La grandeza de lo ordinario

En estos momentos hay millones y millones de personas en el mundo que no conocen a Jesucristo, que no tienen ni idea de que Dios existe; y, si tienen alguna idea de Dios… es remota y abstracta, y, en definitiva, les da igual.

Nosotros, de alguna manera, más o menos plena -unos más, otros menos, cada uno en su nivel- pero hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos podido creer en Él, y hemos creído en Él y creemos en Él. wp-1473150557572.jpg

¡Eso es un privilegio! No todos tienen esa vivencia, no todos gozan de esa realidad, no todos son conscientes de que Dios nos ama y no todos tienen fe en ese amor de Dios. Solamente por eso, las Samaritanas ya somos privilegiadas. Si a eso le añadimos la gracia de la vocación, ¡ni os cuento! Haber sido llamadas a una vocación sí, pero una vocación especial, de especial intimidad con Él…

Y por eso la fe se celebra y se cuida en comunidad, hacia dentro, en la intimidad de la comunidad, en la farternidad, y es necesario reunirnos y estar juntas y compartir esa vivencia. Muchas veces tenemos que subir con Jesús a Jerusalén y dar la cara, y rozarnos con las personas y tratar con ellas y dar nuestro testimonio de fe ante ellas… Pero también es necesario retirarse con Jesús a Galilea, donde empezó todo. Donde se recuerda el amor primero, donde… buscamos la intimidad y el calor del hogar, de la comunidad. Porque para una Samaritana la comunidad es hogar, es sacramento vivo del Corazón de Cristo.

Pero hoy quiero insistir en lo importante de volver a Galilea y cultivr la intimidwp-1462518268359.jpgad con Jesús y el amor primero. Porque a veces insistimos tanto en la fraternidad  que se nos olvida esa relación de intimidad a solas con Él. Y deseo que aprendamos saborear lo que es estar con Jesús a solas, sin interferencias, sin nadie más; porque tan necesaria es esa fraternidad donde Él está, como saborear esa soledad y ese silencio donde también Él está: en Galilea, en Nazaret, en el hogar… ¡allí empezó todo! El Corazón de Jesús empezó a latir en Nazaret, en Galilea, en la casa de su Madre, en el seno de su Madre, que estaría en su casa haciendo las cosas más sencillas, las de todos los días.

El momento tan grande, tan precioso…  de ese primer latido: Ella no interrumpió lo que estaba haciendo para recrease en Él, ni siquiera fue consciente… Le dio la vida, le dio ese latir como si nada, en lo absolutamente ordinario. ¿Por qué? Porque Ella no necesitaba hacer nada extraordinario para demostrar un amor especial: ¡su amor era pleno siempre, aún en las cosas más simples, más normales! ¡Ojalá aprenda a amar como amó Ella en lo cotidiano, en lo ordinario! ¡Ojalá que, como Ella, haga palpitar el Corazón de Jesús dentro de mí, como lo hizo Ella: sin dar importancia, amando en sencillez, en lo de cada día! Que los momentos más grandes de mi vida, los más intensos, los más transcendentales, sucedan y se den en lo ordinario, en lo sencillo.

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