“¡¡Ufff!! ¡No sé lo que me pasa…! Estoy preocupado porque no me siento realizado… No soy feliz y parece que a nadie le importa… ¡Tengo derecho a ser feliz! Primero tengo que preocuparme de mí mismo, que si no…” Expresiones de este tipo llegan continuamente a mis oídos y reconozco que -a base de oírlas una y otra vez- ya dejan de cuestionarme, me pasan desapercibidas… y por eso hoy quiero detenerme e invitaros a reflexionar un poco.
No podemos ceder ni acostumbrarnos a un planteamiento de la vida tan desde el “yo, mi, me, conmigo…” Es de un egoísmo de base que no nos va a conducir nunca a nada bueno.
Es cierto que todos buscamos la felicidad y que es justo y bueno que la busquemos, pero esa búsqueda nunca debe conducirnos al egoísmo y a la autorreferencialidad. Yo no soy el centro del planeta y tratar de serlo no es sano ni sensato. No lo es porque dejamos de ser realistas -yo no soy lo más importante del mundo y de la vida- y nos convertimos en egoístas crónicos e hipocondríacos del espíritu.
Que nadie se enfade cuando digo que yo no soy lo más importante del mundo y de la vida; no estoy menospreciando a nadie, pero tampoco es sano que nadie se sobrevalore: todos somos importantes -igualmente importantes y necesarios- y todos tenemos la misma dignidad humana. Nadie es más que nadie, ni la felicidad de nadie es más importante que la del resto. ¿Por qué tengo que anteponer mi felicidad y mis deseos a los de la persona que va a mi lado en el autobús? Aunque no la conozca de nada, ese señor que está a mi lado en el autobús, no sólo comparte conmigo este pequeño trayecto de bus, sino la ruta de la vida y nuestro paso por el planeta tierra. Entonces… ¿por qué empeñarme en que mi viaje por la vida es más importante y tiene que ser más feliz que el suyo? ¿por qué me creo que mi felicidad es más importante que la suya?
El planteamiento es equivocado desde su base: la felicidad propia nunca depende de uno mismo y de estar todo el santo día tomándose el pulso del ánima y del ánimo y ver qué nos duele hoy, qué agobio tenemos y qué es lo que no nos apetece hacer y nos va a tocar en breve: me apetece o no, me siento así o asá… Si hacemos esto siempre encontraremos algo que nos duela, algo que nos pase. No podemos vivir anclados en el “yo, mi, me, conmigo…” que os decía más arriba.
La felicidad es una plantita que hay que cuidar y brotará y se robustecerá si variamos el planteamiento: mi máxima preocupación no ha de ser mi propia felicidad, sino la felicidad y el bienestar de los demás. ¡Ojo! Esto no es un planteamiento monjil y excesivamente religioso, sino un planteamiento inteligente. Buscar la felicidad de los demás para que eso revierta en la propia alegría y plenitud interior no tiene nada que ver con la religión ni las monjas, sino con la calidad personal y humana de cada uno.
Es absolutamente incompatible ser feliz y vivir anclados en nosotros mismos. Nuestro ego tiene un recorrido muy cortito y -una vez conocido y explorado ese raquítico camino- el vacío y la insatisfacción son inmensos, por eso es recomendable cambiar de rumbo: olvidarnos de nosotros, posponer nuestras “sensaciones” e impresiones y darles la importancia justa (bastante poca) para empeñarnos a fondo en lograr la felicidad de los que nos rodean. Os garantizo que serán el esfuerzo y el tiempo mejor invertidos de toda vuestra vida y -a partir de ahí- cosechareis la verdadera felicidad.