El Espíritu de Dios que ha de ser deseado con deseo para que venga. Jesús dijo en su Última Cena: “con deseo he deseado comer esta comida antes de padecer”. Pentecostés es también un banquete, ¡es también una Pascua! Y tenemos que desearla con deseo, como Jesús deseó su Pascua, su paso al Padre. Tenemos que desear de verdad que el Espíritu venga a nuestra vida y nos posea, nos invada. Lo mismo que una persona puede estar poseída por el Maligno, podemos estar poseídos por el Benigno, por el Bondadoso, por el Espíritu de Amor, por el Espíritu de la Bondad, del Bien. Y debemos desear esta posesión, debemos desear ser apresadas y poseídas por el Espíritu de Dios.
Esta fiesta para mí, desde muy pequeña, ha sido importante: ¡el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo! Y cada vez entiendo más muchas cosas, con las luces que Dios me va dando.
El día de mi primer encuentro con Jesús, con Jesús Sacramentado, el día de mi Primera Comunión era Domingo de Pentecostés. Con deseo había deseado Jesús comer su Pascua conmigo, que yo le comiera a El en ese día, en ese día hermoso del Espíritu de Dios, del Espíritu Santo. Era además el aniversario de mi nacimiento, cumplía 9 años ese día. Y recuerdo como una gracia grande el sentimiento de plenitud, de sentir a Jesús dentro del corazón. Y ahora me doy cuenta de que, en una niña de 9 años, eso solamente podría ser obra del Espíritu Santo. Por eso esta fiesta siempre la celebro con especial cariño, con especial amor. Y, desde muy pequeña también, he repetido muchas veces la Secuencia del Espíritu Santo, el Gran Consolador, el Santificador.
Y este año, estoy comprendiendo con particular hondura como es el Corazón de Jesús quien nos entrega el Espíritu. Él es el Gran Mediador, el que nos proporciona el Don de Dios: ¡el Espíritu Santo!
Y leemos en los Hechos de los Apóstoles que se reunieron con María, la Madre de Jesús, en el Cenáculo, para implorar la venida del Espíritu. Oraban insistentemente. Y hay un momento en que Jesús dice: “os conviene que Yo me vaya, porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Consolador”, el Dios de todos los consuelos.
Y cuando yo leía y escuchaba eso… siempre sentía en el corazón como una punzada, un estremecimiento: “¿por qué, para que venga el Espíritu, tenemos que privarnos de la presencia física de Jesús?” Era mi gran interrogación. Y aunque cerraba los ojos y confiaba en Jesús y en su Palabra y en su deseo de mi mayor bien… siempre me costaba asumir que Jesús tuviera que irse físicamente para que venga a mí el Espíritu de Dios.
Últimamente voy entendiendo que Jesús lo que quiere decir es que desea irse físicamente, materialmente, que perdamos su visión física, su contacto físico, para que aprendamos a vivir en fe, pero en verdad, en su Corazón, de sus Entrañas. Porque ese es el único Cenáculo válido, en el que puedo permanecer con María, la Madre de Jesús, y donde voy a recibir el Espíritu. No hay para nosotras otro Cenáculo válido más que el Corazón de Cristo.
Hemos dicho muchas veces que ahí vamos a hacer nuestra morada, que ahí debemos vivir, que ahí queremos vivir, que ahí nos vamos a instalar, a permanecer. El Corazón de Jesús es el único Cenáculo en el que el Espíritu no viene o se derrama, sino en que el Espíritu vive y permanece. Donde está la plenitud del Espíritu de Dios es el Corazón de Jesús. ¡Y ese es el Cenáculo en el que yo vivo y quiero vivir! Y desde ahí, ¡recibo todo el Don de Dios, el Espíritu Santo! ¡Y lo doy y lo entrego y soy cauce y lo derramo para toda la Iglesia! Todos los dones de Dios, todos los dones del Espíritu se reciben a través del Corazón de Jesús y en el Corazón de Jesús. Y ahí vivo con María, su Madre.
Decíamos también que el Pentecostés Samaritano es al pie de la Cruz. Al pie de la Cruz, sí, con María, la Madre del Señor, pero… dentro de toda la Pasión de Jesús, dentro de toda su vivencia en la Cruz, dentro de lo que Él experimentó en su Corazón, adentrándonos en su Misterio, en su Pasión, en su Muerte, porque es el acto de mayor amor que ha podido existir nunca. Centrarnos en Él, en lo que Jesús vivió en su Corazón, cuando derramó el Espíritu Santo, cuando entregó el Espíritu el Viernes Santo: “Inclinó la cabeza y entregó el Espíritu”.
En ese inclinar la cabeza, en ese entregarme, tengo que estar dentro del Corazón de Jesús cuando lo traspasen… cuando la lanza lo atraviese… cuando se derrame el Espíritu, cuando Jesús entregue el Espíritu. Yo tengo que vivir dentro de ese Corazón de manera habitual, porque es mi Morada, es mi Hogar, es mi Cenáculo. Y experimentar en comunión perfecta todo lo que Jesús, que es mi Vida Inseparable, experimenta: también la lanzada… sentir cómo el Cenáculo se rasga, se abre y el Espíritu se derrama. Y dejarme arrastrar por el Agua y la Sangre cuando el Corazón de Jesús se rasga, para ser yo también fecunda, para ser yo también Redención, para ser yo Agua que sale del Costado de Cristo y Sangre del mismo Redentor que lava, que limpia, que redime… ¡¡Vivir siempre ahí!! Cuando el Corazón de Jesús se rompe, sentir cómo se rompe y darme. Ser cauce, ser don, ser agua, ser Sangre de Jesús… ¡todo esto es Pentecostés! ¡Todo eso es la fiesta del Espíritu!
Y desde el Corazón de Jesús, darme al mundo, derramarme al mundo… resbalar por su Cuerpo, por la Cruz hasta empapar la tierra y lavarla y limpiarla y redimirla, y mostrarme así: como Agua y como Sangre que sale del Costado de Jesús, que haga que otros como Juan vean y crean y den testimonio.
¡Nada nunca es sin Jesús! ¡El Don del Espíritu tampoco es sin Jesús! Nada, nada, absolutamente nada nos es dado sin mediar la Carne de Cristo. A veces, se ha querido desencarnar la fiesta de Pentecostés: “Ya ha Jesús ascendido al cielo, ya ha sido glorificado, ya ha dicho “os conviene que me vaya” y ya se ha ido. La fiesta del Espíritu Santo no tiene nada que ver con la Humanidad de Cristo o tiene poco que ver…”, esto dice algunos.
¡No! ¡¡No es cierto!! ¡¡¡Absolutamente nada nos dado por Dios sin la mediación de Cristo, sin la mediación de su Carne, de su Humanidad!!! “¡Os conviene que Yo me vaya! ¡Os conviene que Yo muera, para que el Corazón se me rompa, para que me lo rompan, lo traspasen y se derrame el Espíritu!”
Y yo estoy ahí, ¡siempre dentro del Corazón de Jesús!, viviendo todo lo que Él vive, todo lo que en ese Corazón sucede y acontece en primera persona: vivir la Pasión desde el Corazón de Cristo…, vivir su Muerte dentro del Corazón de Él…, morir con Él, cuando el Corazón se pare… y experimentar esa punzada de la lanzada, pero desde dentro del Corazón -¡desde dentro del Corazón de Él!-… Y derramarme… y ser entregada por Jesús, cuando entrega su Espíritu. Él inclina la cabeza y entrega el Espíritu, entrega la vida… ¡entrega todo lo que le pertenece! También me tiene que entregar a mí… ¡porque yo le pertenezco! Y Él derrama por el mundo a los que somos suyos: nos desparrama, empapados en el Espíritu, en el Agua y en la Sangre para fecundar el mundo entero. ¡Ven, Espíritu de Dios a mi alma y arrástrame por el mundo entero!
Que vivamos en el Corazón de Jesús, como en un Cenáculo; y vivamos en la gracia y llenas de la gracia como la Virgen, aunque no podamos como Ella, pero de la manera más similar a Ella. Sólo por el Espíritu recibiremos la fuerza para ser Madres, la gracia necesaria para el Ministerio de la Consolación. ¡Él es el Consolador Óptimo! Y solamente viviendo ahí y recibiendo su gracia, podremos vivir, realizar ese Ministerio de la Consolación.
Madre, he leído dos veces vuestra reflexión y aún necesito tiempo para poder «digerir» tanta profundidad y riqueza espiritual implícita en ella….. puedo ver que su persona está en total configuración con Jesús, quisiera yo poder alcanzar tan alta experiencia, y vivir también compenetrada con El en su Corazón al grado de saber transmitirlo a los demás, no sólo con mis pobres palabras sino también con mi persona entera, con mi testimonio de vida; pero desde mi pequeñez puedo experimentar cómo El va calando cada vez más hondo en mí. ¡ que hermosas expresiones » estar poseída por el Benigno, por el Bondadoso, por el Espíritu de Amor » ! ….. cuando las leí, ¡ me estremecí tanto !, me provocaron emoción pues me son familiares. Ha de saber que cuando estoy a solas con Jesús, lo miro en el Sagrario y le digo SIEMPRE ¡ Señor, santifícame, has que yo te posea, que nunca deje de ser templo de tu Espíritu, que tu Bondad me inunde !!, a veces escribo lo que le digo, a veces sólo me dejo llevar : lo miro, lo miro, lo miro, hasta que se adormecen mis sentidos, pensando en El, me abstraigo de mi entorno…..
Me encanta ir a la capilla pequeña de la Catedral ( aquí en Valdivia ), ese es mi lugar de cita con El…… cuando entro me da pena que casi nunca hay alguien, siempre El está solo, puedo quedarme horas con El, cuando salgo de allí experimento haber estado con la Persona más grandiosa, no necesito nada más, veo todas las cosas desde una perspectiva diferente, pues vengo de haber estado con el Rey de Reyes, y El ha susurrado a mi oído con palabras que no tienen igual. Cómo quisiera entonces gritarle a la gente de lo que se están perdiendo al pasar de largo.
Es Jesús mismo Quien ha suscitado este encuentro mío con vosotras, no sólo para enriquecerme, sino también para poder decir a los demás que no podemos dejar de ser Templos del Espíritu Santo, siempre enraizados en el Corazón de nuestro amado Señor.
Bendígame, Madre.
Un gran abrazo en Jesús y María Santísima
M.Eliana