en la profesión de los consejos evangélicos. Éstos, antes que una renuncia, son una específica acogida del misterio de Cristo vivida en la Iglesia” (VC 16 – 1ª parte)

Santa Teresa, que evidentemente no había leído Vita Consecrata, aprende a vivir como monja practicando las lecciones que el mismo Jesús le dictaba. Él era el “Libro Vivo” donde ella aprendía a comportarse como consagrada porque Él es el Ungido, el Consagrado, el que agrada al Padre. Luego Él es el modelo de consagración y de Él aprende ella todo. De hecho, son conocidas de sobra las palabras que el Señor le dice en Vida 26, 5: “Yo te daré libro vivo”. “Su Majestad ha sido el verdadero libro adonde he visto las verdades” (V 26, 6).

Ella lo aprende todo en Cristo y nosotras tenemos que aprender a Jesucristo. Y se le aprende contemplándole, mirándole y, principalmente, ahondando y profundizando en el Evangelio; no solo las palabras de Jesús en el Evangelio, sino sus actitudes y también sus sentimientos.

¿En qué consiste el programa de Santa Teresa para ser monja? “Ser monja” es la expresión que ella utiliza para definir la Vida Consagrada, la Vida Religiosa que ella vive, lo que ella es, lo que quiere ser y lo quiere que seamos: ser monja. “Ser monja” es para ella la expresión de lo que es, de lo que vive, de cómo se siente, de cómo se concibe a sí misma.

 

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