Muéstranos al Padre (XXXI)

Hijos de Dios: el antídoto contra el pecado de impiedad

Existe otro obstáculo, peor que la desconfianza, que es la incapacidad de aceptarse uno a sí mismo, a nivel más radical y universal que físico, como “hijos”.

¿Cómo voy a ser yo hijo de Dios? ¿Cómo voy a aceptar que he sido engendrado por alguien como una criatura dependiente y, en consecuencia, ser hijo de un padre que sea fuente de la propia existencia y libertad y depositario último de mis cosas?

¡Cómo nos cuesta entender que venimos de Dios, que de Él hemos recibido todo y que a Él vamos! De Dios venimos y Dios es nuestro destino, de Él hemos recibido el ser, la existencia: si no nos lo hubiera dado no existiríamos. Primero nos concibió en su mente, en su deseo, y después nos trajo al tiempo, nos hizo nacer en el tiempo. Sin Él no seríamos, no tendríamos nada, no existiríamos… wp-1461824762774.jpgHemos empezado a existir en su mente y después hemos empezado a existir en el tiempo y en la materia.

Aceptar eso… nos cuesta mucho: asumir que lo he recibido todo y que no tengo nada propio y -más gordo todavía- que en este preciso instante me está dando el ser -porque, si no fuese así, dejaría de existir inmediatamente- para nuestro amor propio es difícil de encajar… “Entonces ¿qué? ¿Por mí mismo nada?” ¡Nada! Si yo ahora mismo existo es porque Dios me esta dando el ser, si no no existiría. Es porque mi Padre me está dando no sólo la vida física sino el ser, la materialidad de mi ser, todo lo que me constituye como ser humano, me lo está dando Dios y lo está sosteniendo Él. ¿Os habéis parado alguna vez a pensar que el aire que respiramos todos los días es un regalo y no nos lo cobran? ¿Que no es como la luz y el agua que la cobran? ¿Os habéis parado alguna vez a pensarlo?

Esto suscita y ha suscitado muchas veces el rechazo del Padre que se da en nuestra época. Se ha enfatizado y llevado a extremos por una cosa espantosa que se llama psicoanálisis, que tiene la misma raíz que San Pablo ha puesto de manifiesto hablando del rechazo de Dios en general. Hay un pecado que es la fuente de todos los pecados, que es bastante viejo, bastante antiguo… tan antiguo como el género humano mismo, que en el siglo I tenía un nombre y que en el siglo XXI tiene otro nombre, pero que al final es lo mismo y es la impiedad. El pecado de la impiedad es el más grave de todos, del que se derivan todos los demás pecados. Es aquel del cual el Espíritu Santo viene a denunciarnos, a ponernos en guardia, lo dice San Pablo en la Carta a los Romanos. Lo primero que hace el Espíritu Santo es poner denuncias: “Tú, tú, tú y tú sois unos impíos”. Y ¿quiénes son los impíos? El impío es el que rechaza a Dios como Dios y se pone a si mismo como Dios. Ese es el impío y ese es el pecado de la impiedad. En el Génesis llegó el demonio y dijo: “seréis como dioses, podéis ser como dioses” esta es la impiedad: querer suplantar a Dios.

Y en el siglo XXI se llama psicoanálisis. Porque por el psicoanálisis vamos a poder doblegar la mente y llevar la mente humana donde queremos… ¡No! La mente humana, el alma humana, el espíritu, está creado a la imagen y semejanza de Dios y nadie, ningún psicólogo, ningún psiquiatra, ningún psicoanalista, lo va a poder doblegar. Es de Dios, es inmortal y su destino es Dios. Que haya perturbaciones, trastornos… eso es otra cuestión, pero nadie lo va poder manipular, nadie va a poder tocar lo íntimo de la persona como lo toca Dios.

Los científicos lo han pretendido y lo único que han conseguido ha sido destrozar personas. Pero a tocar la interioridad de la persona, a curar la interioridad de la persona como lo hace Dios no va a llegar nunca nadie. El que sana es Dios. Con esto no estoy yo descalificando ni a todos los psicólogos, ni a todos los psiquiatras; no los estoy descalificando, pero digo que… ¡cuidado! Porque lo íntimo de la persona, que es de Dios, sólo la gracia de Dios lo puede sanar, solo la gracia de Dios lo puede tocar. Y el pecado del siglo XXI es ese: el “podemos nosotros solos”. ¡No! Si pudierais vosotros solos no habría ningún psiquiátrico en el mundo y todos los enfermos psíquicos estarían curados. ¡No! Han avanzado mucho, han adelantado en muchas cosas –yo no digo que no- pero lo íntimo del corazón del hombre solo Dios lo puede curar2016-03-13-19-36-53-1039879595.jpeg

Hay una enfermedad íntima que solo Dios puede sanar. La raíz de esa enfermedad, solamente Dios en una cruz la pudo curar. “Sus heridas nos han curado”, nadie más ha tenido capacidad de devolvernos la salud. Los demás… en tanto en cuanto Dios les permite tocar, curar… pero solo en tanto en cuanto. Y hay algo, una parte del ser humano, que nada ni nadie puede tocar más jamás, es agrada y sólo Dios llega ahí. ¡Nadie, nadie, nadie, nadie, solo Dios! Y es lo que generalmente hay que curar: la raíz, de donde vienen todas las demás manifestaciones de males, enfermedades, problemas, dificultades… Vienen de ahí y solamente Dios puede curarme… si yo le dejo, si yo quiero, si yo reconozco eso. La impiedad es la voluntad del hombre de ser él mismo dios, su propio dios, la causa de sí mismo… el poder constituirse él mismo en el propio dios al que someterse.

Otra forma de impiedad es llamar dios a la obra de nuestras manos, a nuestra propia invención, aunque sea buena. Muchas veces realizamos cosas buenísimas, pero no podemos constituirlas en nuestro dios, y a veces lo hacemos. Necesitamos superar y llegar a todo esto que os estoy diciendo con la fe, creyendo en el amor del Padre, creyendo que se da ese salto por el que uno  acaba por encontrarse “completamente arrojado en  brazos del Invisible” en una bienaventurada dependencia de la Verdad. Una bendita dependencia de la Verdad que descubre tener en Dios lo que con todas sus fuerzas siempre había buscado sin encontrarlo, a saber: un refugio, una fuerza, un Padre, un “poderoso defensor en el peligro”, que dice el salmo 46. Tenemos que reconocernos y amarnos como hijos, como seres dependientes del Padre, dependientes en todo de Dios. La libertad más grande es reconocer eso, porque entonces uno vive absolutamente feliz y gozoso sabiéndose Hijo del Padre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3 comentarios en “Muéstranos al Padre (XXXI)

  1. Cada día intento acudir a mi interior buscando la intimidad de Dios.Sólo con El,tengo la capacidad de abrirme,de entregarme sin miedo,de sentirme ayudada,querida y sanada en cada momento,para poder continuar en la vida totalmente enamorada de El,y poder llevar la alegría que se siente porque te sabes rodeada de su infinito amor.Nadie más,es capaz de hacerme sentir eso.

  2. Me encantó leer esta maravillosa reflexión, y a la vez siento un gozo enorme pues con ella confirmo que no estoy equivocada cuando he dicho : que ningún psicólogo, ni siquiatra es dueño, ni conocedor de las almas, ni de la mente de las personas, nunca podrán tocar el interior del ser humano, menos curarlo,
    …..Hace un tiempo, tuve esta discusión al respecto, sin el ánimo de ofender a nadie, y me dí cuenta que lamentablemente hay una tremenda ignorancia de quienes somos, de que hemos sido creados por Dios y llamados a trascender, y no somos criaturas dependientes de otra criatura para poder encausar nuestra vida, como por ejemplo con psiquiatras que lo único que hacen es recetar drogas para enajenar de la realidad, en eso consiste » la terapia «.
    .
    …… He visto con bastante frecuencia a religiosas dependiendo del Psiquiátra, sin entrar en juicios, esto a mí en lo personal me escandaliza sobremanera, no estoy llamada a juzgar, pero en una primera instancia ¡ me escandaliza !, debo ser sincera. Pues una espera tanto de un consagrado.
    Yo espero ver en ellos una vida espiritual profunda, espero que, con su ser y hacer transmitan a Dios, espero aprender de ellos ¡ tanto ! , de imitarlos ya que suponemos son los » profesionales de la virtud «, por decirlo de alguna forma.
    Comprendo como dice nuestra querida Madre Olga María, que haya perturbaciones y trastornos, pero una persona no entra así en el convento, pues entonces ¿ qué sucede ?

    Como hijos de Dios, ¡ no podemos dejar de vivir íntimamente con El, pues venimos de El, y El vamos !
    una persona espiritual, que vive en sintonía constante y perpetua con Dios, no puede desorientarse tanto.
    Todos estos desequilibrios que vemos a diario, nos dejan sin habla.
    ¡ Dios nos libre de ser impíos !, ¡ nos libre de ser amantes de tanto tecnicismo ! .Como seres llamados a trascender no busquemos sólo paleativos a nuestras dificultades, vamos sólo a Quien nos puede sanar de raíz ! ¡ Dios !.¡ sólo Dios !

    Gracias Madre Olga María del Redentor; vuestra comunidad me contagia, y nos contagia con su consagración gozosa, ¡ ME EDIFICO EN VOSOTRAS ! , quisiera ver a todas las religiosas del mundo tan alegres como ustedes, ¡¡ han pasado tantas dificultades !!, sin embargo nada les quita la alegría.
    Es una bendición para quienes las conocen, y para la Iglesia entera.

    Un gran abrazo
    M.Eliana

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *