El acto anagógico y fe inquebrantable

El niño no se empeña en enfrentarse a lo que le puede, mucho menos a lo que le da miedo. Si a un niño algo le da miedo no se dedica a mirarlo de frente y a luchar contra ello. Simplemente corre a donde está su padre y se esconde en él. Es que no quiere ni mirarlo. Pero no tiene problema en reconocer que le da miedo y que no lo quiere. Cosa en que nosotros tenemos mucho problema: en reconocer que una cosa nos da miedo. Nos supera. “¡No voy a poder yo con esto!” Pues no, y no pasa nada. Pero ese acto de sencillez y de reconocer la pobreza y acudir a quien puede, es muy en contra de nuestra naturaleza. Queremos ser autónomos. “¿No voy a poder con eso?” Pues no. Y no pasa nada porque lo reconozcas.IMG-20180628-WA0042.jpg

Este esconderse, este no luchar contra la tentación, tiene un nombre. San Juan de la Cruz lo llama acto anagógico. Ante una dificultad, san Juan de la Cruz dice que lo que hay que hacer es no mirarla de frente, no enfrentarse a ella, sino elevarse por encima hacia Dios. Obviarla. No hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Pues en esto también. Eso es a veces uno de los errores mayores y más frecuentes. Que ante una dificultad, ante una tentación decimos:

– Está todo controlado.

– ¡Ay Dios mío, ay Dios mío!

– Está todo controlado, no pasa nada. Yo tengo esta tentación, pero soy una persona adulta, soy libre, soy responsable… yo sé que esto no lo tengo que tocar, y no lo voy a hacer.

Mirad: el cuento de Caperucita no es nada al lado de este otro. Yo no estoy diciendo que no seas una persona adulta, yo no estoy diciendo que no seas una persona normal y con voluntad y con todo lo que quieras. Pero precisamente, porque eres una persona adulta, con voluntad y normal, tienes una cantidad tremenda de posibilidades de caer en esa tentación. Solución: evita la ocasión. Y la mejor forma de evitarlo es no enfrentarte a eso.

– No, es que yo me tengo que demostrar a mí misma que yo soy una persona capaz y que soy libre, y que soy responsable y lo puedo hacer.

– Mira. Déjate de tonterías porque si tienes una tentación ahí, vas a caer. Quítala. Huye de ella. Y la mejor manera de huir, es pasar por encima. Nunca enfrentarte.

A ver: una tentación puede venir de nuestra propia naturaleza o puede venir del demonio. En cualquier caso es mejor no jugar con las tentaciones. La mejor manera de no caer en ellas es obviarlas, porque no puedes estar todo el día: “Yo puedo, yo puedo”, porque no puedes. Ni tú, ni yo, ni nadie.

Entonces, pretender enfrentarnos 33504531_1638933919538932_5731358446029111296_oa la tentación y decir que está todo controlado… No está nada controlado, porque tú no puedes controlar nada. Lo primero que hay que hacer es elevarse a Dios por encima de ello y nunca jamás apoyarse en las propias fuerzas, en la propia energía de carácter, en la propia voluntad, en que yo soy una persona adulta, en que yo soy una persona buena… Mira, eso lo único que demuestra es que eres una persona tonta que no te enteras de qué va la historia. Si lo estás planteando así, no tienes ni idea de cómo va esto.

Si se trata de cosas muy simples, que haces en el día a día, tonterías pequeñas, el alma habitualmente está en Dios y vive en una unión habitual con Dios, pues… esas pequeñas cosas, si se vuelven a Dios, las llega a olvidar por completo. Y si son cosas que no son tan pequeñas y no son tan fáciles de evitar, pues Dios le concede, sin perder esa actitud de niño, la luz necesaria para verlo todo como Él lo ve y realizar lo que sea en su fuerza, en la fuerza de Dios.

Todo esto conduce inexorablemente a Dios, pero solamente se llega tan inexorablemente a Dios si tomamos del niño la actitud. El alma acaba llevando, de esta manera, una vida profundamente teologal, porque espontáneamente se lanza hacia Dios, desprendiéndose de todo, y el Señor la acoge y le comunica su propia vida. Ciertamente todo en ella se mueve por la fe, no por los sentimientos, aunque la fe y el amor están unidos.

Lo más importante de todo este movimiento es nunca jamás enfrentarnos a las cosas. Ser conscientes de que el obstáculo no podemos con él, de que no IMG-20180627-WA0082.jpgdebemos luchar contra él, y volvernos inmediatamente a Quien puede. Eso es lo más importante. Ser consciente de que yo no puedo, pero saber que papá lo va a arreglar. Papá lo arregla todo. Y como lo arregla todo va a hacer esto también. Lo único que tengo que hacer es ir a mi Padre con la confianza, eso sí, inquebrantable, de que Él lo va a hacer.

Muchas veces la gente dice:

– Es que yo pongo las cosas en manos de Dios, y a mí no me las arregla.

– Si no te las arregla es que no las has dejado en manos de Dios. Está clarísimo. Las sigues teniendo en la mano, y al final no las sueltas.

– Es que yo lo dejo todo en Dios y no se arregla nada.

– Porque no lo has dejado. Déjalo en manos de Dios, arroja en Él tu cuidado y Él se ocupará de todo.

El problema es que nos cuesta desprendernos de todo. Hasta las dificultades son mías. Una de las cosas primeras que aprendemos a decir en este mundo es “no”, “mío”. El niño no sabe decir nada, pero “mío”… “mío”, es rápido. Hasta las dificultades son mías. No las arrojo.

– Es que estoy agobiadísima. Tengo una cantidad de problemas…

– Suéltalos. Suéltalos.

Es que el afán de poseer nos lleva incluso a decir: Ese es “mi” problema. Cuantas veces te acercas a alguien y te dice. Ese es “mi” problema.

Somos así de ilógicos. ¿Cuál es el problema real, el único y verdadero problema real que tenemos? Que no somos capaces de arrojar en Dios todo: lo bueno y lo malo.

– Es que a mí Dios no me escucha. Yo rezo y a mí no…

– No. Lo primero: Dios no está a tú servicio. Tú estás al servicio de Dios. Primer punto. Y segundo, para que Dios actúe de verdad es indispensable una fe inquebrantable tener una fe inquebrantable en que va a actuar.

Es como el señor cura aquel, se pone todo el pueblo a pedir, haciendo rogativas para que lloviera, y dice el cura, con buen sentido:

– ¿Se puede saber por qué habéis venido todos sin paraguas?

Porque nadie tenía fe en que fuera a llover. Luego no hay manera de que llueva. Si yo tengo una fe inquebrantable en que yo se lo voy a pedir al Señor y va a llover, me voy con chubasquero, con katiuscas y con paraguas… ¡y llueve! Caen chuzos. El problema es que voy de campo a pedir la lluvia en pantuflas… y no llueve.

Y ¿por qué no tenemos fe? Porque no nos abandonamos a Dios. Si es que es una historia que se repite. Lo primero de todo es una fe inquebrantable en la bondad de Dios y creer que todo lo que pidamos al Padre nos lo va a conceder. Nos falta fe y por eso atamos las manos a Dios.

No le dejamos. Esa es una deformación. El movimiento de abandono supone una fe inquebrantable en el amor todopoderoso. Eso IMG-20180429-WA0067.jpges lo primero. Sin eso no hay nada que hacer.

Porque sí: yo me he ofrecido como víctima de holocausto al amor de Dios, y sé que este amor misericordioso se está derramando sobre mí continuamente. Y sé que ese amor es omnipotente, y purifica todo. Lo sé… pero no me lo creo. Luego me he puesto el chubasquero y el amor misericordioso de Dios, que se está derramando sobre mí chorrea sobre el chubasquero hasta abajo y a mí no me cala, porque no me dejo.

3 comentarios en “El acto anagógico y fe inquebrantable

  1. Buenas.noches madre Olga.Reza por mi y mi familia, que yo lo haré por usted madre y por sus hermanas para que nos aumente Dios.mas nuestra fe.Gracias.
    El sáb, 30 de junio de 2018 11:14 AM, Grita al mundo escribió:
    > Madre Olga María posted: “El niño no se empeña en enfrentarse a lo que le > puede, mucho menos a lo que le da miedo. Si a un niño algo le da miedo no > se dedica a mirarlo de frente y a luchar contra ello. Simplemente corre a > donde está su padre y se esconde en él. Es que no quiere ni” >

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *