Capacidades diferentes

El pasado 21 de marzo comenzó oficialmente la primavera y -aunque pasa bastante desapercibido- es también el “Día mundial del Síndrome de Down”: día 21 del mes 3 = trisomía del cromosoma 21, que es la peculiaridad genética de estas personas, aquello que las hace diferentes.

He de reconocerlo: las personas con Síndrome de Down son una de mis debilidades y ocupan un lugar preeminente en mi corazón, por la ternura que me suscitan y por lo que me han enseñado. No son enfermos, su alteración genética no es una enfermedad, sino una característica peculiar que los hace diferentes, pero no intelectualmente mermados ni incapaces, sino preciosamente diferentes.

Quizás su desarrollo es más lento y necesitan ayudas y apoyos, pero no son inútiles ni incapaces, mucho menos inservibles… Lo que más me enamora de ellos -porque literalmente me enamoran- es su alegría, su transparencia y sobre todo su capacidad de dar y cariño y de provocar ternura. Me encantan su ilusión, su capacidad de superación, lo agradecidos que son y cómo disfrutan a tope cada minuto y cómo nos ayudan a las personas “normales” a replantearnos la vida desde su óptica, que es mucho más hermosa y sana que la nuestra. Son grandes maestros y pedagogos de la ilusión y el esfuerzo, pero sobre todo de la ternura y… ¡han borrado de su diccionario la palabra rencor!

Ellos nos enseñan a no vivir condicionados por quedar bien o mal, y a demostrar con sencillez nuestra hambre de ternura y afecto. Junto a ellos se redime cada gesto, cada caricia, cada abrazo, cada muestra de cariño… y se aprende a disfrutarlos hasta el fondo con todo su sabor y su carga de sentimientos, sin miedo y sin dobleces. Las personas con Síndrome de Down son absolutamente libres y actúan como una lámpara piloto que nos recuerda lo más bello que existe en cada corazón humano: la capacidad de amar y de ser amados. Ellos tienen calendario_fsdm-1algo que nosotros, los de los cromosomas sin alteraciones, no tenemos o perdemos al hacernos adultos: libertad e inocencia para expresar esa necesidad de amar y ser amados y ser felices sin ambicionar nada, sino disfrutando lo que tienen y el presente.

Por esto y por muchas otras razones, estas personas deben ser valoradas y respetadas, y tristemente hemos de admitir que cada vez hay menos niños con Síndrome de Down, porque cada vez muchos más son desechados desde el claustro materno y privados del derecho básico de nacer. Esto me duele profundamente y me lleva a replantearme si cada vez somos más humanos o cada vez somos más soberbios, crueles, prepotentes e inhumanos. ¿Quiénes somos nosotros para decidir quién tiene derecho a nacer y quién no? ¿Quiénes somos nosotros para dictaminar si una persona es válida y útil para la sociedad? ¿y por qué el criterio que tiene que primar es el de la eficiencia y la utilidad? ¿Por qué no valorar las cosas desde la óptica de la gratuidad y la transparencia? ¿Nos da miedo que nos ganen por goleada las personas con Síndrome de Down si utilizamos ese baremo? Tiene toda la pinta de que por ahí van los tiros ¿no?

 

 

 

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