Siguiendo con el tema de la semana pasada, en la que hablábamos de las diferentes lenguas y de la comunicación, ahora os propongo que reflexionemos en esos momentos en que no somos capaces de comunicarnos -porque no sabemos, o porque no queremos, que las dos cosas pueden pasar- y nos camuflamos detrás de la verborrea, o de los gritos desmedidos, o de un silencio que no es tal, sino un hermetismo brutal y despectivo.
En la vida me he encontrado las dos cosas: en ocasiones, antes de abordar un tema con profundidad mediante un diálogo sereno y confiado, se habla de frivolidades y banalidades y ya… cuando intentas repetidas veces abordar una determinada cuestión con detenimiento y deseando enriquecer la propia existencia con un diálogo sereno y confiado…. Si el interlocutor no quiere o no se atreve a hacerlo… en vez de tener la valentía de decir que no desea abordar es cuestión o simplemente que le da miedo…. Se parapeta en un montón de gritos o insultos intentando dar la sensación de seguridad. Al final… los gritos, las groserías y el insulto… son el camino más fácil cuando uno no tiene argumentos.
Y si no… hay quien se va la otra punta y se apunta al “no sabe, no contesta” y se esconde tras un silencio, un hermetismo y una frialdad espeluznantes y despectivos que son más agresivos y destructores que el griterío de cinco mil manifestantes juntos. Total: que ni lo uno, ni lo otro.
Lo ideal (ya sé que no es sencillo, pero tenemos que trabajar en ello) es que logremos el equilibrio y un diálogo sereno, respetuoso, mesurado, constructivo… que nos permita abrirnos a los demás y dar de lo que tenemos dentro y también recibir de ellos todo aquello que nos puede enriquecer humanamente y nos ayude a crecer. Ese -y no otro- es el fin del diálogo, de la comunicación, de las relaciones interpersonales, y para todo hace falta madurez y respeto.
Ha llegado la hora de preguntarnos qué damos y aportamos a los demás, si les ayudamos a crecer y les hacemos felices o les manipulamos y les herimos. ¡Cuidado con los gritos desaforados e irrespetuosos! ¡Cuidado también con los silencios chantajistas, inflexibles y machacantes! ¡Cuidado sumo con el desprecio y la prepotencia disfrazados de templanza y autocontrol! No confundamos la dureza y la intransigencia con el dominio propio. Si el silencio no está lleno de dulzura, de bondad y mansedumbre… es letal. Atrevámonos a mirar a las personas a los ojos con bondad, transparencia y ternura y desde ahí… ya podemos hablar o no, gritar o guardar silencio… eso ya es secundario. Lo importante es un corazón blando, abierto, receptivo, bondadoso y acogedor, olvidado de si y dispuesto para el bien. Es vital pasar por la vida con un corazón limpio que haya renunciado en firme a toda voluntad de dominio sobre los otros.
Dios le pague Madre Olga María. Sus reflexiones llegan en el momento preciso. Mis oraciones por sus intenciones y de todas las Carmellitas Samaritanas. Usteded son testimonio del amor de Dios en el mundo. El Señor las cuide y bendiga siempre.
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