TEXTO: Mt 11, 25-27
En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
REFLEXION:
Hacerse pequeño. Para penetrar en la Intimidad abierta del Redentor, en el Corazón de Jesucristo el itinerario más seguro y eficaz es hacerse “pequeños”. Jesús nos comunica esta estrategia de la “pequeñez” en una oración de reconocimiento y de gratitud al Padre. “Tal ha sido tu beneplácito”. Este es el beneplácito del Padre: los pequeños son -como Jesús- sus predilectos, aquellos en quienes se complace…
A los estudiosos les gusta llamar a esta oración “himno de júbilo”. El ritmo de la oración de Jesús empieza con una confesión: “Yo te bendigo”, “te confieso”. Esta expresión introductoria le da mucha solemnidad a la palabra de Jesús, que se dirige al Padre desde lo profundo de su Corazón.
El término “Padre”, es una característica distintiva de la oración de Jesús. Solamente el Hijo se atreve a llamarle así… Para Jesús el Padre es todo: ¡Abbá! Palabra que colma de consuelo, que llena el Corazón del Hijo; palabra que expresa el amor más profundo que llena el alma de Cristo, el Corazón de la Palabra encarnada. ¡Abbá!, Palabra que es todo para el Hijo: plegaria descanso y anhelo, palabra que expresa toda la ternura contenida en el seno del Padre, en sus Entrañas compasivas, de las que el Corazón del Hijo es el mejor exponente.
El motivo de la alabanza de Jesús es la revelación de Dios: porque has ocultado…, has revelado. Este esconder, referido a los “sabios e inteligentes”, afecta a los escribas y fariseos, considerados como totalmente cerrados y hostiles a la llegada del Reino. El Padre se revela a los pequeños -el término griego dice “niños”- a los que aún no hablan. Jesús considera receptores privilegiados de la proclamación del Reino de los Cielos a los que no viven idolatrando la ley, a los que no son expertos en ella, a los no instruidos… La causa de la alegría profunda de Jesús, del júbilo de Jesús, es que el Padre nos ha escogido a nosotros, que el Padre ha escogido a los pobres, a los sencillos, a los que no contamos, para mostrarnos la intimidad de Dios, sus entrañas, su ternura, su condescendencia, su compasión… para mostrarnos su Corazón de Padre, sus secretos, sus deseos, sus anhelos más profundos… en definitiva: su Intimidad. Ha escogido para intimar Consigo a los pequeños, a los pobres, a la nada del mundo, a lo que no cuenta en el mundo. Y eso, a Jesús le produce un gozo tremendo, le llena del gozo y la alegría del Espíritu Santo. ¡Qué gozada! ¡Qué gozada tan grande oír de labios de Jesús: “Sí, Padre, así Te ha parecido mejor!” Este ha sido tu plan, ese es tu deseo y Yo me lleno de gozo al verlo, al comprobarlo.
¡A nosotros sólo nos queda seguir vibrando al unísono con esos sentimientos del Corazón de Cristo y llenarnos de gozo y agradecimiento al Padre por el misterio de nuestra elección. ¡Dichosos mis ojos por estar viendo lo que ven! Dichosa yo por haber sido escogida para contemplar su Costado abierto, para entrar en su Corazón –porque al Padre “así le ha parecido bien”- para recibir “en depósito” los secretos y las intimidades de Dios. ¡Dichosos cada uno de nosotros por haber sido elegidos para intimar con Dios en Cristo Jesús!
¡Dichosos nuestros ojos! ¡Dichosos nuestros ojos porque ahora mismo estamos viendo al Verbo de Dios, al Hijo de Dios, la Carne del Hijo de Dios en el Sacramento! Muchos desearon ver lo que nosotros vemos y no lo vieron y oír lo que nosotros oímos y no lo oyeron.
El Evangelio nos dice que hay momentos en que el Corazón de Jesús se ve colmado de gozo, de júbilo y este es uno de esos momentos: Jesús está lleno ahora mismo de la alegría del Espíritu Santo. Y en estos momentos de alegría en el Espíritu Santo, Jesús hace lo que cualquiera de nosotros haría: Jesús canta, alaba, bendice a Dios, le da gracias… Jesús es verdadero hombre y hay momentos en que se ve lleno del gozo del Espíritu Santo, lleno de la alegría, del júbilo del Espíritu Santo.
Sintonicemos con esos sentimientos del Corazón del Señor, del Corazón de Cristo y llenémonos de gozo y, al mismo tiempo, de un profundo agradecimiento a Dios Padre por el misterio de nuestra elección como cristianos, como hijos suyos. Y sobre todo agradecerle muchísimo a Dios, agradecer profundamente al Padre, que Jesús viene, que Jesús viene a mi vida cada día.
Y agradecerlo muchísimo porque la Encarnación -y la Eucaristía de cada día- es el regalo más grande que nos ha hecho el Padre, no podía darnos nada más valioso para Él. Miradlo: nos lo ha entregado, ¡ahí está! ¡en la Custodia! entregado a nosotros, a nuestra voluntad, a lo que queramos hacer con Él. El Padre nos lo ha entregado y nos sigue entregando cada día: Jesús toma carne cada día en cada Eucaristía.
La Encarnación es un regalo del Padre porque así le ha parecido bien al Padre. “Sí, Padre, así te ha parecido bien”. Le ha parecido bien que el Redentor del mundo venga, gestado en el seno de una mujer, recibiéndolo todo de una mujer como cualquiera de nosotros, dependiendo de una madre, necesitando una madre. Dios es tan sumamente tierno que no ha querido renunciar a verse estrechado, acunado por una madre, no ha querido renunciar al gozo de ser cuidado por una madre. ¡Tan humano ha sido, tan humano es!
¡Dichosos nuestros ojos! ¡Dichosos mis ojos porque están viendo al que ven ahora mismo! ¡Dichosa yo por haber sido escogida, porque al Padre así le ha parecido bien, para recibir en depósito la Intimidad del Señor! ¡Dichosos cada uno de nosotros! ¡Bienaventurados todos por haber sido elegidos para intimar con Dios en el Corazón de Cristo Jesús! “Porque muchos profetas y reyes desearon ver lo que nosotros estamos viendo y no lo vieron, y oír lo que oímos -escuchar los latidos de ese Corazón de Dios Hombre- y no lo oyeron. ¡Dichosos nosotros! ¡Bienaventurados nosotros! ¡Afortunados nosotros que cada jueves nos encontramos con Él, que saltamos de gozo esperando este momento, que nos llena de alegría llegar aquí! ¡Bienaventurados nosotros!
ORACION:
¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! ¡Gracias, sobre todo, por Jesús! ¡Gracias por tu Hijo hecho Hombre! ¡Gracias por tu Hijo que ama con un Corazón de Carne, con un Corazón de hombre! Y sobre todo, ¡gracias por habernos escogido para estar aquí, para recibir el regalo de tu intimidad! ¡Gracias por haberme hecho partícipe de esas cosas que no muestras a los sabios y entendidos! ¡Gracias, Dios mío! Amén.