Y ha aparecido la siguiente gran palabra: el seguimiento de Cristo. La Vida Religiosa es estar con Cristo y es el seguimiento de Cristo. Y lo primero que hay que ver es el alcance de la palabra “seguir” y después en qué consiste ese seguimiento, qué posturas concretas, qué virtudes concretas, suponen ese seguimiento.

Lo primero que nos encontramos es que en el siglo XVI la palabra “seguimiento” no se empleaba. El léxico que ella utiliza es muy distinto: la palabra “vocación” tampoco (ella utiliza la palabra “llamamiento”); la palabra “Vida Consagrada” tampoco y la palabra “Vida Religiosa” tampoco… Son palabras que nunca aparecen en los escritos teresianos. Pues bien: la palabra “seguimiento” es de las que no aparecen nunca, ni una sola vez. Sí habla ella de “seguir a Cristo” que es algo más concreto que seguimiento.

Seguir en la Teología de la Vida Consagrada que estamos acostumbrados a manejar –siglo XX, siglo XXI– es hacer los caminos de Jesús. Significa una adhesión total a su Persona en fe y en obediencia, es exigencia de fidelidad a su llamada y a su Palabra. Seguir a Jesús no es solo adherirse a una enseñanza moral y espiritual sino compartir su destino. Repito: compartir su destino y el destino culmina en la Cruz.

Y esa es la tragedia de la Vida religiosa del siglo XX -finales del XX y principio del XXI- que queremos estar con Él… a las maduras sí y a las duras no. ¡Y eso no vale! ¡Hay que estar a las duras y a las maduras! Y llamarme cristiana renegando de la cruz es una mentira y una incoherencia, porque la Cruz, el Crucifijo, es el signo de nuestra fe.

Luego hay muchos matices, luego hay muchas cosas que ahondar, luego hay una doctrina, luego hay… ¡Sí! Pero todo está resumido aquí: ésta es la consumación de toda la Escritura, de toda la Ley, de todos los profetas, de todas las palabras de Jesús, todo está culminado y consumado aquí. Jesús dice: “Todo está cumplido. Todo está consumado.”

 Y negar la Cruz o al menos no admitirla en plenitud es síntoma de muchas cosas –no me voy a poner a analizar ahora aquí porque sería muy largo– pero significa negar la entrega de Jesucristo por amor y significa que todo es inútil, que todo es vano, que seguimos muertos, porque si Él no ha muerto, no ha resucitado. Y repito: seguir a Jesús no es solo adherirse a sus enseñanzas morales y espirituales sino compartir su destino, ser corredentores con Él. Y la Redención llega al culmen en la Cruz: toda la vida de Cristo es redención desde que empieza a existir en el seno de su Madre pero culmina en la Cruz cuando Él pronuncia estas palabras: “Todo se ha cumplido”. Desde el momento de su concepción, la vida de Jesús fue caminando hacia este momento cumbre en que de verdad, de verdad, vence a la muerte, vence a la muerte muriendo y después resucita. Pero la Resurrección -a la que se quiere dar muchísima relevancia y tiene que darse porque “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”, dice San Pablo– vino después de la Cruz.

No podemos celebrar el Domingo de Pascua omitiendo el Viernes Santo; es todo el misterio. No podemos tomar de la vida de Cristo el episodio o el momento que me gusta, que me viene, que me atrae, que me parece. ¡Cristo es Cristo entero, íntegro, pleno! Y el consagrado, el llamado a la Vida Religiosa, abraza a Cristo y su misterio íntegro, pleno. Compartir su destino es morir con Él y resucitar con Él. La Vida Religiosa es una prefiguración, un adelanto, de la vida resucitada que vamos a tener después en el cielo. Y eso es muy importante.