La adoración implica una gran pobreza y la bienaventuranza de los pobres empieza con la adoración. ¡Quien nunca adora de verdad, nunca sabrá lo que es la pobreza! Sólo el que es pobre de verdad, pequeño, sencillo y quien ama ese estado de pequeñez, de sencillez y humildad, será capaz de adorar. Nadie nunca jamás ha podido adorar como la Virgen adoró. Y ella es la pequeña, la esclava, la que cuando le dicen “dichosa tú que has creído”, ante esa alabanza y cualquier otra que recibiera en la vida, Ella siempre dice lo mismo: -“No soy yo, es el Señor”- ¡y canta!… canta la grandeza de Dios y dice que enaltece a los pobres, a los humildes, a los pequeños… y que a los soberbios los despide sin nada. Ella es la verdadera pobre, la “anawin”, la pobre de Yahveh, y por eso es la verdaderamente feliz, plena, bienaventurada… la más grande, porque consintió en ser la más pequeña. Y Dios la creó plena de belleza, plena de Gracia, porque la hizo plena de humildad, de pequeñez y por eso fue la adoradora más perfecta. Y a nosotras, y a cualquier corazón samaritano, se nos llama a eso, a ser como la Virgen: adoradores en espíritu y verdad. Adoradores desde el corazón pero desde un corazón de pequeñuelo, humilde, sencillo, de niño…
Quien adora de verdad, por pequeño que sea, nunca conocerá la miseria; conocerá sólo la bienaventuranza, la alegría, la gozada de la pobreza. Y el sentido primero que tenemos de la pobreza con respecto a Dios como Creador nos hace descubrir que no somos nada y que a cada instante recibimos todo de El. Eso nos hace ponernos ante Dios en estado de desnudez absoluta, de despojo total, y no podremos nunca adorar a Dios si no aceptamos esta pobreza radical, absoluta, constitutiva de nuestro ser; por eso nos resulta tan difícil adorar de verdad. Sin embargo, nunca lograremos ser veraces y auténticos si no es adorando a Dios, ante Dios en el ministerio de la adoración. Solamente somos veraces cuando adoramos.
La adoración es la que nos permite palpar la verdad de la relación que tenemos con Dios, la total dependencia que tenemos de Dios; solo el que adora es capaz de reconocer que depende del amor de Dios para respirar, que depende del amor absoluto y gratuito de Dios para que su propio corazón pueda latir, para poder pensar, para poder existir, en definitiva… y el gran dolor, la gran lacra del mundo de hoy, es que no se adora a Dios, por eso nos encontramos con un mundo errante, a la deriva, que no sabe a dónde va cuando en realidad va camino de su perdición porque va por los caminos de la soberbia y eso le aleja de Dios, le llena de orgullo y de vanidad, le roba la paz y la felicidad porque es soberbio y se niega a adorar a Dios .
El orgullo es el que nos lleva a querer ser como dioses en vez de ser pequeñuelos ante Dios, y ese es el pecado. La soberbia de querer ser como Dios y no depender de El. Eso nos impide adorar. El orgullo nos impide adorar: el orgulloso no arroja nunca su corona a los pies del trono de Dios. Precisamente la adoración es sanadora porque nos impide ser orgullosos, nos coloca en la verdad ante el Señor. Por eso, tenemos que ser muy sinceros y estar atentos a nuestro interior, y en cuanto detectemos en nuestro corazón una brizna de orgullo, de soberbia… rápidamente adorar. Acudir a la adoración porque es la única fuerza que nos podrá curar de verdad; -“salía de El una fuerza que los curaba a todos”- .
Adorar, acercarnos a Él, ponernos en su Presencia y tocarle la orla del manto. Ese es el único remedio. No hay ningún otro remedio, ninguna terapia ni medicina; sólo la adoración sana de raíz lo más profundo de nuestro ser, porque sólo la acción de Dios puede llegar a las fibras más íntimas y sanar y curar y cambiar y renovar y redimir… no hay ciencia humana que llegue a dónde llega El. Pero para eso hay que ir a El como adorador, con profunda humildad, y de ahí la necesidad de ese magisterio que es un ministerio para nosotras: enseñar a “adorar al Padre en espíritu y verdad”. Y lo primero que tenemos que aprender nosotras -para enseñarlo a los demás- es a reconocer nuestra pequeñez, a reconocer y amar nuestra pobreza.
¡Conviérteme y dame un corazón samaritano solo sostenido por tu amor! , que no haya en el soberbia, ni orgullo. Pequeño, pobre, humilde, un corazón que pueda adorar, un corazón samaritano solo sostenido por tu amor y por el deseo de tu amor… Conviérteme a mí, enséñame para que yo pueda enseñar a otros, para que pueda alumbrarles ese itinerario interior de la conversión a tu Corazón. Ese es el ministerio al que estamos llamados, esa es la manera concreta de gritar al mundo. Ese es el camino que les tenemos que mostrar… el de la propia conversión interior hacia el Corazón de El, adorarle a El.
Jesús es el verdadero adorador del Padre, el adorador perfecto “en espíritu y verdad”, el que no tiene en su Corazón otra cosa sino la Voluntad del Padre y el que se siente “pequeñito” e hijo del Padre, el que le llama Abba: ¡papá! porque se siente pequeñito, Hijo del Padre. Y en EL el Padre se complace. Ese es nuestro ministerio. Tratar de que todos aprendan a adorar “en espíritu y verdad”. ¿Cómo?, con un corazón de hijo como el de Jesús. Por eso tenemos que llevarles a El: para que puedan aprender de El cómo es un corazón humilde y manso que adora “en espíritu y verdad”.
Pídeme lo que quieras le dijo el Señor a Salomón y te lo concederé; -“lo que tú quieras”- y Salomón le pidió un corazón que escucha. Se le perdona a Salomón porque no conoció la humanidad de Jesús… si a mí, ahora el Señor me ofreciera eso… ¡¡Pídeme lo que quieras!!, le pediría solamente un corazón como el de Jesús, para poder adorar “en espíritu y verdad”, porque ahí está la santidad: en esa humildad en esa pequeñez, en ese ser Jesús y esa es la vocación última de todo bautizado: que la gracia del bautismo se desarrolle en cada uno de nosotros hasta configurarnos con Jesús, hasta ser Jesús, hasta que nuestro corazón sea como el de Jesús.
Siempre había oído de gente que tenía mucha devoción al Corazón de Jesús,la verdad es que no logré entenderlo hasta ahora.Convierteme y dame un corazón samaritano solo sostenido por tu amor.Poco a poco voy viendo y sintiendo a Ese Corazón de Jesús ,tan cercano gracias a Usted.Un abrazo.