En el amor el cálculo no entra

Jesús está en la Eucaristía igual que estuvo en el pesebre: silencioso, callado, a merced de lo que queramos hacer con Él, indefenso, bajo la apariencia fragilísima de un pedazo de oblea.

Cada sagrario es un belén, cada sagrario es la Tierra del Pan. El amor, y nada más que el amor, le llevo a Él a “despojarse de su rango y tomar la condición  de esclavo»; el amor le llevó a hacerse Niño, a nacer en Belén… el amor condujo a Jesús al abajamiento y al anonadamiento de Eucaristía. hdrLa Palabra enmudece voluntariamente en la Hostia; el Infinito, el Todopoderoso, el Omnisciente, el Omnipotente… ¡¡¡Dios!!! se encierra en las especies sacramentales que no pueden ser más simples, más sencillas, más… ¡pobres! Porque la oblea que nosotras manejamos continuamente y fabricamos, sabemos muy bien que no es más que harina y agua… nada más… Más simple no puede ser. Y Dios «entero» es ahí, es Dios bajo la apariencia de… pero es Dios. A eso le ha reducido el amor: al anonadamiento más radical y un anonadamiento… no de un momento, no de un tiempo, no de unos meses o de unos años, sino un anonadamiento así todos los días hasta el fin del mundo. Éste es nuestro Dios.

Y contemplándole en el pesebre y contemplándole en la Eucaristía yo me pregunto y os pregunto: ¿Por qué a veces tenemos miedo a fiarnos? ¿Por qué nos da tanto pavor arrojarnos en sus brazos, dejarnos conducir, abandonarnos en Él, entregarle todo lo que somos, confiar y confiarnos a Él? ¿Por qué nos cuesta tanto? ¿Por qué somos tan duros de cerviz y de corazón? ¿Qué nos puede negar Quién por amor se ha entregado de esta manera? ¿Por qué tenemos tanto miedo? ¿Por qué nos fiamos de cualquiera antes que de Dios? ¿Por qué nos fiamos tanto de nosotros mismos, de nuestra energía de carácter, de nuestros propósitos, de nuestras resoluciones y tan poco de Él, de su gracia, de su fuerza, de su amor?

El miedo es la peor trampa, porque nos paraliza y nos anula. Y todos los miedos son malos: todos. Ningún miedo es de Dios, de Dios siempre es la paz. El miedo -o es nuestro o es del demonio- pero el peor de todos los miedos es -y se da con bastante frecuencia-el miedo a amar, el miedo a vivir el mandamiento nuevo. Con lo cual toda nuestra fe y nuestra vivencia cristiana se van al garete, porque el amor es el precepto nuevo que Jesús nos da, y nuestra capacidad de amar es el talento que no hacemos rendir lo suficiente… casi siempre por miedo.

Y la única manera de transformar el mundo y de lograr instaurar el Reinado de Jesús es amar; esa es la asignatura que todos tenemos pendiente y a la que ningún cristiano puede renunciar: amar siempre y de todas formas. Y como os digo, la mayor traba siempre es el miedo.

Y yo os pregunto: ¿Creéis que si Dios hubiera entrado en la dinámica de nuestros cálculos y nuestros miedos, se hubiera encarnado en el seno de una mujer y se hubiera arriesgado a todo lo que se arriesgó? Si se hubiera sentado a calcular y a pensar todo lo que le podía pasar… ¿se hubiera encarnado? Sinceramente creo que no; porque el Verbo de Dios en Sí mismo y en su vida intratrinitaria es infinitamente feliz, se basta a Sí mismo y no necesita nada.

¿Qué es lo que hace al Verbo de Dios salir de Sí, del seno de la Trinidad, y unirse a una naturaleza humana haciéndose verdadero Hombre? ¿Qué es lo que le hace salir? ¿El miedo? ¡No! ¡¡¡El amor!!! ¿Creéis que si Jesús se hubiera sentado a calcular y a estudiar lo que le podía pasar y lo complicada que podía ser su vida en la Eucaristía, hubiera instituido el Santísimo Sacramento? Creo que si se hubiera sentado a calibrar lo que le podía pasar en toda su vida Eucarística a lo largo de tantos siglos, encerrado en tantos sagrarios en el mundo y  hubiera calibrado y calculado tantos sacrilegios, tantos olvidos, tantas ofensas… todo lo que Jesús ha padecido en su Cuerpo Eucarístico ¿creéis que si hubiera sentado a calcular y se hubiera dejado llevar por el miedo, la Santísima Eucaristía existiría en la Iglesia? Sinceramente creo que no.

Pero Él no vive de cálculos, no quiere calcular, porque nos ama y, en el amor, el cálculo no entra. En el amor solamente entra una cosa: la necesidad imperiosa e inevitable de darse, de expandirse, de entregarse. La persona que -ante alguien que le pide algo- se sienta a calcular hasta el último detalle de su entrega, esa persona no ama. La persona que de verdad ama y está enamorada no calcula, simplemente se entrega al ser amado con todo su ser y sin medida, sin calculo, sin limite. Eso es lo que hizo el Verbo de Dios enamorándose del hombre: darse sin reserva, sin cálculo, sin medida.. y no en un momento dado de la historia, sino que desde el instante de la Encarnación, no ha dejado de hacerlo un solo día y nos ha prometido -y su Palabra es verdad- que lo hará «todos los días hasta el fin del mundo». Correspondamos a ese amor, dejemos de lado nuestros miedos, entreguémosle toda nuestra vida de una vez para siempre y adorémosle.

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