Conocemos perfectamente la escena. Luego las mujeres somos como somos. Las mujeres que le querían meter a los niños por un embudo para que los tocara, para que los bendijera, porque era el hombre aquel excepcional, aquel rabí excepcional que hacía milagros. Entonces querían que bendijera a los niños y las mujeres se los metían ponían delante sí o sí. Y los apóstoles eran hombres. Y estaban hartos de los niños. ¡Fuera niños! Los niños… como todos los niños, no estarían quietos, santos, sino subidos literalmente a sus barbas. Y esta es una de las pocas veces -dice el Evangelio- que Jesús se enfadó. Se disgustó. Dijo: “No, no hagáis eso. Que los niños se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino”.
Los niños tienen sus peculiares modos de ser. Un niño una de las cosas primeras que aprende es a decir “no”, y la siguiente que aprende a decir es “mío”. ¡Mío! ¡No! Como el niño diga no… pues es no. Entonces… ¿en qué cosas de ellos nos tenemos que fijar?, porque dice el Señor que el que no se haga como niño no puede entrar en el Reino. Ya podemos cumplir todos los mandamientos y hacer todo bordado, que como no seamos como niños… no sirve. Por eso Teresita dice: “Bien, vamos a estudiar cómo son los niños.”
Empiezas a mirar a los niños y ves que, generalmente, por naturaleza, son egocéntricos y caprichosos. Y a veces son particularmente crueles. Muchas veces dicen la verdad sin ninguna consideración. Dices: “Caramba, ¿y de los que son como estos es el Reino?” ¿Sí no somos así no vamos a entrar en el Cielo? ¡Vaya receta!
Entonces, Teresita, que es conocedora de todo esto dice: “vamos a ver… el Señor no nos puede pedir que nos volvamos como los niños: tiranos, crueles, egoístas.” ¿Qué hay del niño que le hace de verdad ser puesto por el Señor como modelo? Pues hay cosas que sólo tiene el niño y las perdemos al ser adultos. Porque es verdad que cuando somos adultos y nos comportamos como tales, controlamos nuestros impulsos, pero no por virtud, sino muchas veces por educación, por tal… y no decimos claramente: “No me da la gana” y “mío”.
El niño hace lo que le da la gana y arrampla con todo lo que puede, pero lo manifiesta y no lo oculta. ¿Por qué? Porque al hacernos adultos perdemos algo sustancial, que es la sencillez. Y llega un momento en que, no es que tengamos dobleces, es que a veces… ¡nos hacemos plisados! Es todo lo contrario de la sencillez. ¿Sabéis cómo es una tela plisada, no? Pues cuando llegamos a la edad adulta nos hacemos no con algún doblez, sino plisados. Y hay personas que tienen veinticuatro mil recovecos por el día, más los de por la noche, más los de los domingos. Hay gente súper-complicada y que pierde absolutamente la transparencia, la sencillez… y el corazón evangélico pasa por la sencillez. La sencillez absoluta del niño: el no tener dobles intenciones, dobles sentidos en las palabras, el no pensar una cosa y manifestar otra… Una cosa es que seas prudente y te calles y otra cosa… eso es propio de la persona adulta. El niño no tiene ese sentido de la prudencia.
– Eres más fea que fea.
Te lo suelta y ya te lo ha dicho, y ya está.
– No digas eso.
– Pero sí es verdad, que es muy fea, ¿no ves que es muy fea?
Mejor ya nos callamos, porque cuanto más le digas al niño que no diga eso el niño te va intentar convencer de lo que es evidente. Tú dices:
– Sí, niño, es más fea que un trueno, pero no lo puedes decir así.
Eso lo aprendemos cuando somos adultos. Pero lo que es patético es que tú estés pensando en tu interior que es más fea que un trueno y le estás diciendo que se presente a un concurso de belleza. Eso es el colmo de la hipocresía, de la doblez y los adultos muchas veces somos así, pero el niño jamás adula. Jamás. El niño expresa de verdad lo que siente: sabes que lo que estás viendo, es lo que tiene de verdad en su corazón. En su corazón no guarda otra cosa.
Y si tú observas a un niño normal, el niño si se ríe, se ríe a carcajadas y con todas sus ganas, y si llora, pues… ¡agárrate! porque lo hace también con todas sus ganas. Expresa de verdad lo que siente. No entiende de fingimientos. El niño es transparente y diáfano. En ese sentido Dios quiere que nos hagamos niños.
Otra característica del niño es la capacidad de asombrarse. Nosotros ya somos gente tan adulta, tan madura, tan experimentada, que… ya estamos de vuelta de todo y ya no tenemos nada que descubrir. Teresa encuentras personas -yo me he encontrado- de mi edad o un poco más, cincuenta años, o incluso menos, que a los cuarenta y cinco años ya han vivido todo, saben todo, tienen todo controlado… y ya no tienen nada que descubrir.
Un niño nunca pierde la capacidad de sorpresa… Todo le parece interesante, todo le llama la atención, todo lo pregunta, todo lo quiere saber. Y el niño es consciente, o no consciente a veces, pero desea saber, y -lo que decimos- como es transparente, no se calla su deseo de saber. Cuantas veces, entre los adultos, queremos saber una cosa, pero en vez de preguntárselo al interesado… empezamos a hacer indagaciones por detrás.
El niño si quiere saber dónde han comprado un juguete y dónde se consigue un juguete no le va a preguntar a la vecina del tercero si sabe a qué hora salió una señora, que es lo que muchas veces hacemos. El niño va y dice:
– Yo quiero esto. ¿Dónde hay? ¡Dame!
Esa sencillez y esa llaneza la perdemos al hacernos mayores. Y la perdemos de cara a Dios, porque como ya lo sabemos todo, ya conocemos todo y ya no necesitamos nada… Lo tenemos todo “controlado”, ni siquiera necesitamos a Dios. Nada de: “Si el Señor no me lo quiere dar yo acepto su voluntad”. Y el Señor dice: “Pues quédate como estás. Si eres tonta yo no tengo la culpa”.
Porque las instrucciones son clarísimas: hay que pedir e insistir. Recordad aquella parábola del amigo inoportuno, que le dieron lo que pedía por pelmazo. Que no nos preocupemos, porque si Dios no nos quiere dar algo… no nos lo va a dar por mucho que le demos el tostón. Como no entre en sus planes… no pasa nada. Quiero decir, que no le vamos a hacer ningún trastorno a Dios porque le pidamos.
Y el niño hace esto. El niño pide y pide e insiste y si es necesario monta una pataleta, llora y se enteran en Pekín de que quiere no sé qué y no se lo están dando. Y dices: “Este niño es maleducado, es que no le han enseñado”. No. ¡Es que es un niño! No es cuestión de educación. Es cuestión de que es un niño. Y cuando él quiere una cosa… la quiere con toda el alma y la reclama
Muchas gracias Madre Olga. Tenemos que ser como niños y amar mas a nuestros niños.
El vier., 28 de septiembre de 2018 01:14 PM, Grita al mundo escribió:
> Madre Olga María posted: “Conocemos perfectamente la escena. Luego las > mujeres somos como somos. Las mujeres que le querían meter a los niños por > un embudo para que los tocara, para que los bendijera, porque era el hombre > aquel excepcional, aquel rabí excepcional que hacía milagro” >