Estamos alegres, muy alegres

 

El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres y agradecidos. Alegres y agradecidos porque tenemos fe en Jesucristo. Y, porque tenemos fe en Jesucristo y le reconocemos como nuestro Dios y nuestro Señor, estamos celebrando la Pascua, la fiesta de la vida.

El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”, porque tenemos el privilegio inefable de contemplar la Verdad, que es Cristo, de reconocerle como tal, como la Verdad, como el Señor, y de poder adorarle.

Jesucristo, el Señor, el Rey del universo, el Omnipotente ha resucitado y lo puedo contemplar físicamente wp-1457259171468.jpgmuchas veces en la Eucaristía, y también contemplar y escrutar desde el corazón. Yo miro que Él me mira, posa sus ojos en mí, me ama y goza al verme ante Él. Y mi corazón también se acerca al suyo que está ahí vivo y palpitante y laten el uno por y para el Otro. Y mi razón, mi inteligencia, se encuentran ante la Sabiduría, ante el Verbo increado, ante el Omnisciente, ante al que todo lo sabe, todo lo penetra, todo lo conoce… y descansa en Él. Mi raciocino descansa en Él, sabiendo que Él es mi razón y la única razón válida para vivir, para el mundo entero.

 

Y tenemos que pedir que de verdad la luz de Jesucristo Resucitado ilumine el mundo entero y llegue a los corazones que están oscurecidos y no son capaces de verle. Él es la luz para alumbrar a las naciones, la luz para el mundo entero. Y la luz tiene que ser acogida y puesta en alto, para que su luminosidad llegue al mundo entero. Tenemos que orar intensamente para que Jesucristo sea reconocido como luz de mundo, luz de todas las naciones.

Todos dentro de nuestro corazón, por el hecho de ser seres humanos, tenemos una semilla irrenunciable, un deseo latente de buscar la verdad. Ese deseo latente que va unido a la condición humana, no es más que el deseo de Cristo. Lo que pasa es que no sabemos a quién buscamos ni a quién deseamos. Pero dentro del corazón de todo ser humano hay un deseo de Dios. Tenemos que orar intensamente, muy intensamente, para que ese deseo que está latente en todos los hombres del mundo emerja con fuerza, brote con fuerza y busquen la verdadera luz. Que el mundo entero llegue a postrarse delante de Jesucristo y reconocerle como su luz, como su Señor, y como su Salvador.

Fuera de Jesucristo no hay nada. Fuera de Jesucristo todo es falso o todo está incompleto. Fuera de Jesucristo -y lo digo convencida y sin temblor ninguno- ¡fuera de Jesucristo no hay salvación! Él es el único Salvador del mundo. ¡El único! ¡Nadie más! Y en todas las demás manifestaciones religiosas de la humanidad, de la índole que sea, está latente el reclamo de Cristo llamando al mundo a Sí mismo, a su Reino, a la Verdad.

No tengamos miedo de decirlo, no caigamos en equivocaciones y confusiones: ¡fuera de Jesucristo no hay nada! th.jpg¡Fuera de Jesucristo todo es mentira… o es verdad incompleta! ¡Fuera de Jesucristo no hay salvación! Él es el único Salvador de los hombres. No existe ni puede existir ningún otro.

Otra cosa es el misterio de por qué unos ya le hemos conocido y otros aún no son capaces de verle, de reconocerle. Pero esto es muy importante: no nos dejemos engañar, no nos dejemos
confundir. Tengamos claras las cosas: ¡Él es el único Salvador del mundo! ¡Él es el único Redentor verdadero!

Todo lo demás no es cierto, todo lo demás son falsificaciones, sucedáneos, cosas incompletas, revelaciones sin llegar a plenitud… No las estoy descalificando y las respeto profundamente. Pero la verdad solo es una: la Verdad es Cristo Jesús. El único Redentor del hombre es Jesucristo, nuestro Señor, el Hijo de Dios.

Recordemos lo que dice el apóstol San Pablo en la Carta a los Romanos: “si con tus labios profesan que Jesús es el Señor, y en tu corazón crees que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, estarás salvado.” Esa es la única salvación: creer en Jesucristo que es nuestro Señor y ha resucitado de entre los muertos y está vivo.

¡Esa es la verdad! Ese es el anuncio gozoso de la salvación, la profesión de fe que debemos hacer de aquello por lo que verdaderamente estamos alegres: porque el Señor ha estado grande con nosotros, ha resucitado y estamos salvados.

 

 

 

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