Vivir en obsequio de Jesucristo

Estuvimos viendo el proyecto y el estilo de vida y lo que era el carisma y hoy vamos a ver lo que significa para Santa Teresa vivir en obsequio de Jesucristo, que es algo que como sabéis, prescribe la Regla del Carmen: “Vivir en obsequio de Jesucristo imitando a la Virgen María.” Esa es la finalidad para la cual se reunieron los ermitaños en el Carmelo inspirados y encabezados por el profeta Elías.

Y vamos a empezar primero por ver cuál fue la vocación de Teresa, cómo ella la realizó y la hizo vida y después vamos a ir desarrollando los distintos aspectos de esa vivencia: cómo vivió ella la vocación, los peligros que corrió, los momentos difíciles que ella atravesó, qué la salvó de esos momentos difíciles…

Ya hemos visto que ella tiene una idea muy clara, muy personal, muy propia, muy peculiar pero muy clara, de lo que es ser religiosa. Ella tiene un concepto propio de lo que es IMG-20180820-WA0423.jpg“ser monja”. En su época las religiosas no existían, existían las monjas o las seglares, no había más. No había la distinción que hay ahora mismo dentro de la Vida Consagrada de monjas, religiosas, vírgenes consagradas, miembros de Institutos Seculares… todo eso en el siglo XVI no existía: había monjas y seglares. Y ella tiene muy claro que es monja y qué y cómo tiene que ser una monja.

Desde los veinte años en que empezó su vida religiosa, ella ha tenido claro que quería ser monja. Otra cosa es que a lo largo de su vida las motivaciones, el porqué de esa determinación de ser monja -que iba sufriendo variaciones- va evolucionando conforme evoluciona su vida espiritual y su madurez humana también. Pero ella desde los veinte años tuvo claro que quería ser monja.

Y cuando le llega el momento de hablar de la Vida Religiosa lo hace como si fuera una gran maestra en el tema… ¡y lo es! Porque es una maestra en cuanto a que habla de su propia experiencia. Y ella -de alguna manera- es consciente de que es una persona experimentada, de que Dios la ha llevado por un itinerario muy marcado, con unas directrices muy claras y que puede enseñar, que tiene algo que enseñarnos… No lo dice expresamente, pero en su modo de hablar, en su modo de escribir, en su modo de expresarse, se percibe claramente que ella tiene conciencia clara de ser maestra, de poder enseñar, de tener algo que enseñar a los demás.

Y una de las cosas que hace es que va -como siempre movida por un gran sentido común- a las cosas esenciales. No habla de cosas accesorias que no tienen importancia, no se anda por las ramas, ¡no! La Santa va a cosas claras y esenciales, nos enseña aquello que ella entiende que es importante.

La autenticidad de la Vida Religiosa, ella la expresa en términos de “ser”, nunca de “estar”. Siempre utiliza el verbo “ser”, nunca utiliza el verbo “estar” ni tampoco el verbo “hacer”; principalmente utiliza el verbo “ser”.

Hay una cosa que tampoco le interesa para nada y que hoy día es un peligro en la Vida Religiosa actual, por lo menos aquí en Europa: el ser número. Ser número a ella no le importaba absolutamente nada, no le interesaba. Y hoy día es un gran peligro, porque -con tal de ser número- muchas veces nos hipotecamos y nos vendemos al mejor postor y al final acabamos… mal: aguando el vino. Aumentamos el vino aunque sea echándole agua para tener más litros, y al final no se sabe si es vino, si es agua o… qué es. Es una cosa rara que no vale para nada. A ella el número le traía sin cuidado: ella quería que el vino fuera puro, aromático y de verdad. Y para un vino nuevo buscó un odre nuevo y creó un odre nuevo que fue la Reforma del Carmelo. Ella dice claramente, a propósito de todo esto, en una carta –la 451- a la Venerable Ana de Jesús: “No está nuestra ganancia en ser muchos los Monasterios sino el ser santas las que estuvieren en ellos.” ¡Evidente! esencial, de lógica aplastante y de sentido común: Santa Teresa misma.

Para ella “ser monja” no se reduce a un estado, a una situación sino a una vida cuyo objetivo concreto es caminar hacia la fuente de la vida, que es Jesucristo. Para ella ser monja es ir hacia Cristo, es avanzar hacia Él. De hecho ella sale de la casa de su padre para ser monja; así de claro lo dice en el Libro de la Vida, capítulo 3 dispuesta a soportar los trabajos de la religión y con intención de ser de veras, sin paliativos, sin obrar a medias o por apariencias, como dice en el capítulo 7 del Libro de la Vida.

Ella –creo que lo sabéis, si no lo cuento brevemente– se determinó a ser monja porque veía que tenía crudo y complicado aquello de salvarse. Ella se conocía a sí misma -era una mujer inteligente- y sabía de su fragilidad, sabía de sus tendencias y se tenía a sí misma más miedo que otra cosa. Entonces dijo (es una reflexión un poco… “así”, pero es la que se hizo): “yo me voy ahora al convento, me hago monja, pasaré el purgatorio en esaIMG-20190824-WA0078.jpg vida –así de bonito concebía el convento– y ya con esto me salvo”. O sea: se fue al convento con la “rectísima” intención de no condenarse. Lo que pasa es que Dios, de las cosas poco rectas saca cosas buenas y cosas óptimas, frutos óptimos, como es una Santa Teresa de Jesús. De una intención poco recta, poco noble, poco elevada -porque es bastante rastrero ir al convento solo para no condenarse– Dios Nuestro Señor, el Espíritu Santo, es capaz de dar lugar a esa maravilla, a esa santa sin igual, que es Teresa de Jesús. Esto para animarnos cuando muchas veces hacemos las cosas mal, a medias o medio a rastras, y nos decimos: “Esto no ha servido para nada”. Pues… tal cual lo estás haciendo a lo mejor no sirve de mucho, pero Dios puede hacer de ahí, de esa mediocridad, una maravilla, porque no sería la primera vez, ni será la última, que tendrá que hacer muchas obras así.

Para ella “ser monja” es una forma de ser, un estilo de vivir, que define a la persona por su entrega plena a Cristo. En el Camino de Perfección, en el capítulo 13, al principio, dice aquello tan…: “O somos o no somos”. O somos lo que tenemos que ser o no lo somos, ¿no? Ella es muy contundente, no le van las medias tintas, no le va la tibieza, no le va… ¡o sí o no, o arriba o abajo, o con Jesucristo o contra Él, o frío o caliente!

Teresa inicia su vida de monja con entusiasmo, decidida, dispuesta a todo. Es consciente de que Dios la ha llamado -lo dice ella en el Libro de la Vida capítulo 3- “para el estado que me estaba mejor”, aunque no era le que más le gustaba, pero ella sabía que era en el que estaba mejor. También es consciente de que no está llamada a “estar” en la Encarnación sino a “ser” monja, a pertenecer a Cristo, para no regirse por otra norma que la del amor y para vivir como desposada. Esto lo dice claramente en Vida 4, 3.

Dios nunca llama a estar, Dios nunca llama a hacer; llama a ser, a vivir. La vocación es un proceso de vida, tiene una historia propia, sus altos, sus bajos, sus intermedios… hasta que la persona –y aquí aparece la palabra “mágica”– se determina a entregarse de veras. La respuesta a la vocación no es salir de casa y entrar en el Monasterio o en la Vida Religiosa y ya está. ¡No! Ese es solo el primer paso. La vocación es determinarse a entregarse de veras a Cristo, a configurarse con Él y a ser de Él. Porque yo puedo estar aquí muy bien, cómodamente instalada, en una situación en que, si yo no me meto con nadie, nadie se mete conmigo… O sea: yo puedo ser incolora, inodora e insípida…  ¡y eso no es ser monja!  Y me puedo dedicar tranquilamente a vegetar, pero no a vivir y la vida vegetativa no es muy recomendable, es el grado más bajo de la vida aun en lo humano, ¿no? Pues esto trasladado a la vida espiritual es de lo más triste.

Entonces, si yo estoy aquí, es porque me han llamado a ser, a vivir una vida concreta, no a estar aquí por estar aquí… mañana la Providencia me puede llevar a las Antípodas del globo terráqueo. Pero mi identidad, lo que yo soy, lo seré aquí, en las Antípodas, en la Antártida, en Moscú, paseando por la Muralla de China o… ¡en cualquier sitio! Yo voy a seguir siendo lo mismo que soy porque a mí me han llamado a ser. Otra cosa es que luego la vocación se vive en algún lugar del tiempo y del espacio, evidentemente, pero… a mí no han llamado a estar aquí, me han llamado a ser. Y si estoy aquí, en este monasterio concreto, en esa comunidad concreta, viviendo el momento que esa comunidad está viviendo ahora mismo, es porque se me ha llamado a vivir “eso” aquí, a vivir lo que se está viviendo aquí, lo que está sucediendo aquí, lo que el Espíritu Santo está haciendo que acontezca aquí… Dios quiere que lo viva yo y por eso estoy aquí y ahora. Pero no porque me guste este sitio, me guste esa comunidad, ni me guste nada. ¡Yo no estoy aquí porque me gusta, sino porque se ha llamado a vivir esto que se vive aquí y, como se vive aquí, y por eso Dios me ha traído Dios aquí! Si en un momento dado sus designios fueran que viva lo que viven en el convento que está en las Antípodas… pues ya Él se las arreglará para que yo acabe en el convento de las Antípodas.

Ahora, en este momento de mi vida, lo que Él quiere es que yo encarne, haga realidad esto que se está dando en esta Comunidad Que sea… ¡vida de mi vida, alma de mi alma! No sé como expresarlo… ¡es mi identidad, es lo que tengo que “ser” y yo “soy” lo que vivo! A mí me han llamado a que sea esto que se es aquí y viva eso que se vive aquí. Eso la Santa lo entiende perfectamente y sabe que estar en la Encarnación, no es ni lo mejor ni lo peor, sino donde Dios la ha llevado para vivir “aquello”, por lo menos en principio.

Otra cosa es que la vocación es como todo en esa vida: es un proceso. Es un progreso en la penetración y el conocimiento de Dios y de Su Voluntad y un camino por el que Dios te va llevando. La vocación es algo dinámico siempre, no es pedirte una cosa, la haces y ya: he respondido a la vocación. ¡No! La vocación es algo que empieza conmigo y acaba conmigo. IMG-20180420-WA0072.jpgLa vocación es desde antes de nacer cada uno de nosotros; dice el Señor en su palabra: “Antes de que te formases en el seno de tu madre, Yo ya te conocía y te consagré”. Otra cosa es cuando te enteras tú de que estás llamada. Hay un momento de la vida en que Jesús nos va haciendo tomar conciencia de ello y ese momento sucede en el tiempo: unos antes, otros después, otros mas tarde, otros no se enteran nunca… otros se enteran, pero no quieren enterarse… Eso ya es la peculiaridad de cada cual. Pero la vocación existe desde que yo existo y es eterna porque yo estoy destinada a una vida eterna. Cuando yo llegue al cielo no cambio de vocación, ¡no!, será la plenitud de mi vida en Cristo, de la vida que he vivido aquí, en Cristo y ya en el Cielo: sin trabas, en la gloria…

Pero a lo que iba: que la vocación empieza conmigo, con mi existencia -porque desde el momento en que Dios me concibe en su mente ya me está llamando- y cuando me hace existir en el tiempo y empiezo a existir en el seno de mi madre, ya estoy consagrada en la mente de Dios desde la eternidad. Otra cosa es que luego ya… una se entera cuando se entera: Dios lo va haciendo progresivamente y -lo mismo que progresivamente en un momento dado en tu vida percibes que eres llamada a la Vida Consagrada y empieces ese camino, ese itinerario- a lo largo de ese itinerario hay muchos escalones: unos entran en el monasterio, otros toman el hábito, otros… -por poner ejemplos– otros hacen la primera Profesión, otros la Profesión Solemne… Y entonces ¿qué pasa? ¿Que ya después de la Profesión Solemne ya has terminado la carrera, te licencias, te doctoras y se acabó? ¡No! La Profesión Solemne no es llegar al final, es más bien empezar algo, empezar ya de lleno una vida que has estando ensayando hasta entonces.

Y a lo largo de esa vida -y aquí sí que hablo por experiencia- ¡una no deja de sorprenderse nunca! Porque yo, cuando hice la Profesión Solemne, siendo como era… –sigo siendo la misma, igual, pero entonces era peor todavía que ahora– la cosa es que yo decía: -“Bueno, yo ya he llegado hasta aquí con 22 años, ¡puffff…! Si llego a muy vieja, yo me voy a aburrir.”  Con 22 años ya había llegado a -como si dijéramos- todo lo que había que “hacer” para ser una monja: ya había hecho la profesión solemne, pues ya… Yo dije: “Bueno, a ver… ¡ya! Ya ha llegado, ya. Mi vida va a ser más… ¡más tranquilita!” Ya no es la preocupación de que tengo que… a ver si tomo el Hábito, a ver si profeso, a ver si… a ver si aprendo yo esto de ser monja… “¿Cómo salgo yo adelante con esto porque tengo que…” ¡No! Pues yo llegué a la Profesión Solemne y dije: “Bueno, ahora ya esto es calma. Calma relativa pero calma ¿no?” ¡¡No!! Al día de hoy sigo sin parar, como podéis ver…

Y Dios no deja de sorprenderte nunca porque la vocación es algo dinámico: yo no estoy haciendo nada contrario a mi profesión y a mi vocación primera, sino cosas que me llevan a vivir cada vez más esa entrega y esa consagración, en más plenitud, porque Dios me va enseñando -como se dijéramos- más cartas de la baraja cada vez y digo: “pero… ¿tan largo es esto y no se acaba nunca?” Y me da la impresión de que El me dice: -“Y ¡lo que nos queda! ¡Estamos empezando! Tú tranquila, que lo que nos queda…” ¿Por qué? Porque la vocación es una aventura apasionante.

Entonces, si esto es así de dinámico, ¿cuál es el problema? ¿Por qué puedes acabar vegetando? Porque no te entregas, no te terminas 20881944_1378577032241290_5481152015287191116_nde entregarte. El riesgo es que consideres que -como ya has profesado y ya eres de Cristo- ya está todo hecho. ¡No! ¡Tienes que vivir, tienes que estar viva! Es algo dinámico -que tampoco quiere decir que tengamos el baile de San Vito y no parar, tampoco es eso- algo que dentro de ti no te deja instalarte nunca, porque el amor siempre es dinámico y el amor nunca se ve harto, nunca se ve saciado, siempre busca más… siempre tiene más sed. Y si tú al Señor le das cancha, no te quiero contar lo que Él es capaz de hacer. Si Él ve que tú estás dispuesta, Él siempre va por delante y nunca te deja ganar. Siempre vence y sobre todo en cuestión de generosidad, de sorpresas, de alegrías, de plenitud… El siempre va por delante y siempre gana. “Te voy a sorprender yo a ti, Señor” ¡Es inútil! Intentar sorprender a Dios –yo lo he intentado, por eso lo afirno- ¡vano! Siempre es Él quien te gana y te sorprende de muchas múltiples maneras y te hace inmensamente feliz y plena.

Decíamos que para Santa Teresa la Vida Religiosa es ante todo entrega, es crecimiento en el servicio de Dios hasta llegar a plenitud y a la madurez cristiana. Nadie, creo yo, si vive medianamente -no digo altas cotas de santidad y perfección en la Vida Religiosa– normalmente… gente normalita como las que estamos aquí, yo creo que nadie se atrevería ya a negar eso.

Santa Teresa desde la propia experiencia nos dice en el Camino de Perfección: “No venimos aquí a otra cosa; así que manos a la labor. Mirad que digo que todas lo procuremos pues no estamos aquí a otra cosa y no un año, ni dos sólo, ni diez” (C 18). No estamos aquí a otra cosa, así que pelead como fuertes hasta morir en la demanda. De momento todas estamos vivas, lo cual significa que todavía nos queda, Clara es la disyuntiva de la Santa: “Ser o no ser”; parece Shakespeare pero no lo es, es Santa Teresa.

3 comentarios en “Vivir en obsequio de Jesucristo

  1. Gracias! Me deja varios puntos muy claros. Ahora entiendo que la vocación es un proceso, un llamado a vivir lo que se vive ahí donde eres llamado, pero ¿cómo se sabe cuando se es llamado dentro de un llamado? ¿Se va descubriendo también progresivamente la Voluntad de Dios?

  2. Buenas noches madre Olga .Esperó se encuentre bien ,quiero agradecerle el enviarme esta evangelización que me ayuda en mi vida diaria. Gracias.
    El dom., 15 de septiembre de 2019 01:03 PM, Grita al mundo escribió:
    > Madre Olga María posted: “Estuvimos viendo el proyecto y el estilo de vida > y lo que era el carisma y hoy vamos a ver lo que significa para Santa > Teresa vivir en obsequio de Jesucristo, que es algo que como sabéis, > prescribe la Regla del Carmen: “Vivir en obsequio de Jesucristo imi” >

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *