El imán de la miseria sobre la misericordia

Teresita ahonda más cuando dice: “Dios no sólo nos ama a pesar de nuestras miserias, sino que nos ama -precisamente- a causa de nuestras miserias. Nos ve más necesitados de amor y misericordia a causa de nuestras miserias, sabiendo, como un Padre tierno, que cuanto más débiles somos, más necesidad tenemos de su amor.

“Dios -dice ella- encuentra nuestras miserables pajas y nuestras más insignificantes acciones siempre bellas”. Esto es lo de la imagen del niño, que es incapaz de hacer nada por sí mismo, y con un esfuerzo inmenso y muy torpemente arranca una flor y la espachurra, y -tal cual está- se la lleva a su madre con toda la ilusión, con toda la alegría… pero así, echa un churro… IMG-20180603-WA0443.jpgEs tan pequeño que no es capaz de arrancarla con delicadeza, no puede… es tan torpe, tan incapaz, que la arranca a lo bruto y la estruja, pero va corriendo a su madre con su regalo. Y se la presenta así, tal cual.

Tú a esa madre dile que la flor está estrujada y hecha una pasa… A ella le parece preciosa. Le conmueve el gesto que nace de su niño, de su pequeño. Recibe el amor, el amor torpe de su pequeño. Así nos ve Dios: es un Padre tierno, tiernísimo. Dice ella que es más tierno que una madre. Y que cuando más débiles somos, con más ternura nos contempla. Nuestras más insignificantes y torpes acciones siempre le parecen bellas, siempre le parecen preciosas.

Para Teresita la misericordia -esto también es muy impresionante y muy bonito- no se manifiesta simplemente en los perdones que Dios nos multiplica. Eso ya… no lleva cuenta de qué manera Dios nos perdona y con qué prodigalidad, sino también en la solicitud para perdonar con la que dispone todas las cosas para nosotros. En la solicitud y en los miles de detalles con que Dios nos va cuidando en el día a día, y va disponiendo las cosas. Ahí ve también ella la misericordia, la delicadeza de ese Corazón de Padre que tiene Dios. No sólo en su perdón, sino en su cuidado.

Teresita ha comprendido que Dios, en sus relaciones con nosotras es siempre misericordioso. No solo en su perdón. En su perdón por supuesto, pero en todas sus relaciones con nosotros es siempre misericordioso, siempre está inclinado hacia sus pequeños. Hacia sus torpes pequeños. Y nos mira con esa condescendencia, con esa ternura, con que una madre mira a su bebé. Y a nosotros nos falta hacernos pequeños.

El que Dios nos mire, siempre desde la misericordia y toda su relación con nosotros sea desde la misericordia es una consecuencia normal y lógica de lo que Él es y de lo que nosotros somos. Él es el que es y nosotros somos los que no somos. Él es el Todo y yo soy la nada. Entonces esa condescendencia, esa misericordia en todo hacia nosotros, es la consecuencia lógica de su naturaleza y de la nuestra.

El amor, por lo tanto, no puede ser de otra manera más que misericordioso. El amor nunca puede ser prepotente. No tendría ningún sentido. El amor tiene que ser misericordioso por su propia naturaleza, porque inclina al tres veces Santo, a Dios hacia los pobres, hacia los pecadores que somos nosotros.

La misericordia de Dios en verdad es su amor en obra, en actos, hacia nosotros. Y pensemos, y esto es tremendamente consolador, al menos para mí lo ha sido, que ese amor que siempre está obrando hacia nosotros, ese amor en acto puro, es omnipotente. Es todopoderoso. Porque Dios es un amor omnipotente y misericordioso continuamente en acto hacia mí.

Pregunta, que yo me he heIMG-20180605-WA0069.jpgcho miles de veces a mí misma: Entonces ¿de qué tengo miedo? ¿Por qué tengo miedo? Si hay un amor omnipotente que está continuamente actuando hacia mí. Pues debe de ser -conclusión a la que he llegado todas las veces que me he hecho la pregunta- que no me lo creo del todo.

Me sé la teoría pero me falta fe. Porque de la teoría estoy segura, estoy convencida: Dios es amor todopoderoso y amor misericordioso y omnipotente en acto puro, obrando hacia mí.

Eso me lo sé, pero he llegado a la conclusión de que no me lo creo del todo. Porque si lo creyera no tendría miedo nunca. Ni estaría triste nunca. Conclusión: me falta fe.

Cuando me asusto de algo y huyo de algo, digo: “Me lo creo o no me lo creo”. Si estoy teniendo miedo va a ser que no me lo creo del todo. Intento ponerme las pilas pero no siempre sale.

Todo esto, y muchas cosas que quedan por contar, es para probar la trascendencia que tiene la ofrenda al amor misericordioso, que no es leer una formulita y me marcho con la música a otra parte pidiéndole a Dios que no me entre la tuberculosis, ni cáncer y ‘casque’ en un año y medio.

Eso no es la ofrenda. Morirse hay que morirse y aquí vamos a morirnos todos. No se va a quedar nadie. La ofrenda no tiene nada que ver con morirse. La ofrenda es un acto profundo de mi vida que va a transformar mi vida desde sus raíces más hondas. Y por eso estoy explicando todas estas cosas. Porque la vivencia del amor misericordioso de Dios cambia radicalmente con esta ofrenda.

Vuelvo a lo que os he dicho antes: yo tenía veinticuatro años cuando hice esa ofrenda, va a hacer veinte años, en abril que viene y ¿tanto ha cambiado mi vida esta ofrenda? Pues yo no soy consciente de muchos cambios que esta ofrenda ha efectuado en mi vida, pero tampoco soy consciente de los cambios que el bautismo operó en mi vida, y la gracia del bautismo ha estado ahí, y por eso estoy aquí, y, el amor misericordioso, desde el punto y hora en que yo hice esa ofrenda ha estado en mi vida, aunque yo no me haya enterado de muchas cosas y por eso también estoy en el punto que estoy.

Y yo estoy convencida de que mi encuentro con el Corazón de Jesús es consecuencia de esta ofrenda. Porque yo estaba recibiendo ese amor desde hace muchos años y entonces un día Dios me dijo: “Ahora te vas a enterar dónde está la fuente, que no te enteras de nada”.

Yo hice esa ofrenda cuando tenía veinticuatro años, repito, y me encontré con el Corazón de Jesús cuando ya tenía treinta y uno. Y estoy convencida de que la gracia de haberme encontrado con el Corazón de Jesús se la debo a Teresita y a esta ofrenda. ¿Qué pasó? Hice la ofrenda, me quedé tan oreada, seguí viviendo tan tranquilamente como si nada, no me ha pasado nada excepcional, pero lo más grande que me ha pasado después de aquello que yo achaco a esta ofrenda fue encontrarme con el Corazón de Jesús en junio del 2001, eso sí me cambió la vida.

Y desde entonces sé que ese AmorIMG_20170902_171035_627.jpg misericordioso de Dios está derramándose en mí, aunque no lo siento, ordinariamente, pero yo creo firmemente, que así como la gracia del bautismo está presente en mi vida y me hace hija de Dios, el Amor misericordioso está presente en mi vida y me hace digna de Él, me hace posesión de Él. Lo creo, no lo siento, pero lo sé. Lo sé por la fe, tengo esa certeza. Y ahí tenemos que llegar, ese es el fin de la ofrenda.

Somos un recipiente pobrecito, agrietado, para pocos trotes, y lo que se recibe en la Ofrenda es el Amor misericordioso de Dios. Esto es vivir el espíritu de la Redención, porque como dice la carta de san Pablo a los Romanos: “la prueba de que Dios nos ha amado es que su hijo murió por nosotros, cuando todavía éramos pecadores…” Cuando nadie daba un duro por mí, Jesucristo dio su vida, y esa es la prueba de que me ama, y no hay que esperar a ser estupendo ni santo de primera división para hacer la ofrenda; al contrario: para entregarse a Él hay que reconocer la propia pobreza, la propia miseria. Y se nos advierte, eso sí, que el amor va a obrar continuamente en nosotras después de la ofrenda con una sola condición. Para no hacer la ofrenda ineficaz, hay que cumplir una condición: consentir en permanecer siempre pobres y sin fuerzas, amar nuestra impotencia, y entregarnos incesantemente. Vivir en un acto continuo de entrega, en una disposición de apertura.

La condición que Teresita pone a la eficacia de la ofrenda es la misma y la única que Dios ha puesto a la fecundidad de la Redención: la humildad verdadera en el conocimiento de sí por la fe, por la confianza, y por el amor.

Después de esta ofrenda, empieza para nosotros una vida nueva, de la que muchas veces no somos muy conscientes, pero que es real. Dios empieza a trabajar en ti, y acabas siendo transformado, tu vida va a cambiar, pero muy imperceptiblemente. Y acabarás teniendo una vida nueva.

A lo mejor no va a cambiar mucho en lo externo, pero va a cambiar. Lo que importa es que el corazón cambie por dentro, y eso va a ocurrir indefectiblemente. Yo sé que el amor trabaja incesantemente y que hoy, ahora, en este instante, está actuando de la misma manera que actuó desde el mismo momento en que yo hice la ofrenda. Y a lo que sí os invito, es la tentación número uno en toda esta historia de la ofrenda es que dejéis de lado los miedos y los prejuicios.

Un comentario en “El imán de la miseria sobre la misericordia

  1. Desde que las conozco y voy viendo y palpando su carisma,algo me cambió.Voy muy despacio,pero noto que las cosas que no tienen importancia,puedo tener un primer momento de bajón,pero muy pasajero.Las importantes les doy mucho valor y mucho espacio en mi vida.En una palabra:soy más feliz.Sobre todo con las pequeñas cosas.❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *