El sentimiento filial

Y sobre todas estas características del niño Teresita fundamenta su camino. Ella se vive a sí misma de esa manera. Comprende que por sí misma no puede nada, pero tiene la seguridad de que Dios no pide imposibles.

Jesús nos dice que tenemos que ser como niños. Le dice al pobre Nicodemo, al que acaba de hacer fosfatina, el pobre tenía las cosas bastante embrolladas en la cabeza. Va y a la postre Jesús le clarifica las cosas diciéndole que hay que nacer de nuevo. Yo me puedo imaginar la cara de póker de Nicodemo.

– Vamos a ver: te estoy diciendo que no entiendo nada y para postre y final me dices que tengo que volver a entrar en el seno de mi madre y volver a nacer. ¿Cómo puede hacer eso un hombre adulto?

Jesús le ha dicho:

– Hay que nacer de nuevo. Pero no de tu madre, claro. No de la misma carne. Entonces estaríamos igual que estamos. Hay que nacer del agua y del Espíritu, para poder entrar en el Reino de los Cielos

Acaba de decir que hay que ser niño para poder PicsArt_10-27-12.18.07.jpgentrar en el Reino de los Cielos. De donde podemos deducir que ser niño y nacer del agua y del Espíritu es una misma cosa.

Teresita se atiene a todo esto a la hora de perfilar su doctrina. Jesús nos dice: Lo que ha nacido de la carne es carne, y lo que ha nacido del Espíritu es espíritu. Pero Él nos habla de nacer. Y si Jesús nos habla de nacer, y nacer en del Espíritu, quiere decirnos que es Dios Padre quien nos engendra de nuevo, nos engendra a una vida nueva. Si Jesús nos quiere niños es que nos es necesario morar en Dios como hijos. Ante todo el sentimiento filial. Y esta es otra de las características del niño.

El niño podrá darse un paseo con su padre, el niño podrá enfadarse con su padre, el niño podrá patalear… pero el niño jamás duda de que es hijo de su padre. Y el ser hijo le identifica. Soy el hijo de tal, el hijo de cual. Su padre suele ser un referente, o su madre. Pero no duda de su padre, y de que él es hijo. ¿Qué nos pasa a nosotros muchas veces con Dios? Que sí dudamos o perdemos de alguna manera esta perspectiva. Decir:

– Sí, sí, todos sabemos: Creo en Dios Padre todopoderoso.

Lo decimos un montón de veces:

– Creo en Dios Padre todopoderoso.

¿Pero me lo creo o no me lo creo? Yo reconozco que yo lo digo. Siempre que hay que decir el Credo yo lo digo pero no siempre lo digo consciente de lo que digo, y creyendo de verdad eso. ¿De verdad me creo hija de Dios? ¿De verdad me creo hija de un Dios que lo puede todo? Es que daros cuenta de lo que estamos diciendo: soy hija de Dios.

Yo hablo desde mi experiencia propia. Yo soy hija de un padre y una madre según la carne de los que he nacido, y efectivamente han sido mi referencia en la vida, sobre todo en mis primeros años.

Y el hecho de sentirme hija me hacía sentirme privilegiada para algunas cosas. O sea, yo tenía “derechos” por el hecho de ser hija de mis padres. Yo sabía que tenía “derecho” a estar en mi casa, “derecho” a estar con mi padre, a estar con mi madre, “derecho” a preguntar, “derecho” a que me dieran todo lo necesario. No es que lo exigiera, pero no dudaba de que tenía derecho. Y eso, es de lo que hoy díaIMG-20180810-WA0048.jpg desgraciadamente muchos niños carecen y eso da lugar después a un montón de problemas.

Eso a mí me daba una gran seguridad. No es que en mi casa hubiera una superabundancia: mi padre era un hombre trabajador que luchaba para sacarnos adelante. Pero yo tenía la seguridad de que él estaba ahí y de que mientras mi padre estuviera ahí nada podía pasar y nada nos iba a faltar. Yo no era consciente de que el trabajo podía faltar, de que se podía poner enfermo, que podían pasar muchas cosas. Eso yo no lo contemplaba en mi cabeza de niña.

Él estaba ahí y yo sabía que él trabajaba para que no nos faltara de nada, así me lo enseño mi madre, y ella me hizo comprender por qué mi padre no estaba en casa. Yo no lo entendía. “¿Por qué no está ahora?”. Y me acuerdo que mi madre me explicaba: “Porque tiene que estar trabajando para que nosotros podamos estar bien aquí y tú puedas ir al colegio y puedas vestirte y puedas comer”. En fin… Y entonces entendí que aquel hombre que iba y venía, que a veces estaba en casa, que a veces no estaba, era para mí un pilar de seguridad. Ese era mi padre.

Y yo tenía “derecho” a todo lo que tenía por ser hija de él. Y tenía “derecho” a que él me arreglara las cosas que se estropeaban, y tenía “derecho” a que me diera un beso, y tenía “derecho” a sentarme en sus rodillas. Tenía “derecho” a un montón de cosas que eran mías porque yo era hija de él. Las demás niñas no iban a mi padre a que les arreglara las cosas. Mi padre era mío. Y yo tenía ese “derecho”. Mi hermano también. Pero los de fuera no. Porque yo era hija de él.

Eso después a mí me ha ayudado mucho -en eso he sido privilegiada, Dios me ha cuidado muchísimo- a la hora de comprender la paternidad de Dios. Si es que soy hija de Dios, tengo “derecho” -por ser su hija- a muchas cosas. Tengo derecho.

Y además es que ese es mi Padre y trabaja sin cesar, y se afana sin cesar, para que a mí no me falte de nada y para que tenga todo.  Por ejemplo… parece una estupidez: ¿sabéis que el oxígeno que respiramos y que nos da la vida es gratis y si tengo derecho a él es porque soy hija de quien lo fabrica? ¿Y si tengo derecho a estar viva es porque me está dando la vida ese Padre y si no yo no estaría, si no me estuviera sosteniendo a cada instante? Pues ese que es mi Padre, dice el Credo que es IMG-20180706-WA0095.jpgTodopoderoso, que lo puede todo. Todo, absolutamente todo. Nada se le resiste. Porque es Dios y es todopoderoso. Y yo soy hija de ese Padre.

Lo más importante para tener un corazón evangélico es ese sentimiento filial, esa seguridad de que soy hija. No soy criatura, no soy esclava, no soy… No. Soy hija de Dios. Y una hija predilecta. Porque cada uno es hijo predilecto de Dios. Con lo cual, por lógica, si yo me creo esto de verdad, con la cabeza y con el corazón, que yo soy hija de un Dios que es todopoderoso… se me van a ir los miedos, los agobios, las angustias… Y la confianza brotará espontánea, con la paz y el descanso.

Porque nada malo me puede pasar que Dios no quiera. Y si Él lo quiere, ya no es malo. Porque Dios, por su propia naturaleza, por ser Dios, que esencialmente es bondad, no puede hacer ni querer nada malo.

Entonces, lo que aparentemente es malo -por poner un ejemplo típico: una enfermedad que sea grave, un cáncer de páncreas, que te vas en unos días- aunque me traiga la muerte física, la muerte del cuerpo, no significa que eso sea malo. Ese es otro problema que tenemos: que parece que esta vida es lo más de lo más de lo más. Vamos a ver: esta vida está bien, está muy bien, es un don de Dios que está muy bien y hay que cuidarla y conservarla, pero la vida es un “apaño” provisional. Porque si esto es todo… ya me contaréis. A mí que me borren, porque si todo va a consistir en esto… nos han timado. Y eso yo no lo creo. Sé que hay una gozada infinita con Dios; lo creo firmemente.

Así que, cuando nos anuncian que ya nos vamos de aquí, no hay que ponerse histéricos. Hay que prepararse para irse con salero y elegancia. Que para eso hemos venido: para irnos. No sé si habéis caído en la cuenta de que nacemos para morirnos. Nadie ha nacido para quedarse aquí para siempre. Hemos nacido, y desde el punto y hora en que nacemos, nos tenemos que morir. Lo mismo que hemos sido concebidos para nacer porque nadie puede estar perpetuamente en el estado en el que estamos en el seno de nuestra madre, pues una vez que naces, lo siguiente -otra cosa es que no sabemos cuándo, cómo, en qué circunstancias- es morir. Nacemos para eso.

Y morimos para que ya nos quedemos eternamente felices en Dios. ¿Cómo es eso? No me lo preguntéis porque yo también me lo imagino, hago mis cábalas imaginándomelo, pero no sé más que lo que mi corazón intuye. Pero yo sé que es algo muchísimo mejor que lo que tenemos aquí, una felicidad infinita en Dios sin límites. Entonces, cuando algo parece malo… aunque nos cueste, aunque nos haga sufrir, aunque humanamente somos muy frágiles y tengamos miedo, dudas, angustias, debemos confiar.

Tampoco estoy diciendo que cuando nos diagnostiquen un cáncer empecemos a tirar cohetes. Una cosa es la gracia de aceptar serenamente la vida y la muerte y otra cosa es que lancemos bengalas. Ni lo uno ni lo otro. Además hay muchas cosas… no deja de ser un misterio, vamos a algo que intuimos pero que realmente nadie conoce y es normal que nos sobrecoja la proximidad de una muerte inminente.

Pero si de verdad yo me creo que soy hija de un Padre que todo lo puede y que no puede querer nada malo para mí, la perspectiva de vida cambia totalmente, por complicadas que vengan las cosas. Porque con esto no estoy diciendo que nos volvamos insensibles y que cuando tienes un dolor no te duela. Sino que son esta confianza y este abandono los que dan lugar al corazón evangélico y el corazón evangélico da lugar a más confianza y más abandono, lo que te lleva a enfocar la vida de una manera totalmente diferente. Y a vivir el sufrimiento con un sentido y con paz y alegría.

El sufrimiento es parte de la vida. Otra cosa es que el sufrimiento no te amargue la vida, no te condicione la vida, no te corte la vida, no te deje vivir en paz. Es un planteamiento diferente. Ante la vida es así, como es, tú puedes reaccionar de dos maneras. Yo siempre lo digo: ser santo o llenarnos de amargura.

3 comentarios en “El sentimiento filial

  1. Gracias madre Olga por este mensaje tan hermoso.
    El lun., 29 de octubre de 2018 11:32 PM, Grita al mundo escribió:
    > Madre Olga María posted: “Y sobre todas estas características del niño > Teresita fundamenta su camino. Ella se vive a sí misma de esa manera. > Comprende que por sí misma no puede nada, pero tiene la seguridad de que > Dios no pide imposibles. Jesús nos dice que tenemos que ser como ni” >

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