TEXTO: Jn 19, 31-37
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
REFLEXION:
Desde siempre he vivido con especial intensidad el Jueves Santo, que es el día del amor fraterno, el día de la Institución de la Eucaristía, el día en que nos dice el Evangelio que el Señor “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1)… Y siempre lo he vivido con una particular intensidad, quedando -de alguna manera- la celebración de los misterios del Viernes como en un plano… no inferior, pero quizá no lo he vivido con tanta intensidad, con tanta entrega como he vivido los Jueves Santos.
Y últimamente he ido cambiando y en un momento dado, se me ha hecho entender que, si el Jueves es un día grande para nosotros- por la entrega del Señor, por el amor, por la Institución de la Eucaristía, porque es el día en que tenemos que tomar la actitud de Juan de recostarnos sobre su Pecho y escuchar los latidos de su Corazón- he entendido que el Viernes es un día importantísimo para los que vivimos de la contemplación del Corazón de Jesús, sobre todo porque el Viernes es el día en que la lanzada nos deja al descubierto ese Corazón.
Una vez muerto Jesús, la lanza traspasa su Costado y este Costado queda abierto y su Corazón expuesto, de modo que podemos contemplarlo como lo tenemos ahora mismo en la custodia, pero bajo otra apariencia. El Viernes es el día de la lanzada y es el día en que de verdad se rasga el velo que cubre el Corazón del Hijo –el velo del Templo del Dios Vivo- y queda ahí, a la vista, y especialmente a nuestra vista, porque nuestra misión es contemplar ese Corazón y vivir asomadas, por la Llaga del Costado, a la intimidad del Corazón del Hijo. Y estaba pensando eso, cuando brotó en mi corazón espontáneamente una oración, una súplica, una especie de jaculatoria que os invito a que repitáis muchas veces: “Señor, explícanos el Libro Vivo abierto por la lanzada”.
Muchas veces hemos comentado medio en bromas, medio en serio, que si un libro, que si el otro libro… que si mejor ese, que si mejor el otro… y cuántas veces os he dicho yo que ya os llegaría el día en que el Señor os daría “Libro Vivo” y os cansarían todas las cosas o todos los libros. Y no lo digo con ánimo de despreciar nada. He sido una lectora empedernida: he leído muchísimo, pero os digo que cada vez leo menos… primero por una cuestión de tiempo y segundo, porque… no sé por qué, pero cada vez más los libros me cansan y se me van cayendo de las manos. El único que de verdad no me cansa es la Palabra de Dios, el Evangelio sobre todo.
Y reflexionando sobre aquellas palabras de la Santa Madre, cuando le arrebataron los libros por el mandato de la Inquisición y ella decía que le parecía que sin libro nuevo no tenía contento, y recibió aquella consolación del Señor: “No hayas miedo, hija: en adelante, Yo seré tu Libro Vivo.” Entendí que el Libro Vivo que Él le prometió a la Santa es el Corazón que se nos muestra el Viernes Santo, el que queda abierto por la lanzada. El Libro Vivo queda abierto de par en par, pero es un libro en el que tenemos que aprender a leer. Por eso tenemos que pedir esa gracia: “Señor, explícanos el Libro Vivo abierto por la lanzada”.
Y, como hijas de Santa Teresa, no podemos renunciar al Libro Vivo. Y yo he estado buceando y buscando en los textos de ella, pero no he encontrado mucho más acerca del Libro Vivo, ni habla tampoco gran cosa de la Escritura, de la Palabra de Dios, pero la cita muchas veces en sus obras. Algunas citas son muy inexactas primeramente porque ella, como casi todas las personas de su tiempo, manejó muy poco la Palabra de Dios y lo poquito que la pudo manejar fue sirviéndose de la Vulgata: no había textos en castellano y menos al alcance de una monja.
Yo pienso que, si la Santa Madre nos pudiera hablar hoy, nos exhortaría vivamente o incluso nos impondría de manera preceptiva la lectura de la Palabra de Dios, como lectura por encima de todas las lecturas. No creo que ella se conformara con nada que fuera menos que la Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios está ahí, en el Corazón de Cristo, porque la Palabra es Jesús, es Jesús mismo: Jesús es el Verbo Encarnado, Jesús es la Palabra. Y en el Corazón de Cristo tenemos que aprender a leer esa Palabra.
Creo que es importante que dediquemos cada día al menos quince minutos a leer algo de la Palabra de Dios, cada una a lo que se sienta más movida, me da lo mismo el antiguo Testamento que el Nuevo. Y teniendo siempre presente que la Palabra de Dios está viva, “es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo”. Es importante que, cada vez que vayamos a leer la Palabra de Dios, supliquemos con humildad pero con intensidad: “explícanos el Libro Vivo abierto por la lanzada”. Creo sinceramente que no podemos renunciar a eso. Y me gustaría de verdad que todas lo acogiérais, no como un mandato, sino más bien como un ruego y como algo que creo que es un deseo íntimo del Corazón de Él. ¡Es una llamada de Él, una petición de Él!
Tengo la experiencia de que muchas veces la Palabra de Dios, como muchas otras cosas en la vida espiritual, se hace árida y parece que no nos dice nada. Nos puede pasar que a veces nos sintamos incluso –entendedme lo que voy a decir- “maltratados” por la Palabra, porque no nos dice nada. Pero es Él, es su Palabra y Él está presente y está vivo.
Y a veces nos puede pasar que, cuando la Palaba nos maltrate, hagamos como hizo Agar, la esclava de Saray, que se escapó al desierto, huyendo de su señora. Y cuando estaba en el desierto, el ángel de Yahvé se le apareció y le dijo: “¡vuelve a tu señora y sométete a ella!” Y yo he entendido eso muchas veces: “¡Vuelve a la Palabra y sométete a ella! Y no te escapes, leyendo otras lecturas, otras cosas que… al fín es como beber de charcos muertos, de aljibes estancados, cuando se puede beber de un agua viva.”
En alguna ocasión, he sentido en el corazón ese mandato: “¡vuelve a tu señora y sométete a ella!” Y entonces os aseguro que, cuando una obedece y vuelve a la Palabra, la bendición se multiplica, el Espíritu Santo la ilumina… y la Palabra cobra vida e infunde vida, porque es un verdadero alimento que sale de la boca de Dios.
Y mirad: lo mismo que ante el Señor y -muchas veces- ante su Presencia Eucarística solamente experimentamos sequedad y hay que ejercitar intensamente la fe, de la misma manera tenemos que perseverar ante la Palabra: igual que perseveramos ante el Santísimo Sacramento y no nos vamos, porque por gracia sabemos que Él está, aunque no sintamos nada. De la misma manera, tenemos perseverar ante la Palabra, porque en la Palabra Él está, la Palabra está viva. Y tenemos que ser fieles y perseverar en la presencia de la Palabra independientemente de las consolaciones que sintamos o dejemos de sentir, muchas veces ejercitando la fe, creyendo firmemente que esa Palabra está viva, que esa Palabra es Él y que es su Voluntad que estemos ante ella.
No sé cómo, pero sé que de una manera misteriosa –y eso os lo aseguro- ese perseverar ante la Palabra, aunque aparentemente sea estéril y nos aburramos muchísimo, cosa que fácilmente puede suceder, que nos aburramos muchísimo, ese permanecer ante la Palabra va a ser fecundo. Si no es para nosotras personalmente, recaerá en alguien. No nos podemos olvidar nunca que nuestro apostolado se extiende de una manera misteriosa a todo el Cuerpo Místico y, a lo mejor, en esos ratos en que tú estás con tu Biblia delante, aburrida como un hongo, muerta de sueño, pensando en… ¿¿?? de ese aburrimiento aparente o real, de ese tedio, de ese sinsentido, de esa sensación de pérdida de tiempo… no sabemos qué iluminación puede estar recibiendo otro miembro del Cuerpo Místico.
Lo que sí sé -creo que lo puedo afirmar- es que es Voluntad de Él que perseveremos en la lectura de la Palabra y que pidamos la gracia de aprender a leer el Libro Vivo que se nos abre en la lanzada.
ORACION:
Jesús: concédeme la gracia de aprenderlo todo de Ti, de aprenderte a Ti… Libera mi corazón de deseos de buscar nada fuera de Ti… Tú eres la Palabra pronunciada por el Padre y no quiero escuchar ni leer ninguna otra cosa, sino a Tí… Que Corazón sea mi única fuente de Sabiduría a partir de hoy. ¡Muéstrame tu Libro Vivo! ¡Dame tu Libro Vivo! Amén.
La PALABRA está VIVA.. Está inundada del ESPÍRITU SANTO..
Es Petición de JESÚS acogerse a ELLA …
Gracias M. Olga!!♥️
gracias SEÑOR,por enseñarnos. de tantas maneras nos buscas,y me alegro y salto de alegría,al conocerte un poquito mas,
En la Cruz, aprendo mucho. Cada mirada, cada pensamiento, cada sentimiento…es un aprendizaje continuo. Muchas pero muchas veces, lo abrazó en el madero y lo descuelgo, le hago descansar en mí o en su Madre. Ocupo su lugar con amor y pienso en todo su sufrimiento solo por mí y en particular por cada uno y me anonado siempre porque siempre, descubro el AMOR y esto no me lo ha enseñado nadie, esto lo he aprendido sola en mi trato con Él, en ese querer tan de los dos.
Qué bello es meterse en sus llagas y experimentar desde dentro todo su dolor y no solo físico, experimentar la angustia de nuestro abandono….
Tantas veces le llamo “Mi Cristo Sufriente” y qué suerte serlo desde dentro.