Hace unas semanas Dios me sorprendió con el regalo mil uno de la lista de las sorpresas que El tiene preparada para mí desde la eternidad. Siempre me sorprende, pero esta vez… se ha lucido de verdad. Yo no he estado en Andalucía en mi vida. Nunca ha coincidido así… y el Señor me ha rodeado de amigos y amigas de Andalucía, yo creo que para compensar.

Me ha rodeado de gente del sur llena de cariño, de entrañas tiernas, de humor, de alegría… Gente que ha llenado mi vida de amor y de alegría. Gente que me ha hecho saborear el amor y la lealtad verdadera y gratuíta, y esto no lo digo por peloteo ni por nada de eso. Lo digo así porque lo siento así… y porque lo estoy viviendo así: ellos me lo están demostrando así. Hace poco vino uno de los miembros fundadores de la Asociación Corazones Samaritanos, que es de Sevilla, y me trajo un regalo que nunca hubiera ni soñado…. Por eso os digo lo de las sorpresas de Dios.

Resulta que este amigo es miembro de la Hermandad de la Estrella de Triana y me trajo una medalla  de la hermandad. Nunca hubiera pensado algo así…. y me hizo una ilusuón…. ¡tremenda!

Tengo aquí mi medalla y la miro y la beso y le pido a la Virgen… y Ella -a cambio- ilumina mi corazón y me dice tantas cosas de lo que significa tener esa medalla conmigo y de lo que nos compromete…

Primero de todo que no me olvide que -como todo lo que recibo- no es para mí sola, sino para todo el Carmelo Samaritano. La medalla es una llamada de la Virgen para todas a vivir algo concreto. Vivir llorando -como Ella- con ternura infinita y acariciando con lagrimas y besos las penas de Jesús. Que el otro titular de nuestra cofradía es Nuestro Padre Jesús de las Penas: consolarle a El, llorar con El, implorar con El, permanecer con El… a eso nos llama la Virgen y a eso nos invita: a ser agua, aceite y bálsamo para la penas que El lleva en su Corazón y por las que ruega al Padre… Consolar a Jesús, confortarlo en sus penas… compadecernos de El… y llorar y rogar y morir con El por una humanidad rota y perdida, afligida y doliente.

Las lágrimas de la Virgen brillan y alumbran a la vez que lavan y purifican, porque las lágrimas de una Madre tan bella y pura no pueden menos que purificar y hacer fecunda el alma más esteril… Así siento yo que Ella hace con nosotras: nos enseña a llorar con lágrimas que consuelen las penas de Jesús. Llorar con lágrimas bienaventuradas, con lágrimas de quien deja la vida a jirones amando y subiendo con Jesús a Jerusalén. Lágrimas que cambian corazones y gritan -al deslizarse por las mejillas- el amor loco y desmedido de Dios.

María Santísima de la Estrella alumbra nuestra vida y la llena de una luminosidad nueva, de una tonalidad diferente y a estas hijas suyas de Valladolid nos llama a ir con Ella al pie de la Cruz para contemplar a Jesús «hecho maldito de Dios y de los hombres» por amor y por salvarnos, y a ser las primeras con Ella en contemplar el Costado abierto y en recoger el Cuerpo muerto de Jesús cuando le bajen de la Cruz y besarlo y adorarlo… ¡¡Qué privilegio!! Lágrimas, caricias, ternura, compasión… en tantos hermanos crucificados y muertos de hoy que no saben que hay una Reurrección y una Vida de Gozo y Amor sin fín.

Siento que Ella nos ha investido para una nueva misión: ser Estrellas samaritanas que alumbran con esperanza, ternura y misericordia la fría oscuridad del mundo actual.