Hay dos palabras de la Santa Madre que en este momento cobran muchísima fuerza y muchísimo sentido: “No os pido más de que Le miréis” (Cf. Camino de Perfección, cap. 26, 3) y “juntos andemos, Señor; por donde fuerdes tengo de ir, por donde pasardes, tengo de pasar” (Cf. Ibíd., cap. 26, 6).
La Pasión es para eso: para contemplarla y para andarla, para caminarla, para vivirla con Jesús. Y es lo que tenemos que intentar hacer y vivir en esta Semana Santaque ya está tan próxima.
Es verdad que son muchas ocupaciones exteriores, cosas que hay que hacer que no se pueden descuidar, que no se pueden dejar ni abandonar… y hay que hacerlas -como digo- y hacerlas bien y con ese espíritu de servicio y de entrega al Señor y a la comunidad de la mejor manera posible. Y, sin embargo, no perder de vista a Jesús en su Pasión e ir con Él. No limitarse a contemplar la Pasión como un espectador, sino entrar en ella, implicarse en ella.
Es muy importante esto de entrar en la Pasión e implicarnos en ella. ¿Por qué? Porque –esto no lo digo de memoria, es una experiencia de vida también- hay muchos cristianos, muchas personas que se llaman cristianas, que llegan al final de su vida sin haber subido con Jesús al Calvario jamás. Y eso es un cristianismo bastante absurdo, un cristianismo de nombre, no es un cristianismo real. El cristiano tiene que acompañar a Jesús al Calvario y estar con Él, vivirlo con Él, entrar en esa vivencia de Jesús, compartirla con Él.
¿Os acordáis que en Jerusalén había una piscina que consideraban milagrosa, la piscina de Betesda? Creían que el primero que se zambullera en ella cuando se agitaran las aguas sería sanado de sus males. Se trata de que nosotros nos adentremos, nos arrojemos, nos lancemos, nos zambullamos en esa piscina salvadora que es la Pasión de Cristo.
“En el bautismo -nos dice San Pablo- hemos sido bautizados en su muerte, hemos sido sepultados con Él en el bautismo” (Cf. Rm 6, 3-4; Cl 2, 12). Y aquello que sucedió una sola vez de una manera mística en el sacramento, tiene que realizarse existencialmente en la vida. Tenemos que darnos un baño, ser sumergidos, ser bautizados en la Pasión, para ser renovados por ella, revigorizados, fortalecidos, transformados…
Y vamos entrar en la Pasión como entró Jesús: orando al Padre. Jesús oró en Getsemaní. Ya he escrito y hablado sobre Getsemaní muchas veces, aunque nunca se llega al fondo, nunca se agota la cuestión, la escena, el momento de la Agonía de Jesús en Getsemaní.
¿Y qué significa la palabra “agonía”? La agonía, como sabéis, es el estado previo a la muerte. Y es así, en este caso fue lo que antecedió a la muerte de Jesús. A partir de ahí, comienza su proceso de muerte y concluye con la muerte al día siguiente en el Gólgota.
Pero la palabra “agonía”, lo que significa de verdad es “lucha”, agonía significa lucha. Y de hecho, la agonía física es la lucha entre la vida y la muerte en un ser humano, hasta que se desencadena ya definitivamente la muerte y la muerte vence. Pues ese momento anterior a la muerte se denomina agonía por eso: porque es una lucha entre la naturaleza que pugna por vivir y la muerte, que avanza implacable y al final siempre vence. Toda agonía concluye con el triunfo de la muerte.
Y lo que Jesús vivió en Getsemaní (Cf. Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42; Lc 22, 40-46) fue una lucha, ¡una tremenda lucha!, porque llega el momento en que la oración de Jesús se transforma en un combate, en fatiga, en lucha, en agonía… Y nuestra propia oración muchas veces se transforma en eso: en lucha, en combate.
Y no me refiero ahora a las cosas típicas contra las que uno tiene que luchar cuando quiere orar: el sueño, las distracciones, nosotros mismos, nuestra limitación, nuestra pobreza, el aburrimiento… Contra todo eso también hay que luchar cuando uno quiere orar, es cierto. Pero de la lucha de la que yo quiero hablar ahora, en la que quiero centrar nuestra mirada y que está relacionada con la Pasión.
La oración muchas veces se convierte en lucha, no contra nosotros mismos, sino contra Dios. Una lucha contra Dios porque ocurre que a veces El nos pide algo -lo que sea- que nuestra naturaleza no está presta para darle y nos resistimos. O también a veces sucede que Dios nos pide algo incomprensible para nosotros; o que la acción de Dios se convierte en algo desconcertante… y entonces surge un movimiento de rebeldía, de no querer aceptar eso que no entendemos, de no querer darle a Dios eso que nos está pidiendo… y empezamos claramente a luchar contra Dios, contra su Voluntad. Y muchas veces la oración se convierte en lucha en ese aspecto.
¿Qué hago yo cuando Dios me pide algo? ¿Vivo dispuesta a hacer lo que El quiera, a darle todo lo que me pida? ¿O agonizo y medio muero porque me resisto a su Querer?
Resistirnos a su Voluntad sólo nos conduce a no vivir… a agonizar… a languidecer en nuestra obstinación y a renunciar a la felicidad. si queremos que la alegría huya de nuestra existencia sólo hay que luchar contra Dios. ¿no sería mejor emplear todas esas energías en luchar contra nuestro egosmo?
En relación a lo que dice nuestra Madre Olga : » la pasión es para contemplarla, pero también para andarla, y caminarla, para vivirla con Jesús «…….. Si examino mi propia vida, me encuentro con muchas ocasiones de verdadera lucha sostenida cuando Dios me ha pedido algo incomprensible, difícil de aceptar, o que tenga que ceder cuando algo me parece tan legítimo; sin embargo después de resistirme, he comprendido con el tiempo que aquello era lo mejor para mí.
Desde hace unos años he aprendido lentamente que, antes de decir algo o de cuestionar, o lo que sea que piense, inmediatamente digo ¡ como Tu quieras Señor !
Siempre el obedecer a la Voluntad de Dios, el aceptar, el hacer, el someterse, entregarse, renunciarse, implica de alguna u otra forma una lucha interior primero, porque nuestra naturaleza se muestra frágil, no queremos pasar por algo que es difícil, que cuesta sobrellevar, y es como normal sentir así.
Sin embargo esta invitación a caminar con Jesús, a vivir su pasión con El, significa acrecentar en nosotros esa capacidad de saber dar un sí cuando el camino nos parece cuestas arriba.
El diario vivir nos ofrece también un sin fin de » pequeñas agonías «, que gustosos deberíamos aceptar los católicos con el fin de configurarnos con Jesús en su pasión y sufrimiento, que aceptó y vivió por amor a nosotros mismos.
M.Eliana
La palabra agonia tal como es no me gusta,puf sudor da pansar.pero voy a reflexinar mas sobre la agonia .gracias Madree muy querida.