Teresita, en su última enfermedad, ya al final, cuando estaba en un grado de perfección altísimo, seguía sintiéndose pequeña y diciéndose pequeña, y un día le pasó, con la madre Inés, el 25 de mayo de 1897, un momento de mal humor, cosa que en ella no era habitual, porque ella era una persona -por naturaleza, además de por virtud- apacible, no era una persona fácilmente irascible, que se malhumorara con facilidad.
Tenía otros defectos de naturaleza, pero precisamente el malhumor no era de sus defectos dominantes. Y ese día, el 25 de mayo de 1897, cuatro meses antes de su muerte, pues tuvo -estaba en la enfermería, en la cama, enferma ya de muerte- un momento de mal humor, y la Madre Inés se dio cuenta perfectamente.
La Madre Inés, por si alguien no lo sabe, era su hermana mayor, su hermanan Paulina, que la conocía muy bien, la quería mucho. Y delante de ella tuvo Teresita un estallido de mal humor. Y a propósito de este suceso ella escribe: “No me apeno de ver que soy la debilidad misma. Por el contrario, me gloría en ella y espero descubrir en mí, cada día, nuevas imperfecciones”. Cuatro meses antes de su muerte ella dice: “Me glorío en mi debilidad -como san Pablo- y espero descubrir en mí, cada día, nuevas imperfecciones. Lo confieso. Estas luces que Dios me da sobre mi nada me hacen mayor bien que las luces que recibo sobre la fe”.
Es una afirmación impresionante, porque ella era consciente de que su vida se estaba acabando, sabía que le quedaba muy poco tiempo de vida. Y dice que las luces que Dios le da sobre su propia nada le hacen mayor bien espiritual y le aprovechan más que las luces de la fe.
Teresita encuentra siempre en su miseria un manantial de alegría. ¿Por qué? ¿Porque era rarita? No. Porque era realista y porque era inteligente. Ella sabe que su miseria es el imán poderosísimo que atrae indefectiblemente la misericordia de Dios. Por eso ella dice que se gloría en sus debilidades, porque la fuerza de Dios -lo dice san Pablo y ella lo ha experimentado- reside en ella entonces. Se hace plena en ella cuando palpa su propia debilidad. Por eso no se despecha, no se enfada… al contrario: se alegra, se regocija, porque sabe que Dios va a encargarse de todo.
Porque a Dios no le queda otro remedio. No duda, porque confía en Dios y -viendo que es la debilidad misma- sabe que Dios se va a encargar, que Dios lo va a arreglar. Sabe que si se presenta a Él en su pobreza le está “obligando” a intervenir, y dice una cosa que ojala pudiéramos decir todos. Yo no la puedo decir por ahora, me gustaría poder decirla pero no la puedo decir: “Experimento un gozo muy vivo no sólo por ser juzgada imperfecta, sino sobre todo por sentir que lo soy”.
¡Toma ya! A ver quién es el guapo o la guapa que experimenta un gozo muy vivo, una gran alegría, cuando la juzgan mal. Yo no. Estoy en ello, pero todavía no. Encima, no sólo alegrarme de que me juzguen imperfecta, sino yo misma, estar convencida de que soy imperfecta y alegrarme en ello. Que no solamente me juzgan, es que de verdad lo soy. ¿Quién puede decir eso? Yo no…
Estamos en ello, pero poder afirmar eso… como lo afirma ella, con ese realismo que te da el ver la muerte a la vuelta de la esquina… en esos momentos en que uno no se dedica a decir tonterías ni a hacer frases bonitas.
Dice también: “¿Cómo afligirse de la opinión desfavorable que puedan tener de mí si soy yo misma la que la participo?” Si estoy convencida de ello, no me aflijo porque los demás lo afirmen.
Si me aflijo cuando lo afirman es porque, en el fondo, aunque diga que soy como soy, que no valgo para nada y que soy la debilidad misma… no me lo creo ni en broma. Porque si lo creyera, y no lo dijera con la boca pequeña, el día que me lo dicen no me pongo de los nervios, ni me angustio, ni me pasa nada. Cuando el hecho de que los demás lo afirmen nos turba, significa que en el fondo no nos hemos creído que seamos pobres.
La pobreza espiritual de Teresita le sirve a ella para alimentar y estimular su esperanza. Pero generalmente las almas tenemos miedo de nuestra indigencia. Nos asusta muchísimo nuestra pobreza, nos causa pavor, repulsa, miedo… Y si es posible… peleamos para que no se entere nadie. Nos avergonzamos de nuestra pobreza. Y nos dice Teresita: “Qué pocas son las almas que aceptan las caídas y las recaídas, el ser débiles. Qué pocas son las que se alegran al verse por los suelos y comprobar que las demás las aventajan”. En esto, como en todo, da en el clavo.