Cuántas veces me acuerdo de aquello que me dijo una vez un hombre sabio y bueno que me ha ayudado mucho en mi vida: “las palabras son el medio de expresión más pobre”. Es absolutamente cierto, pero también es el más utilizado por todos los seres humanos del mundo. En diferentes idiomas y contextos y en infinidad de situaciones diversas, pero… todos nos comunicamos con palabras. Sería imposible calcular la cantidad de palabras que utilizamos al día cada uno de nosotros, pero ese cálculo sería anecdótico y secundario, lo verdaderamente importante es recapacitar sobre mis palabras: ¿De qué hablo yo? ¿Cuáles son mis palabras? ¿Cómo empleo ese don exclusivamente humano que es el lenguaje articulado? ¿Construyo con él o destruyo y causo heridas?
Como en todas las facultades humanas, esa es la gran cuestión: el uso que hacemos de ello. Desde nuestra libertad podemos servir con la palabra y matar con la palabra. Hay palabras y silencios (ausencia de palabras cuando la justicia exigiría decir algo) más destructores y letales que mil atentados. Las palabras que pronunciamos casi nunca dejan de tener consecuencias… es tremendo que no seamos conscientes de esto y hablemos y hablemos y hablemos sin parar y sin pensar en las consecuencias de nuestra verborrea.
Es cierto que la mayoría de las veces nuestra torrentera de palabras no tiene mayor trascendencia, aunque nos retrata bastante, pero también es cierto que muchas veces los comentarios que hacemos, las palabras con retintín… todo eso… afecta a la vida y la felicidad de muchas personas, a la paz, a su fama… Hemos de tener cuidado con lo que decimos y no ser sembradores de leyendas urbanas y mucho menos de murmuración.
Me gustaría que reflexionáramos un momento sobre nuestras palabras y nuestros temas de conversación: ¿de qué hablo yo normalmente? ¿me dejo arrastrar por respetos humanos y sólo hablo de cosas intrascendentes y vanales? ¿me atrevo a hablar alguna vez de Dios, de la eternidad, del amor, de la muerte, de la misericordia, del dolor…? ¿o sólo me enardezco y hablo como una gramola de temas que no comprometen lo íntimo de mi persona porque hablo y hablo y hablo y nunca arriesgo nada ya que no dejan nunca a la intemperie mi más profunda intimidad? Como con todo en esta vida puedo ser generosa y dar de mí en mis palabras o puedo parapetarme tras ellas sin entregarme ni comprometerme a nada.
Tengo el firme convencimiento de que lo único que merece la pena y da sentido a esta vida es la donación de uno mismo a los demás: hacer el bien siempre y a todos, el mayor bien posible. Y todo en nuestra vida tiene que estar subordinado a este propósito: nuestras palabras también. De lo contrario…. calladitos estamos más guapos.
Hablemos de lo que hablemos, independientemente del tema que sea, que lo hagamos siempre como un acto de entrega de nosotros mismos: dando amor, compartiendo conocimientos, sembrando esperanza, animando, confortando, consolando, construyendo la paz, tendiendo puentes, acercando a las personas… No es sencillo, lo reconozco, porque la inercia de los malos hábitos que hayamos adquirido en esta cuestión nos seguirá pasando factura, pero creo que no debemos desfallecer y luchar por esto: servirnos de la palabra para amar. Que hablemos para dar amor y hacer el bien, desterrando de nuestras conversaciones las segundas intenciones, terceras, cuartas y quintas que se nos cuelen y se nos vayan “pegando”. No y mil veces no a la murmuración, la maledicencia y las conversaciones en que reinan las críticas destructivas y en las que gritamos nuestro resentimiento, nuestra rabia, nuestra envidia solapada… y que son sólo ballestas para lanzar dardos envenenados que desatan oleadas de violencia y dolor, ondas concéntricas que no se acaban de detener nunca. Podemos ser tan injustos con eso… y lo peor es que las palabras que deberían ser vehículo del amor se convierten en instrumentos al servicio del odio. Luchemos también con las palabras para que triunfe la bondad y el odio nunca lleve la razón. Que nuestras palabras sean instrumentos al servicio del amor y la verdad. ¡No al terrorismo verbal!
Cuántas veces hablamos sin sentido,luego nos arrepentimos. Los años gracias a Dios nos hacen más prudentes. Leyendo sus escritos ,vamos mejorando poco a poco.Gracias Madre Olga por enseñarnos el camino que nos lleva a JESUS.
Otra verdad verdadera y exacta!! . Gracias Madre por ese grito fuerte y claro.
Cuántas veces suelo tener palabras no tan bondadosas, de a poco estoy aprendiendo a callar, los años, los golpes y las súplicas a Dios surten efecto y estoy aprendiendo todos los días un poquito que una palabra puede dar alegría, luz, paz, esperanza. En el silencio escucho a mi Dios y doy luz a los que me rodean. Gracias Dios!!!!