Puras pertenencias de Dios

A veces pienso y doy vueltas  a las cosas y digo: ¿cuál es el fallo? ¿Dónde está la dificultad? Si hemos salido de una tierra, si nos hemos puesto en camino, si hemos tratado de obedecer al Señor y Él nos ha hecho una promesa y Él siempre es fiel, a veces digo: ¿dónde está el fallo? ¿Qué pasa? ¿Por qué nos hemos quedado aquí atascadas? Y me dio mucha luz esto: quizá nuestro fallo es tener intenciones de poseer, no querer vivir siempre a la intemperie de Dios sino querer tener seguridades, querer poseer; tener una cierta resistencia, una cierta repugnancia a palpar y a sentir nuestra propia pobreza, queremos seguridades y para eso nuestra pobreza es un obstáculo. Y, al mismo tiempo, el querer poseer algo, nos impide a verlo todo como un don.

Si algún día llegamos a estar en «ese lugar» siempre tenemos que verlo no como algo que hemos conseguido, que al fin hemos logrado, que ya lo tenemos… ¡No! Creo que no es esa la actitud, y yo -durante algún tiempo- quizá he tenido esa actitud. Creo que la actitud que el Corazón de Jesús espera es la de que ya se nos ha dado el regalo, por fin ya podemos desfrutar del don. Pero verlo siempre como un don, no como algo que hemos conseguido.

IMG-20170713-WA0013Por eso, vamos caminando y hemos llegado a un punto en que la tierra prometida está ahí pero vamos a seguir siendo extranjeras en esa tierra prometida y tenemos que renunciar a toda voluntad y a toda intención de posesión. Nuestra única voluntad tiene que ser la de ocupar la tierra prometida como portadoras del don, como personas que testimonian don, regalo, una realidad gozosa que han recibido y no tienen intención de posesión, sino intención de servir, de servir al don, de entregar el don, de contar y cantar el don… que no tiene nada que ver con poseer. Poseer es dominar y eso nos puede llevar a la autosuficiencia y a la soberbia. ¡No! Tenemos que ser siempre conscientes de la propia pobreza y de que en esa pobreza, en ese vaso de barro, Dios ha depositado un don que llevamos y ofrecemos y regalamos. Hay que renunciar a la intención de poseer.

San Pablo en la Carta a los Romanos dice: “Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones como se le había anunciado: ‘Así será tu descendencia’. Su fe no flaqueó al considerar que él era anciano y su cuerpo estaba como muerto -tenía casi cien años- y que también lo estaba el seno de Sara. Nuestra fe no tiene que flaquear viendo que nos encontramos en un entorno muerto, moribundo, frío, una especie de erial, una especie de desierto espiritual donde parece imposible que nada florezca. Eso puede hacer que muchas veces vacile nuestra fe, pero tenemos que fiarnos de la promesa. Abraham no dudó de la promesa de Dios sino que, al contrario -dice San Pablo- fortalecido por la fe, glorificó a Dios plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete” (Rm 4, 18-21). Si Él ha prometido que aquí en esta tierra, en esta ciudad, en esas circunstancias concretas Él va a reinar, tenemos que creer aunque todo sea contrario, que Él va a cumplir su Palabra, que Él puede cumplir su promesa y lo va a hacer. Pero tenemos que tener una fe inquebrantable en la promesa de Dios y en su fidelidad.

La fe conduce a Abrahám a seguir un camino paradójico. Él será bendecido, pero sin los signos visibles de la bendición: recibe la promesa de formar un gran pueblo, pero con  una vida marcada por la esterilidad de Sara, su esposa. De alguna manera, yo lo entiendo así, lo he entendido así hace poco tiempo, hace pocos días, esta tierra, esta ciudad, esta Diócesis que, a veces, tanto nos ha hecho sufrir y que no es ninguna temeridad decir que está estéril, que está muerta, es la esposa que Él ha escogido para nosotras. Y aunque aparentemente es estéril y esta Comunidad muy pequeña y muy pobre, tenemos que fiarnos de la promesa de Dios y que de aquí saldrá un gran pueblo.

Abraham es llevado a una nueva patria, pero tendrá que vivir  en ella siempre como un extranjero; y la única posesión de la tierra que se le permitirá será el de una parcela de terreno para enterrar a Sara (cf. Gn 23, 1-20). Abraham fue bendecido porque, en la fe, supo discernir la bendición divina yendo más allá de las apariencia, confiando en la presencia de Dios, incluso cuando sus caminos se le muestran misteriosos. ¿Qué significa esto para nosotras? Cuando decimos: Yo creo en Dios”, decimos, como  Abraham: “confío, en Ti, me confío a Ti, Señor”, pero no como a  Alguien a quien se acude sólo en los momentos de dificultad o al que dedicar algún momento del día o de la semana. Decir “Yo creo en Dios” significa fundar en Él mi vida,  dejar que su palabra la oriente cada día, en las opciones concretas sin temor de perder algo de mi mismo.

Cuando, en el Bautismo, se pide tres veces: “¿Creéis? en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica y en las demás verdades de la fe, la triple respuesta es en singular: “Yo creo”, porque es mi existencia personal la que va a recibir un viraje con el don de la fe, es mi vida la que debe cambiar y convertirse…img_0304

Abrahán, el creyente, nos enseña la fe; y, como un extranjero en la tierra, nos muestra la verdadera patria. La fe nos hace peregrinos en la tierra, dentro del mundo y de la historia, pero en camino hacia la patria verdadera.

Creer en Dios nos hace, pues, portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y la opinión del momento, nos pide adoptar criterios y asumir conductas que no pertenecen a la manera común de pensar. No tenemos que tener miedo de ir contra corriente; lo que tenemos que hacer, con todas nuestras fuerzas, es resistir a la tentación de  adecuarse al ambiente.

La sed de Dios (cf. Sl 63,2) no se ha extinguido y el mensaje del Evangelio sigue resonando a través de las palabras y los hechos de muchos hombres y mujeres de fe. En concreto a nosotras, seguimos una llamada que, de alguna manera, está afectando no solo a las que la seguimos sino muchas otras personas del entorno. Tenemos que pedir la gracia de ser valientes, generosas y coherentes. Valientes, generosas y coherentes para obedecer a la llamada del Señor con prontitud, sin mirar ni medir ni calibrar, sino Dios nos llama y nosotras obedecemos.

Y tenemos que tener en cuenta una cosa: el nuevo pueblo que está naciendo no va a ser otra cosa que lo que seamos nosotras ahora. Tenemos que ser madres de un gran pueblo, de un pueblo de personas que se acercan al Corazón de Cristo para apagar la sed y Él nos las encomienda y nos las da y, de alguna manera, tenemos que engendrarles a esa vida nueva, encender en ellos una sed cada vez mayor de Cristo y, al mismo tiempo, ir saciando esa sed. Y os digo una cosa: ellos serán lo que nosotras seamos, la Comunidad será lo que nosotras seamos; y si Dios suscita vocaciones a esta vida nueva que estamos empezando a vivir, ellas no van a ser nada más que lo que nosotras seamos.

Y aquí llega la gran interrogación: ¿qué somos nosotras y que tenemos que ser nosotras?

¿Qué somos? Cada una lo tiene que mirar delante de Dios y responderse a esa pregunta con mucha honestidad, con mucha sinceridad delante de Dios.k-bl-gjilf

Y ¿qué estamos llamadas a ser? Pues es sencillo: una pura pertenencia de Dios. No tenemos ni otra identidad ni otra razón de ser sino una pura pertenencia de Jesucristo. Y con esto está dicho todo, porque cuando uno tiene algo en propiedad, cuando hay algo que a uno le pertenece, uno hace con esa pertenencia lo que él quiere sin condiciones, sin restricciones y a esto estamos llamadas: a ser el pueblo de su propiedad, la niña de sus Ojos, las que están escritas en su  Corazón y en la palma de su Mano. Pero tenemos que tener en cuenta siempre lo mismo: que todo eso, que significa un designio de amor y de predilección por parte de Dios, implica por nuestra parte una docilidad, una correspondencia y, en definitiva, una obediencia absolutas a esa vocación.

Un comentario en “Puras pertenencias de Dios

  1. Dame de beber, dame de beber,Samaritana dame de beber.Su agua quita la sed y además inunda por dentro hasta el punto en que hay momentos que me siento plena.Me identifico en esos momentos con una famosa frase de Santa Teresa “Solo Dios basta” Gracias Madre Olga ,por darse ,por darnos tanto.Un abrazo.

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