In memoriam

 

Una vez más la vida nos ha sacudido con toda su tremenda crudeza cuando nos hemos enterado de la repentina muerte de Quini cuando tranquilamente conducía su coche por Gijón. ¡Qué gran verdad es lo que dice el Señor en el Evangelio: que hay que estar preparados porque no sabemos ni el día ni la hora!

Es cierto que no sabemos cuándo ni cómo va a ser, pero sí que es cierto que ese momento va a llegar y… lo único que vamos a tener, lo único que nos vamos a llevar, porque es lo único realmente nuestro, es el bien que hayamos hecho en esta peregrinación por el mundo que llamamos vida. Todo lo demás… se va a quedar aquí. Nos iremos de este mundo tan desnudos como llegamos a él, nuestro único “trofeo” va a ser la bondad y las obras buenas que hayamos cultivado a lo largo de la vida.

Echando un vistazo a la vida de Quini, se ha destacado -como es normal- su gran valía profesional como jugador de futbol, sus muchos triunfos en el Sporting de sus amores y en el Barça, pero a mí lo que más me ha impresionado es lo relativo a su secuestro, que tuvo en vilo a España entera al principio de los ochenta. Yo era muy niña entonces y apenas recuerdo nada, salvo la expectación y la preocupación de todos hasta que se resolvió.

Estos días, a propósito de su muerte, me he enterado de algunos pormenores, como por ejemplo que, cuando fue liberado decidió perdonar a sus secuestradores para tratar de seguir viviendo la vida feliz y sin resentimientos, con paz y sin rencor en el corazón. Posteriormente, cuando sus secuestradores juzgados, Quini renunció a la indemnización que le correspondía y cuando salieron de la cárcel, se reunió con uno de ellos tras haber cumplido una condena de diez años… Este gesto de humanidad confirma todo lo que se ha dicho de él: que fue todavía mucho mejor persona que futbolista.

En estos últimos años, apartado ya del foco mediático, él siguió haciendo todo el bien que ha podido y ayudando y enseñando a los jóvenes futbolistas que empiezan: animándoles y siendo para ellos un maestro incomparable en el campo de juego, pero sobre todo un ejemplo de grandeza humana, de humildad, de servicialidad y de compañerismo. Esto lo digo con conocimiento fundado: hace unos pocos meses el hijo de un buen amigo del monasterio, que juega como portero con los juveniles del Sporting, tuvo un accidente en el juego -de esos que pasan a veces- que le llevo a estar varios días hospitalizado, y a Quini le faltó tiempo, en cuanto se enteró, para ir a visitarle al hospital llevándole los guantes firmados por los porteros del Sporting y los ánimos y deseos de recuperación de todo el equipo. Eso… se llama bondad y se llama grandeza de corazón, se llama sensibilidad y se llama humanidad…

Enrique Castro Quini saluda a la afición del Camp Nou el 23 de abril de 2016 antes de un Barça-Sporting

Doy gracias a Dios porque quedan personas así, que nos sostienen a todos y hacen este mundo habitable, que siguen apostando por lo verdaderamente valioso.

Ahora que te has ido, querido Quini, aunque nunca te conocí personalmente, te pido que sigas cuidándonos desde el Cielo, y continúes enseñándonos que la bondad y el amor no caducan y al final, cuando llega la hora, es el único trofeo que te puedes llevar. Los otros, los que ganaste en tu brillante carrera profesional, has tenido que dejarlos aquí. ¡Hasta el Cielo, Quini!

 

 

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